Inteligencia Artificial Generativa (IAG), significa dispositivos con una inteligencia equivalente a la de un humano en cualquier campo de conocimiento, con capacidad para integrar el saber de otras disciplinas. Se estima que pueden llegar a ser superiores a cualquier médico, abogado o programador de computación. Según expertos en la materia, la IAG podría ser realidad en los próximos cinco años.
Se proyectan robots humanoides con destreza manual, voz y capacidad perceptiva ajustables a diferentes tareas y ambientes, con interacción humana natural. Pero no es el límite, en una etapa posterior se prevé la llamada Super Inteligencia Artificial, que superaría la capacidad humana de hacer o imaginar en cualquier campo, con una autonomía que hasta podría inventar un lenguaje no accesible a los humanos.
Por el momento, en el trayecto de la ficción a la realidad, la corporación gigante de semiconductores, Nvidia, acaba de anunciar la producción a gran escala, a partir de comienzos de 2025, del superchip Blackwell, una poderosa unidad de procesamiento gráfico, que será la espina dorsal de los centros de manufactura de los productos de IAG, que alcanzarán plenitud antes del fin de la presente década.
Esta indetenible carrera del homo sapiens, como pretendido facsímil de Dios en la creación de nuevas formas de vida, proyecta un horizonte fantástico, con potenciales beneficios en creatividad y productividad en numerosos campos, aceleración de la investigación científica, automatización de tareas, entre otros.
Pero también un abanico de riesgos, además de la conocida pérdida de empleos, desinformación, ciberataques, manipulación de la opinión pública, y hasta el desarrollo de las temidas armas autónomas.
Ramón Peña