Hemos tenido las elecciones presidenciales más reñidas de los últimos 40 años en Venezuela. Es un resultado que tiene varias lecturas. El chavismo celebra que Nicolás Maduro sea presidente electo. Sin embargo, puertas adentro debe ocurrir una procesión, ya que a pocos días de los comicios se nos dijo, con cifras de encuestadoras pagadas por el gobierno, que Maduro le llevaba una ventaja de 15 puntos a Henrique Capriles Radonski. En el PSUV deben estar preguntándose cómo hizo el candidato oficialista para ver mermado su capital político de forma tan acelerada en pocos días.
El pronunciado descenso del voto chavista, en comparación con los resultados del 7 de octubre, plantea más de una interrogante en relación con la posibilidad de que esta corriente pueda ser hegemónica (o incluso mayoritaria) en la vida nacional en el mediano y largo plazo.
En relación con los resultados del 7-O, el chavismo perdió 685.000 votos.
Es una cifra importante, si tenemos en cuenta la masiva y costosa campaña propagandística que vimos a partir de la muerte de Hugo Chávez. No hubo un traspaso automático de voto. Maduro, como ingenuamente planteó, tampoco tuvo el fuelle político para alcanzar la anhelada meta de los 10 millones de votos, y a la luz de estos resultados tal cifra será una quimera para el oficialismo. Si Maduro hizo disminuir en 685.000 votos al chavismo, esta cifra de forma casi que automática se desplazó hacia el candidato de la MUD. Capriles vio crecer el caudal electoral en 679.000 votos este 14 de abril.
El crecimiento del voto opositor en Venezuela venía siendo paulatino, pero sin hacer mella al menos claramente en la base de votos del chavismo. Esto ha ocurrido el domingo y es, desde mi punto de vista, el principal acontecimiento de la jornada. Se trata de venezolanos que, siendo chantajeados con las misiones o beneficios sociales, acosados por las milicias de distinto tono y bombardeados por la campaña propagandística sistemática del Gobierno, optaron por cambiar de bando.
Es la señal de que se está produciendo un cambio político de envergadura en Venezuela.
Los cambios políticos, es bueno recordarlo, tienen tiempo de incubación. El triunfo electoral de Chávez en 1998, por ejemplo, puede adjudicarse a la crisis del sistema bipartidista que ya tenía hitos en la década de los años 80 con la devaluación y el Caracazo.
Las elecciones del 14 de abril, por otro lado, dejan sobre el tapete algunos aprendizajes.
Al candidato de la MUD le fue mejor con una tarjeta única, sin colores partidistas, en la cual se sintieron identificados muchos más venezolanos. Hubo, en esta ocasión, una marcada movilización ciudadana que en algunos casos sencillamente se “autoorganizó” dada la falta de tiempo y de recursos que caracterizó la campaña de Capriles Radonski. Se trata de venezolanos a los que debe mantenerse activados en redes ciudadanas y partidistas. El país no se acabó con estas elecciones, y menos aún la lucha política democrática.
Ante regímenes que controlan la totalidad de las instituciones no hay salidas fáciles ni mágicas.
El resultado termina de arrojar lo que ya veníamos sosteniendo con antelación. El país está partido en 2 partes bastante iguales. Incluso me atrevo a sostener que la votación de la MUD y de Capriles habría sido más alta de no haber ocurrido todos los abusos que tuvieron lugar el domingo con el voto asistido, con el chantaje a los votantes, etc. Muchos venezolanos no pudieron votar de forma libre, y sencillamente ante esa realidad no podemos mirar para otro lado. La lucha democrática y electoral tiene allí un enorme desafío.
Las encuestas son una fotografía del pasado y no siempre reflejan lo qué va a ocurrir el día de la verdad. El 14 de abril eso quedó en evidencia.
En cuestión de días Capriles Radonski, con una campaña titánica, logró reducir al mínimo una brecha que era de 15 puntos en promedio. Para eso se hacen las campañas, para cambiar realidades.
Fuente: Correo del Caroní
Por Andrés Cañizáles