Milagros Socorro Globovisión era la única televisora de alcance nacional que daba espacio a las denuncias por irregularidades del Gobierno; ofrecía tribuna a las comunidades afectadas por las fallas de gestión gubernamentales; divulgaba una perspectiva crítica y confería la adecuada jerarquía informativa a Henrique Capriles y otras figuras de la oposición democrática, quienes, pese a la densa maraña de las presiones y persecuciones han demostrado representar a más de la mitad de la población.
Tras su adquisición por miembros de la boliburguesía, el perfil de Globovisión fue desvirtuado, las comunidades acalladas mientras se difunde propaganda gubernamental y Capriles, prácticamente vetado. Este era el verdadero cometido, tanto de la compra como de los cambios que se han venido registrando en el canal, cerrar la última celosía mediática por donde podía verse el fortalecimiento de la alternativa democrática. Sin embargo, la nueva junta directiva ha insistido en que su proyecto es un medio “de centro”.
No están solos. El brazo mercantil de Los Enanos encuentra, con frecuencia, eco en cierto análisis de acento farandulero que periódicamente descubre que nadie en Venezuela tiene el patrimonio de la verdad y que “los malos y los buenos” están en todas partes. Esta es una simpleza equivalente a declarar que ningún grupo humano detenta la exclusividad de las tortas pasmadas o los peinados de mal gusto. Lo que esta tontería escamotea es que quien hace daño es la gente mala que está en el poder.
Y si son muy malos, muy tramposos y muy desconocedores de la ley, hacen mucho daño. De manera que los malos que cuentan son los malos en el poder, sobre todo cuando han arreglado las cosas de manera que nada los detenga. Lo mismo se aplica a los peinados, un asunto irrelevante, excepto cuando son vector del poder ejercido por una camarilla capaz de doblegar hasta ese extremo a la población, como ocurre en Corea del Norte, donde el partido comunista establece cuáles son los peinados legales y cuáles son excrescencia del imperialismo. El punto, entonces, no es si hay buenos y malos en grado paritario, esto es una obviedad, sino dónde están y cuál es el impacto de su acción.
Mientras en Venezuela haya un régimen violatorio de la Constitución y las leyes no habrá posibilidad para más polos que el de quienes cohonestan esta abyección (incluidos, desde luego, quienes sin tener militancia se han aprovechado de ella) y el de quienes la adversan. En realidad, es muy simple. Las leyes no son una opinión, no una postura sujeta a variaciones, una forma de percibir el mundo. Las leyes son un pacto fuera del cual no hay convivencia posible, a menos que una parte de la sociedad subyugue a la otra, para la cual no hay leyes ni derechos. Y resulta que este Gobierno ha violado la Constitución de forma sistemática desde el día en que se instauró.
El rechazo a la ilegalidad no es una disyuntiva ante la cual se titubea. Es un deber del hombre justo. Enfrentar este régimen no es cuestión de dilema. Es una obligación, porque sus desafueros jurídicos, su latrocinio, su secuestro a las instituciones, su desmantelamiento del aparato productivo nacional, su degradación de la lengua y la cultura no son hechos aislados sino que constituyen un sistema.
Los crímenes del chavismo, la destrucción a la que ha sometido al país, no son rugosidades puntuales. Sus estragos conforman un organismo cuyas partes están diseñadas y armadas para constituir una relojería de devastación. Frente a esto, no hay margarita que deshojar. Lamentablemente, es lo que le ha tocado a estas generaciones de venezolanos. No hay escapatoria ni indiferencia posible.
Desde luego, nadie hubiera querido esto. Ninguno de quienes han señalado los desmanes de Chávez y sus cómplices hubieran querido esta vida, este agotador enfrentamiento a los buitres. Pero las circunstancias no dejaron opción. Ser adversario de Chávez es destino que nadie quiere: la sola posición arrastra a quien la ocupa a la mediocridad y rustiquez de aquel. Todos hubieran preferido hacer surco en universidades, empresas, partidos… y no verse nunca arrastrados a las arenas fangosas en que se movía el felón que secuestró los poderes y abrió nuestros silos para que Fidel Castro y su particular banda de enanos (los evos, correas..) viniera a saciarse.
¿Era posible zafarse de ese destino? No. Con mil lamentos por el tiempo tan tristemente invertido, no. Con gran nostalgia de lo que hubiera podido ser un nutritivo y civilizado centro, no. No había otro camino en esta hora terrible de Venezuela.
Por Milagros Socorro