Pese a la ancestral relación, algo parece haber cambiado en los centroamericanos que no ven en México el vecino cercano del pasado
Hace pocos días publiqué en una red social unas breves pero sentidas líneas expresando mi indignación por la concreción de parte del Presidente Donald Trump -mediante la firma de decretos ejecutivos-, de sus amenazas en contra de México sustentadas en los prejuicios y la xenofobia.
Grande fue mi sorpresa, cuando de manera casi unánime quienes comentaron mi publicación, rechazaron el llamado de apoyo hacia México, especialmente aquellos de Centroamérica. Al mismo tiempo me percaté, de que las manifestaciones de solidaridad con esa nación de parte de líderes políticos, empresariales y sociales de estos países han sido más bien escasas.
Esta actitud, es relativamente nueva. Los vínculos entre México y Centroamérica son más antiguos que nuestras naciones. Formamos parte de Mesoamérica, tierra de civilizaciones milenarias prehispánicas, habitada por mujeres y hombres de maíz, como les llamó el escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias, adonde se extendió la civilización Anáhuac y la lengua náhuatl.
Fuimos también parte del Virreinato de Nueva España y nos llegaron los ecos de la gesta de Hidalgo y del visionario heroísmo de Morelos. Nuestra independencia de la monarquía española se hizo como fruto del Plan de Iguala y bajo la bandera verde, blanco y rojo.
Ya en el siglo XX, con la figura de Madero en la revolución y con la constitucionalización de los derechos de los trabajadores, México volvió a ser referente e inspiración para las naciones de Centroamérica. El protagonismo de México durante los conflictos armados que golpearon a algunos países de esta región, durante los años setenta y ochenta, fue evidente y en muchas ocasiones a contrapelo de las políticas impulsadas por Washington.
Esta larga historia de relaciones arraigó en el alma de los centroamericanos en donde ha sido común encontrar en cada recodo hombres y mujeres que, aun sin conocerlo, se sienten cercanos a México desde la infancia y la juventud. Le rezan a la Virgen de Guadalupe; con música mexicana serenatean y lloran sus penas de amor; en las aulas o fuera de ella leen a los grandes escritores de esa tierra; y convierten a los personajes de la televisión en verdaderos héroes del imaginario popular, como el recordado Mario Moreno –Cantinflas- o el recientemente fallecido Roberto Gómez –Chespirito-.
Sin embargo, pese a esta ancestral relación, algo parece haber cambiado que hoy los centroamericanos no ven en México al vecino cercano del pasado. Y es que a partir de los años noventa, el NAFTA obligó a México a destinar la mayor parte de sus esfuerzos de política comercial y de política exterior a administrar sus relaciones con el vecino del norte. A pesar del reiterado interés que cada gobierno de México manifiesta por sus vecinos del sur, y de los mecanismos de cooperación que se han sucedido tales como el Mecanismo de Tuxla, el Plan Puebla Panamá y el Proyecto Mesoamérica, o los acuerdos comerciales que se han negociado, la naturaleza de esa relación se ha venido modificando.
Muchas de las acciones de cooperación han enfrentado dificultadas para su ejecución y la agenda entre México y Centroamérica se ha concentrado en los temas comerciales, de seguridad y migración, la misma agenda que prioriza Estados Unidos hacia México. Si bien resulta innegable la intensificación de los intercambios comerciales y de los flujos de inversión entre México y Centroamérica, no se percibe la misma fluidez que en el pasado en lo relativo a la movilidad de personas.
La ampliación de las zonas sensibles para la seguridad de Estados Unidos, hacia México y el norte de Centroamérica, ha condicionado la cooperacón entre estos dos últimos en temas de narcotráfico y crimen organizado lo que ha llevado a intensificar los mecanismos de control fronterizo.
Los acuerdos para la «repatriación digna y segura» que México ha suscrito con Guatemala, Honduras y El Salvador en los últimos años, emulan los acuerdos que en este área ha suscrito México con Estados Unidos. Es así como la frontera sur de México se ha acabado convirtiendo en el primer punto de contención de la migración hacia los Estados Unidos, afectando los flujos que sí son legítimos y que, a lo largo de la historia de relaciones entre México y Centroamérica, contribuyeron al desarrollo económico de ese país y a las relaciones de amistad y armonía entre nuestras naciones.
México creó, en el año 2014, el Programa Frontera Sur para contener los flujos migratorios desde Centroamérica hacia Estados Unidos. Así, el número de detenciones en la frontera sur con México pasó de 46.969, entre julio 2013 y junio 2014, a 93.613, entre julio 2014 y junio 2015, según datos recabados por el Observatorio de Legislación y Política Migratoria provenientes del Instituto Nacional de Migración de México.
Será por esto que, en medio de la tensiones generadas por el gobierno de Trump con México, el tema de los inmigrantes centroamericanos ha estado sobre la mesa. Algunas voces de destacados políticos y analistas mexicanos sugirieron responder a Trump con la amenaza de no ayudar en la contención de la migración centroamericana.
También, en el reciente encuentro entre los Secretarios de Estado y de Seguridad de ambos países, las dos partes coincidieron en indicar que el problema de la migración ilegal tiene su origen en Centroamérica, a la vez que el Ministro del Interior de México reiteró su compromiso a «detener el paso de personas de México hacia Estados Unidos.»
Será por eso que muy pocos lectores se identificaron con mi llamado al #TodosSomosMéxico, y más bien alguno de ellos, haciéndose eco de la preocupación de muchos, invocó la frase que hizo famosa el recientemente desaparecido humorista mexicano: ¿Y ahora quien podrá defendernos?
Laura Chinchilla. expresidenta de Costa Rica 2010-2014