Aunque no llevara ese nombre, la ayuda humanitaria es una tradición que se remonta hasta la Antigüedad. Los historiadores de aquellos tiempos narran episodios que deben hacernos reflexionar; son numerosos los casos en los que ejércitos victoriosos, luego de doblegar a sus oponentes, organizaban la distribución de alimentos entre los vencidos, sobre todo en beneficio de mujeres, niños y ancianos. Proveer de agua y comida a quienes carecen de ella ha sido desde siempre el modo de reconocer la existencia de una condición humana en común. Quien entrega un pan para mitigar el hambre de otro reconoce que el otro es también una persona. Alguien con necesidades. Una persona vulnerable, es decir, que sufre de sed, de hambre, de enfermedades.
En el transcurso de las épocas, la voluntad de ayudar a quienes sufren padecimientos extremos no ha dejado de manifestarse en las más diversas circunstancias. Es conocido el episodio que dio lugar a la creación de la Cruz Roja: tras la batalla de Solferino, donde se enfrentaron los ejércitos de Austria y Francia en 1859, el suizo Henri Dunant organizó una operación de socorro médico a los heridos de ambos bandos. Cuatro años después, con la participación de 14 países y numerosas entidades privadas, se creó el Movimiento Internacional de la Cruz Roja.
Por fortuna, la Cruz Roja, cuya historia es admirable, no es única. Herbert Hoover, por ejemplo, un empresario norteamericano, organizó, apenas iniciada la Primera Guerra Mundial, una cadena de ayuda humanitaria destinada al pueblo de Bélgica, que salvó las vidas de cientos de miles de personas indefensas. Después de aquello, Hoover dedicaría buena parte de su vida a estos esfuerzos. De hecho, al terminar la guerra dirigió la American Relief Administration, cuya gestión es bien conocida: llevó ayuda a más países que habían sido afectados por la guerra.
A lo largo del siglo XX, los contenidos de la ayuda humanitaria se han ampliado. Se han asociado a todo tipo de crisis humanitaria, hayan tenido o no relación con la guerra. Ante las hambrunas causadas por sequía extrema, situaciones derivadas de catástrofes como tsunamis o terremotos, epidemias sanitarias y otras, gobiernos, organizaciones del tercer sector, empresas y organismos multilaterales, han creado mecanismos de asistencia que a menudo han cruzado las fronteras más inmediatas, y también distancias geográficas, religiosas, ideológicas y de otro orden.
En el siglo XX, un episodio es emblemático del odio que el gobernante totalitario guarda por sus semejantes. Finalizaba 1932, cuando Laurenti Beria, entonces secretario general del Partido Comunista de la Región Transcaucásica, recibió un informe que alertaba sobre la mortandad de las familias campesinas de Ucrania, por hambre. En ese momento, el cálculo decía que 2 millones de personas habían muerto ya y que el doble de esa cifra (otros 4 millones), corría el mismo peligro. Beria fue a ver a Stalin y le dijo que la hambruna de Ucrania sobrepasaba los intereses de la revolución. A lo que Stalin contestó: “Si los fascistas tienen mucha hambre, que se coman entre ellos”.
La pregunta de por qué Maduro rechaza la ayuda humanitaria tiene una respuesta: porque el odio a las personas, el desprecio al infortunio de los hambrientos y los enfermos de Venezuela, ha colonizado las instancias del alto poder. Aquí y ahora, la exclusión es el primer signo del gobierno de Nicolás Maduro.
Negar la existencia de una crisis humanitaria en nuestro país; rechazar la ayuda internacional; afirmar, como hacen algunos ministros, que hay medicamentos y alimentos en las estanterías, son expresiones de un mismo trasfondo: negar la condición de personas, rebajar la dignidad, excluir a quien se rebela ante ese estado de cosas. Maduro se propone la existencia de un venezolano hambriento y conforme, enfermo y dócil.
Pero hay algo más que añadir: rechazar la ayuda humanitaria es otra decisión más asociada a la corrupción. Bajo la emergencia se mueven los más perversos intereses: importaciones que no tienen otra finalidad que el sobreprecio; sistemas de distribución diseñados para alimentar el contrabando de extracción; funcionarios militares o de las aduanas ingresando beneficios obtenidos al margen de la ley. Todos estos mecanismos actúan contra el ciudadano más indefenso. Contra el trabajador o el desempleado, que no puede pagar la especulación promovida por los CLAP, y que tampoco tiene posibilidad de protestar sin el riesgo de que el PSUV o el Ministerio de las Comunas lo incluyan en sus listas negras.
No hay peor consejero que el hambre y la desesperación. Maduro, por más que te empeñes en actuar como el barbarazo destruyendo todo lo que está a tu paso, esta pesadilla a la que sometes a los venezolanos pronto tendrá fin, tus días están contados, entraste en cuenta regresiva.
Miguel Henrique Otero