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Poder y Autoridad

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Poder y Autoridad

 

Vivimos en una sociedad permisiva que se funda en el ejercicio de la libertad y el disfrute de los derechos. Cada uno, como ciudadano y partícipe de una organización tiene como meta el desarrollar al máximo su proyecto de vida. Cada quien espera servirse para ello de las facilidades y estímulos que le provea la sociedad, y cuando esos estímulos no parecen suficientes o son claramente adversos alguna gente prefiere reubicarse en otro país donde eso esté más garantizado. Cuando eso comienza a transformarse en una tendencia las sociedades tienen la obligación de revisarse.

 

 

Pero tanta permisividad a la mano ha comenzado a echar de menos una necesidad primordial del ser humano. Todos necesitan tanta libertad como sea posible y tanta estructura como sea necesaria. Entendamos como estructura un conjunto de normas sociales que permitan la predictibilidad racional -saber a qué atenerse- y un mínimo de orden social. Las sociedades permisivas no tienen por qué comprenderse como sociedades caóticas. El disfrute de la libertad no tiene por qué degenerar en desorden. Tal vez haya que recordar lo que decía Durkheim, que “la libertad es hija de la autoridad bien entendida”, es decir, acotada, estructurante, al servicio de la dignidad, delimitadora, y de ninguna manera asfixiante e invasiva. El gerente debe ejercer así su autoridad.

 

 

El desafío contemporáneo implica el poder diferenciar el ejercicio del poder del ejercicio de la autoridad. Son dos modos de determinar e influir en la conducta de los otros, pero no son lo mismo. El poder está basado en el uso real o potencial de la fuerza. La autoridad se basa en el saber y en la capacidad de persuasión. El primero -el poder- se parece mucho a la definición de gerente que proponía Henry Fayol en las épocas primitivas de la administración científica, cuando decía que era aquel que tenía “el derecho de mandar y la capacidad de hacerse obedecer”. El segundo está más relacionado con el liderazgo y la ligazón legítima que se crea cuando aquel que está al frente tiene entre sus cualidades personales la capacidad para provocar respeto, generar consensos, inducir el entusiasmo ante los retos que propone e incluso incitar admiración. La autoridad siempre es trascendente. El poder podría ser contingente y pasajero.

 

 

Los gerentes menos apropiados son los que se apoyan única y exclusivamente en el poder del cargo. Este tipo de gerentes confunden temor con capacidad estructurante. Son los que pretenden que “por las malas y a gritos” pueden lograr todo de sus colaboradores. También son aquellos que proponen constantemente juegos negativos y aniquilaciones simbólicas. El poder se convierte así en un vicio y el maltrato a los demás se transforma en la constante más determinante. Son este tipo de gerentes los principales responsables del “oscurecimiento” del clima porque del mal solo se puede esperar un mayor daño.

 

 

Los gerentes más convenientes son aquellos que tienen una concepción integral del ser humano, saben cómo tratarlo y se enfocan en lograr con ellos fines importantes. Son “gerentes éticos” porque trabajan dentro de los cánones de la dignidad y la libertad del hombre. Estos gerentes se apoyan en la razón, el valor que pueden aportar a los otros, su capacidad de convicción. José Antonio Marina (2014) dice de ellos que “no provocan la obediencia ni el miedo, sino el respeto, la admiración, la escucha. No pretenden imponerse. Su influjo es solo la manifestación de la excelencia. Es la autoridad merecida”. Y en ese sentido esta auctoritas es la representación de todas las virtudes, el carácter y la experiencia de quien la exhibe.

 

 

El gerente poderoso es temido. El gerente con autoridad es admirado porque se ha ganado ese estatus a través de sus realizaciones. Es un modelo a seguir. En eso consiste su capacidad estructurante, porque modela a través de su propia conducta y por lo tanto delinea “una cancha de juego” en la que son esenciales la productividad, el mérito individual, la forja del carácter, la responsabilidad, la solidaridad, la benevolencia, la justicia y la ética. El gerente con auctoritas es un líder con madurez. No se siente atraído por el poder ni le interesa imponerse a los demás. Lo suyo son los resultados logrados en el marco de siete imperativos:

 

 

 

1.       Respetar la dignidad humana y por lo tanto es garante de un ambiente de libertad responsable.

2.       Cuidar del bienestar y crecimiento de los demás. No quiere ser el rey enano de una villa de enanos.

3.       Integrar los intereses individuales con las exigencias de la productividad. Mantiene el foco, evita los ambientes displicentes, celebra los avances, se preocupa por los retrasos y siempre está atento y dispuesto para la pedagogía que se transforma en implantación de buenas prácticas, buenas rutinas y hábitos positivos.

4.       Demuestra integridad a través de la práctica de la justicia.

5.       Delibera sobre cuáles son sus opciones morales y luego decide.

6.       Resuelve los conflictos a través de opciones de negociación.

7.       Preocupado en la generación del valor de la confianza en las relaciones de trabajo.

 

 

Tenemos que comprometernos en la recuperación de la autoridad y el destierro de cualquier expresión del primitivo y destructor “hombre fuerte”. Ese puede ser un excelente proyecto ético para las familias, las empresas y el país.

 

 

Por: Víctor Maldonado C.

e-mail: victormaldonadoc@gmail.com

 

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