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Pobre Calixto

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Pobre Calixto

Cuántos quisiéramos el mismo número de escoltas que el presidente del Indepabis al momento de un robo. Vivió lo que el resto padece cada minuto, pero no en igualdad de condiciones. Los delincuentes muertos y él ileso. Esa no es la misma cuenta que le da a los habitantes de los barrios. Usan recursos que no son suyos para salir al campo de guerra, blindados; mientras mandan al pueblo, desnudo. A Maduro le da gripe y a los venezolanos les dan un tiro. Expulsan a los diplomáticos gringos justo cuando Calixto estaba allá tan feliz haciendo su mercado en Wal-Mart. Y a los militantes del PSUV los obligan a financiar la campaña electoral con el mismo salario indigente que les da el Gobierno. Hablan de soberanía y las hamacas de Tintorero se fabrican con hilos chinos o españoles, cuando en otros tiempos se producían en los Andes. La misma hipocresía de todos los regímenes de este estilo. Juran que protagonizan una lucha épica de un país pequeñito frente a un Imperio, cuando esa misma verborrea la han repetido infinidad de seres que han hecho un profundo daño a la humanidad, con la misma excusa ridícula. Todo en nombre de una causa que dice ser colectiva y termina en manos de unos cuantos. Como dice mi suegra: Claro que procuran el bien común… El bien para ellos y el común para la gente. Pero los venezolanos nos estamos acostumbrando a decir rara vez, lo que pensamos continuamente. Queremos desgañitarnos y sólo murmuramos. Regresamos a lo troglodítico y de repente nos convertimos en fieras sin espíritu capaces de saquear un camión con carne, antes de socorrer al chofer que está al volante convaleciente.

 

Nunca he sido buena para los números, pero a veces pienso: ¿Quiénes son más? ¿Quienes nos gobiernan o nosotros? Esa misma reflexión la hacía un judío a sus vecinos cuando veía a los nazis subir ancianos y niños a un tren que los conduciría a la muerte. «En este campo hay veinte militares armados, nosotros somos miles». A los venezolanos también se nos olvida que vivimos una rutina de privaciones por decisión de un grupo exiguo. No es que ellos puedan más que todo un país, a veces pareciera que decidimos entregarlo. Recuerdo que Ortega y Gasset decía que la vida cobraba sentido cuando se hacía de ella una aspiración a no renunciar a nada. ¿En qué momento decidimos renunciar nosotros a nuestra propia vida?

 

Carlaangolarodriguez@gmail.com

 

@carlaangola

Por Carla Angola

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