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Con todo mi respeto hacia el Santo Padre debo decir que coincido con la opinión de algunos analistas cuando afirman que en el caso de Venezuela el Vaticano pifió.

 

 

 

Seguramente el papa Francisco, estimulado por el papel determinante que jugó en el proceso de normalización de la relaciones de Estados Unidos con Cuba, decidió involucrarse en el caso venezolano. Hay muchos aspectos en los cuales el desastre en nuestro país se parece al de Cuba. Los dos países son cautivos de gobiernos dictatoriales que quieren disfrazarse de democracias. Los dos últimos gobernantes venezolanos han pretendido imponer en Venezuela una copia del régimen comunista cubano. Como consecuencia de eso, nuestro país se encuentra sumido en una situación económica en la que prevalecen la corrupción y los privilegios del aparatchik y de los enchufados, mientras el pueblo padece la miseria, el desabastecimiento y el hambre. En lo político cada día nos acercamos al régimen cubano. Ahora el doblemente ilegítimo intenta eliminar los partidos políticos y suprimir el derecho del ciudadano de escoger sus autoridades mediante elecciones libres.

 

 

 

Supuestamente todas esa lacras y muchas otras que me tomaría mucho espacio en este artículo enumerar desaparecerán en Cuba, gracias a la normalización de las relaciones con Estados Unidos.

 

 

 

El papa Francisco evidentemente jugó un papel crucial en ese proceso, pero también es cierto que en Cuba, por muchas razones, el dictador y sus secuaces concurrieron en los esfuerzos para facilitar el acercamiento con su gran vecino del norte. Existía, y existe, una voluntad de cambio, una disposición favorable, que ha sido recompensada con importantes medidas de apertura por parte de Estados Unidos, aunque todo eso ahora parece estar en vilo con la llegada de Donald Trump al poder.

 

 

 

Excesivamente incentivado por su papel en aquel proceso, el papa Francisco decidió involucrar al Vaticano en la situación venezolana para tratar de contribuir a propiciar una solución a la espantosa situación de nuestro malhadado país.

 

 

 

Sin embargo, a pesar de las similitudes entre Venezuela y Cuba, hay un factor nefasto que no ha permitido, ni permitirá en el futuro, avanzar hacia la solución del desastre político, económico, social y moral en que nos han hundido. Ese factor tiene un nombre, que yo me abstengo de mencionar, pero al cual he bautizado “el doblemente ilegítimo”

 

 

 

Se trata de un elemento, porque no merece siquiera ser citado como individuo, que no tiene escrúpulos y que es capaz de cualquier cosa para mantenerse en el poder que usurpó y no quiere abandonar bajo ninguna circunstancia, al cual llegó por el dedo de su difunto mentor y conserva mediante el fraude, la corrupción y la maldad. Es un elemento inescrupuloso, indolente, perverso, malvado, para quien la vida ajena no tiene valor y mucho menos la propiedad de los demás. Mientras los venezolanos humildes y sus hijos mueren de mengua, de hambre y de enfermedades para las cuales ya no hay en el país medicamentos, él y su comparsa de pusilánimes seguidores y defensores disfrutan de la buena vida que les proporciona la corrupción y la adulancia.

 

 

 

 

Al tiempo que trata de mantener en vida el supuesto diálogo con la oposición persiste con su lenguaje agresivo y hasta soez hacia los disidentes. Amenaza con represalias a la oposición si no se reincorpora a un supuesto diálogo que no es sino otro artilugio para desacreditar a sus antagonistas.

 

 

 

 

Con un personaje de esas características es inútil intentar dialogar. En la medida que avanza el tiempo y disminuye el apoyo popular (si es que tiene o lo ha tenido), se vuelve más irracional. Para no aparecer abierta y públicamente como el autor de sus perversidades ha convertido al Tribunal Supremo en un laboratorio d maldad en el que cada día se inventan nuevas sevicias para interferir o entrabar el funcionamiento del Parlamento, el único vestigio de democracia que nos queda y que él no se resigna a admitir a pesar de que es el fruto de la libre y democrática voluntad de los venezolanos.

 

 

 

 

Eso parece desconocerlo el Santo Padre, o si lo sabe, pareciera que no le importa arriesgar el prestigio, la confianza y la credibilidad de que siempre ha gozado el Vaticano. Ya el clero venezolano y los prelados que designó como sus representantes en esa farsa de “diálogo” han advertido la inutilidad de ese ejercicio. Son muchas la voces que lo consideran inútil y opinan que la presencia del Vaticano solo ha servido para apuntalar al doblemente ilegítimo permitiéndolo ganar tiempo de que no disponía, a costa de las reivindicaciones que persigue la oposición.

 

 

 

 

 

En su tozudez de mantener un pie en la búsqueda de una solución a la crisis venezolana ahora el papa Francisco invita al oficialismo y a la oposición a una reunión en el Vaticano, en la cual seguramente estarán también presentes los “tres mosqueteros” que han demostrado ser agentes del doblemente ilegitimo.

 

 

 

 

Personalmente considero que, a menos que el papa Francisco haga el milagro de transformar en un angelito el demonio que en mala hora tiene en sus manos el destino de nuestra patria, el cónclave en el Vaticano fracasará y solo contribuirá a darle más oxígeno al oprobioso régimen madurista. Si llegara a hacer ese milagro tendría ya asegurado un puesto entre los santos que están en el cielo.

 

 

 

El Nacional

 

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