La presencia de la Fuerza Armada en la calle resultó fugaz. Al menos en algunos sectores
Patria segura, camarita? Un secuestro, un robo, ser asesinado o terminar preso por pensar diferente o alzar la voz de protesta figuran en la lista de opciones que le puede deparar esta revolución incompetente.
Coerción, violencia, despojo y carestía es lo que le ofrece, a la carta y con consistente regularidad, esta agropatria arruinada por un capitalismo de estado radical, intervencionista y corrupto, que aspira eternizarse en el poder mediante lo que han definido como Socialismo del Siglo XXI.
Es lo único abundante en esta patria-patria-querida devastada, desabastecida y anarquizada; sitiada por el pillaje político y el hampa común y sometida a los designios de cubanos, rusos e iraníes, además de endeudada con una China codiciosa y oportunista, que igual vende en el mercado mundial caramelitos elaborados con sustancias tóxicas o les canjea -a gobiernos entreguistas- petróleo por papagayos, perinolas o gurrufíos de latón.
La presencia de la Fuerza Arma- da en la calle (Plan Patria Segura), calculadamente acampada frente a expendios de alimentos, resultó fugaz. Al menos en algunos sectores. Para muchos esas alcabalas son ineficientes. Preferirían a la Policía Nacional Bolivariana o las municipales. Pero tampoco están. En lo que va de año, con la FANB como garante de la seguridad pública, han ingresado 2.841 cadáveres a la morgue de Caracas (8% más que en igual período de 2012). El operativo se apagó, como las promesas de este gobierno de micrófono.
La exposición de soldados con fusiles y tanquetas no fue precisamente para disuadir a la delincuencia sino para amedrentar, obviamente, a la población. El «mensaje» iba dirigido a la sociedad democrática: No marches, no protestes. Lo que más agobia al régimen totalitario es la insumisión, sobre todo de los jóvenes. Le aterra el reclamo ciudadano por derechos y libertades. Se perturba y desconcierta con la resistencia a la imposición y el autoritarismo.
Aunque son usuales los espacios públicos desprotegidos, no deja de extrañar la deserción militar porque la supuesta guerra al delito fue anunciada con bombos y platillos. Algunos se preguntan si están cobrando alguna bequita o hurgando estantes en supermercados persiguiendo papel higiénico, jabón de baño, harina de maíz, pollo, carne o azúcar. Otros intuyen que pueden estar rastreando velas para enfrentar los apagones.
Hay quienes afirman que los enviaron a Colombia a por los 18 aviones de guerra que el Imperio le vendió a la oposición golpista. Aunque no se descarta que los «mili», como cualquier trabajador raso, estén disfrutando sus días consecutivos de descanso que prescribe la nueva Ley del Trabajo. Lo cierto es que la población sigue a merced del hampa.
Miguel San Martín
msanmartin@eluniversal.com