¿Para qué sirven las palabras?

¿Para qué sirven las palabras?

Cuál es el sentido de esta reflexión semanal? Más allá de una descarga catártica de la columnista y, en el mejor de los casos agradecida que así sea, una visión compartida con la lectoría que puede sentir lo mismo al leer estas líneas o tal vez disentir (cosa que también nos agrada y nos honra), ¿qué se logra con esta descarga semanal en 2.700 caracteres?

 

La página en blanco y un palito tintineante me invitan a escribir y me retan a que semana tras semana se diga algo distinto, pero a veces temo decepcionar a esa pantalla digital y lo que es peor a unos lectores seguramente ávidos de encontrar respuestas a una realidad apabullante, a este ¿cómo llegamos hasta aquí?, a ¿algún día todo cambiará?, a ¿más allá de votar y marchar qué podemos hacer? Eso sin contar con la recriminación en primera persona con el típico ¿más allá de escribir y criticar y denunciar y quejarte y llorar y gritar y vomitar y, a veces, también, emigrar mentalmente hacia un país fabricado en tu casa, tu entorno, tu familia, tu trabajo, tu deporte, tus libros y tu música. Ese sitio inalterable que pudiera estar ubicado en la misma Luna y no te afectaría… Más allá de la crítica y la evasión necesaria para aguantar tanto durante tanto tiempo ¿qué sentido tienen todas estas palabras en negro sobre blanco si el destinatario de las mismas continúa de espaldas al país real? Y cuando decimos esto por supuesto que incluimos en nuestro sentir a aquellos que comparten la visión política que impulsó el Líder, pero que hoy en día sufren también la inseguridad brutal, la falta de atención médica, la carencia educativa y un costo de la vida que nos está empobreciendo a todos. Claro, a todos menos a quienes se han hecho multimillonarios a costa de un discurso revolucionario y unas acciones típicamente capitalistas donde «el billete» es lo único que importa, eso sí, teñido de una retórica doble moral en la que se insiste en que «ser rico es malo» (para todos menos para ellos).

 

El asunto está en que el destinatario de todas estas críticas, las de esta columna, la de las vecinas y las que no se escriben pero se vocean en los carritos, en las calles, en el metro, en los mercados, en la panadería, en la radio y en la televisión (cada vez menos) se hace el loco y vive en su mundo de poder y sus propias guerras de ambición, planificando no cómo mejorar la vida de la gente, sino la forma de aplastar a quienes se les ocurra pensar distinto. El líder máximo tuvo todo el poder, el amor de un pueblo y los recursos para hacer de nuestro país una gran nación y perdió esa oportunidad de oro. Quienes están ahora pudieran aunque sea tratar de enmendar la plana y enrumbarnos hacia el camino correcto, pero su propio ombligo pareciera ser más interesante. Entonces ¿para qué sirven éstas y todas las palabras que se digan?

 

mariaisabelparraga@gmail.com

Por María Isabel Párraga

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