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Pacto o violencia

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Pacto o violencia

 
En la práctica ya no tenemos Asamblea Nacional en Venezuela. Sus poderes han sido asumidos por el Tribunal Supremo de Justicia, luego de una rocambolesca decisión que le permitió al gobierno nacional obviar la estricta obligación constitucional de presentar el presupuesto nacional ante el parlamento, instancia de indiscutible representación popular.

 

 

 

Estamos acercándonos al peor de los escenarios, el de la definitiva ruptura institucional, el del cierre de espacios para que de manera democrática podamos zanjar las profundas diferencias que separan a quienes están en el poder de las fuerzas que los cuestionan y aspiran a sucederlos. ¿Cómo puede funcionar una democracia sin un parlamento? ¿Es políticamente correcto justificar incondicionalmente cualquier violación de la Constitución, nacida de las mentes más temerosas de la pérdida del poder y de los privilegios que implican su ejercicio?

 

 

 

Y otra pregunta que surge: ¿es sostenible en el tiempo, sin apelar a la represión mas brutal, selectiva o no, un estado de cosas en el cual se le cierre las puertas del ejercicio pacífico de la política a una fuerza que ha demostrado su condición de mayoría y que intenta ejercer los mecanismos constitucionales para promover la consulta al soberano sobre la pertinencia de que el actual gobierno continúe o no dirigiendo los destinos del país?

 

 

 

A la muerte del “caudillo por la gracia de Dios”, Francisco Franco, los españoles, profundamente divididos por las dolorosas secuelas de la guerra civil, fueron capaces de llegar acuerdos. El Pacto de la Moncloa surgía como posibilidad de reconstruir la nación española sobre la base del reconocimiento del otro. Adolfo Suárez fue figura fundamental para el nacimiento de un nuevo momento de la política ibérica. El dirigente comunista Santiago Carrillo, luego de décadas de lucha clandestina y de exilio, jugó un papel estelar, junto a Manuel Fraga Iribarne, líder franquista. El rey Juan Carlos también dio pasos en la dirección de abrir camino a la democracia. Los comunistas fueron legalizados a cambio de reconocer la monarquía.

 

 

 

Cada quien puso de su parte, cada quien hizo concesiones y todos ganaron, especialmente una ciudadanía que durante décadas vivió bajo el miedo. No hubo pases de factura, no hubo exclusiones. De ahí nació una democracia monárquica, y a la vuelta de los años los socialistas se convertían en primera fuerza política. Un rey y una fuerza de convicciones de izquierda se entendían para bien del Estado español y de la población. También hubo un pacto económico, entre gobierno, empresarios y principales fuerzas sindicales para hacer frente a una inflación que rondaba 25%. Una tontería si la comparamos con la que hace estragos en los bolsillos de los venezolanos.

 

 

 

Aquí no tenemos rey, ni un Adolfo Suárez, un Fraga Iribarne, ni un Santiago Carrillo. Tampoco una Pasionaria, como Dolores Ibárruri, luchadora contra la oscurana franquista. Pero tenemos la urgencia de entendernos y de evitar derramamiento de sangre, violencia, más represión y muerte. El entendimiento, un pacto, ya no de La Moncloa, pero sí de Miraflrores, por ponerle un nombre, es lo que nos puede salvar del barranco hacia el cual nos dirigimos sin freno en medio de una carretera resbaladiza.

 

 

 

Así como ocurrrió en España, habrá gente, mejor dicho, hay gente a la cual no le interesa un acuerdo o un pacto a la venezolana. Pero el interés de esos pocos, por muy poderosos que sean, n  puede ni tiene por qué estar por encima de las necesidades concretas de 30 millones de personas que habitamos en esta tierra de gracia hoy en desgracia. Un pacto por Venezuela puede unir a chavistas y opositores en un nuevo esquema en el cual el pueblo pueda decidir quién es mayoría, y se pueda garantizar que en una nueva situación todos tenemos espacio en el marco de la Constitución y las leyes.

 

 

 

Esta propuesta tiene sus detractores, pero es racional, viable y sobre todo necesaria. Por si fuera poco es la menos costosa. Ya hemos pagado suficiente.

 

 

 

 

Adiós y mil gracias.

 

 

 

Esta será nuestra última columna publicada en el diario El Nacional. Doy gracias a todo el equipo de este diario por el espacio que me brindaron a lo largo de estos años. Y espero que el éxito les siga acompañando pese a las dificultades que han atravesado en los tiempos presentes. De nuevo mil gracias

 

 

Vladimir Villegas

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