Notas sobre la política y la personalidad del poderoso (I)

Notas sobre la política y la personalidad del poderoso (I)

 

“Lo que le da a la política su grandeza sombría (sombre grandeur) es que los hombres de Estado, sintiéndose responsables del destino común, acometan acciones que repelen a su alma y a su conciencia”. Raymond Aron, La querelle du machiavélisme (1943)

No puede negarse la significación que en la formulación de la política interior y exterior de un Estado tiene el temperamento del líder ungido del poder. De hecho, la historia está recargada de infinidad de evocaciones en esa dirección y no incurriré en mencionarlas, porque es vasta la lista de registros posibles.

Ciertamente también puede decirse, sin entrar a glosar la teoría del órgano desde Otto von Gierke en 1893 y sus evolutivas consideraciones, especialmente en la doctrina francesa, que es pacíficamente admitido que las instituciones son a la postre personificadas por aquellos que las encarnan.

La impronta de la personalidad, el sello, el distintivo se visibiliza desde que aparece en el espacio público el sujeto; pero se expresa en su ontología más genuina, en el ejercicio del liderazgo y la conducción. Cuando deja de ser un prometedor aspirante y se convierte en una realidad patente.

Dedico esta reflexión a la fenomenología que en este tiempo que vivimos y dentro de las complejidades del marco cuadro de actuación se cumple y ello, aun y a pesar de los esfuerzos que se acumulan por “controlar” el poder, limitarlo, educarlo, conscientes como somos de sus tendencias aviesas y abusivas.

De otro lado, hay que mencionar la política en una de sus acepciones, aquella en que el abordaje de la gestión de la cosa pública y el manejo de la conflictividad se combinan además de lo que es implícito al poder y la naturaleza de sus relaciones ora agonales y ora antagónicas y aún más, dentro y fuera del país, al que pudiéramos referirnos. Paralelamente, debe distinguirse los conceptos de Estado y de gobierno que, a veces, se confunden o se desnaturalizan.

Preciso, en otras palabras, la manera como el poderoso aun en una democracia constitucional gerencia su ascendiente y legitima racionalmente su conducta, apuntalado en su convicción e interpretación del alcance de su competencia legal y sesgado eventualmente por el yo profundo que lo habita.

Inicio esta sencilla cavilación, además, recordando el texto de Luigi Ferrajoli titulado Poderes salvajes. La crisis de la democracia (Trotta, 2011, Madrid, España) que contiene y analiza suficientemente, en un país como Italia, el desempeño sin frenos del hegemón de turno. Importante, tratándose del filósofo jurista más importante de ese país y de los más reputados del mundo. Lo he citado antes, pero cabe hacerlo de nuevo.

La democracia exhibe un momento de vulnerabilidades, universalmente, sin embargo. Un vistazo a Corea del Sur, Hungría, Nicaragua, Bolivia, Venezuela, El Salvador, Francia, España y los Estados Unidos de América, por citar solo unos de los países más afectados, nos lo evidencia irrefragablemente. Primero o tercer mundo, el asunto está evidenciado por doquier.

El populismo está en la base de la patología porque avanza desconstitucionalizando, desciudadanizando y acaso todavía, inficionando de anomia y desagregación el componente social y el cuerpo político inclusive.

Empero, aunque muy conectados fenomenológicamente, estoy apuntando ahora al perfil de los hombres de Estado – que no necesariamente puede, por cierto, llamárseles estadistas- y su propensión a desafiar el orden y despojar de predictibilidad sus ejecuciones.

Gobiernos y gobernantes que se permiten acciones a menudo contrarias al Derecho y lo hacen soportándose en su amplia popularidad. Se pretenden creativos y lo pueden llegar a ser, pero frecuentemente solo son caprichosos y hasta temerarios.

Entonces, hay una valiosa constatación de entrada, es el poder del liderazgo que se viene constituyendo en el agente más pernicioso que enfrentan las democracias y lo peor es que la socavan con un discurso que solivianta los espíritus y los somete al bajo psiquismo y a la demagogia. Al respecto, convoco a Guillermo O’Donnell y su texto sobre democracia delegativa, pertinentísimos.

Empero, traigo a colación a Bobbio: “…para un régimen democrático, el hallarse en transformación es su estado natural” (Bobbio, Norberto. El futuro de la democracia. México D.F.: F.E.C., 1994. p. 9.) ¿Muta la democracia, pero hacia la coexistencia con el autoritarismo? ¿Echamos atrás la democracia constitucional? ¿Acaso es la política la que asume las taras demoníacas del poder? ¿Sobrevivirá la constitucionalidad que cuida la democracia controlando al poder?

Escogeré algunos nombres para ver por dentro, pero desde afuera. Donald Trump es el ejemplo más reciente: sin que todavía se juramente (debe hacerlo el 20 de enero del 2025) ya llena de amenazas al mundo, aliados o no y no esconde que la fuerza está en su agenda. Interna o externamente, advierte que indultará a los que asaltaron el Congreso el 6 de enero de 2021, que tomará Groenlandia y el canal de Panamá, además de que arrojará del territorio estadounidense a 15 millones de inmigrantes ilegales. En ese menú no hay respeto a nada, ni a la soberanía de los otros Estados ni a los derechos humanos. Vaya usted a saber qué se le ocurrirá con Ucrania, Europa y la OTAN, China, Corea del Norte, Irán, Israel y pare de contar. Confieso que regresaré a algunas lecturas, añejas preferiblemente, para comprender un poco más. Raymond Aron a la cabeza.

La semana próxima, si Dios quiere, daré continuidad a estas meditaciones.

Nelson Chitty La Roche

@nchittylarochLas opiniones emitidas por los articulistas  son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de Confirmado.com.ve

 

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