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Nelson Chitty La Roche: Notas del hegemón y la usurpación: fenomenología de la descontitucionalización y la barbarización

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Nelson Chitty La Roche: Notas del hegemón y la usurpación: fenomenología de la descontitucionalización y la barbarización

 

“Allí está el texto derramado, de los labios eternos del pueblo”. Ante la Constitución de 1947, Andrés Eloy Blanco

“Entre el débil y el fuerte, es la libertad la que oprime y la ley la que libera”. Lacordaire

En unas horas, en medio de impresionantes medidas de seguridad, se consumaría el más grosero golpe de Estado a la soberanía popular y nacional, en la historia de nuestro país.

Haciéndolo, se desconoce también, el más contundente espaldarazo electoral que se haya concedido, democráticamente, en nuestro devenir representativo, a cualquiera de los liderazgos propuestos.

Se quebranta definitivamente entonces un ciclo, en el que desde 1958 se puso a prueba una nación siempre aprendiz de república que, como una experiencia única, permitió al país navegar entre las aguas de la consideración democrática y aun con sobresaltos, mantener el predominio civil como un paréntesis dentro de un derivar pernicioso de sujeción a las armas que nos acompañó siempre.

El último cuarto de siglo, simulando, entre parodias y sainetes, el cándido criollo, movido por su ingenuidad, su bajo psiquismo, por la antipolítica y los cálculos de las oligarquías, tributó en el cauce del chavomadurismomilitarismocastrismoideologismo, hechizado y flácido, de una fantasía revolucionaria que legitimaba con su discurso populista, el pago del costo de oportunidad más gravoso y suicida que se recuerde en los anales de la economía. Un bagazo quedó de aquel país pujante de 1998. De lo que teníamos y éramos no queda nada, ni somos nada tampoco.

El desaire de los comicios del 28 de julio sobrevino, con el exuberante desmentido de los conciudadanos, a ese apoyo que ya no existe sino en el lamento y la vergüenza a la mal llamada revolución bonita, e impulso al régimen a despojarse de la máscara, para mostrar sin pudicia su verdadera cara: la de la tiranía.

En un rato, el trapiche de la mentira molerá la verdad, piensan ellos, entre la tocata de fuga en el Salón de los Embajadores y la pista para bailar salsa casino, dispuesta para la lisonja y la alegría del hegemón.

Unos y otros desfilarán, como ausentes de lo que realmente pasa, como si así pudieran consagrar un bucle de liviandad en sus vidas. Empero, no olvidemos al poeta maldito: “El aire del infierno no tolera los himnos”.
Las formas y las pompas rodearán el evento, para, quizá así, cubrir la desnudez de la fingida solemnidad. Los uniformes, los convidados comparsa, los representantes de los gobiernos que se lo permiten, completarán el escenario para acometer la usurpación.

El hegemón no ganó, pero, como si así hubiera sido, se le juramentará para agregar al desastre de los últimos 25 años, otros más y concluir la tarea de defenestrar a Venezuela, dividirla, extrañarle sus vástagos y chuparle sus riquezas hasta dejarla en la postración y la precariedad.

Afuera del teatro, gente traída de todos lados, obligados muchos, vasodilatada, trasnochada, soliviantada, presta al vitoreo, al jolgorio, al jubileo, aguarda la orden, para gritar cantos y proclamas que apenas contarán como vulgaridad.

Mas allá, la patria profunda, avergonzada de sus presos políticos, ofendida por la pérdida de su soberanía, irrespetada y burlada su ciudadanía, de frente o de reojo, mirará el espectáculo, entre displicente e indiferente, confiando sin embargo en su interior, en las marquesinas de la memoria histórica, mismas que recordarán la afrenta y, el juicio severo recaerá, mas tarde o mas temprano, sobre los que consumaran contra el bravo pueblo, un holocausto, un crimen de lesa humanidad, asesinando su orgullo, su decoro, sus valores y atolondrando su porvenir y algunas vidas también.

La constitucionalidad -esa es su historia desde la Revolución francesa- tiene como objetivo, asegurar al ciudadano, el ejercicio de la dignidad en la libertad. Persigue atajar el arrebato del poder, frecuentemente avieso y malintencionado. Es la norma que limita las compulsiones de los autoritarismos inficionados de barbarie. Es la civilidad. Y esa constitucionalidad es la que acaban de victimar.

Viene a mi mente afiebrada Píndaro: “Oh alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero, agota el campo de lo posible”.

nchittylaroche@hotmail.com
@nchittylaroche

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