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Morir en el cine

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Morir en el cine

El cine es para muchos el último remanso de escape. La ventana a otras vidas y otros mundos desde la comodidad de una sala a oscuras. El tiempo breve en el que unos perfectos desconocidos lloran o ríen juntos frente a una pantalla con personajes de celuloide tan vivos como los espectadores.

 

 

Sin embargo, quién habría imaginado que la inquietante situación que se vive en las calles de Estados Unidos, donde las armas de fuego proliferan por doquier, acabaría por irrumpir en el santuario de los cines, donde la mayor cantidad de violencia permanece atrapada en las escenas de un filme de Sam Peckinpah, David Cronenberg o Quentin Tarantino.

 

 

De un tiempo a esta parte, individuos que podrían estar enajenados pero fuertemente armados con pistolas o rifles que consiguen adquirir, se presentan en los multicines y en un instante las palomitas desparramadas se mezclan con los cadáveres ensangrentados de quienes mueren sin saber si el terror saltó de la pantalla e inexplicablemente atravesó sus vidas.

 

 

Hace tres años un joven irrumpió con una ametralladora en un cine en Aurora, Colorado, y mató a diecisiete personas. El mes pasado en un cine en Lafayette, Louisiana, un hombre disparó mortalmente a dos personas e hirió a otras ocho. Y hace una semana otro efectuó varios disparos con un arma de perdigones en una sala en Nashville antes de que la policía lo abatiera.

 

 

Estos seres descarriados que por motivos desconocidos traman matanzas con el público como blanco, tienen en común la tenencia de armas en un país donde la mayoría se pronuncia a favor de leyes laxas en lo relativo a portar armas de fuego. ¿Pero acaso hay un patrón en cuanto a las películas que eligen cuando deciden acabar con la vida de seres inocentes? El asesino de Aurora lo hizo en una sesión de la última entrega de Batman. Las victimas en Lafayette estaban disfrutando de Trainwreck, una comedia de corte romántico, antes de que les dispararan a bocajarro. Y en Nashville los espectadores se entretenían con una película futurista y apocalíptica, Mad Max: road to fury, cuando la ficción se confundió con la realidad.

 

 

Ir al cine puede convertirse en una actividad de alto riesgo y ni siquiera la temática de la cinta (aventuras, romance moderno o una distopía) sirve de guía cautelar en una selva repleta de fusiles y rifles de asalto que nos transforman en presas fáciles de cazar, como el león Cecil que le pusieron en bandeja al dentista cazador que hoy es un villano de película.

 

 

Sencillamente ya nada es sagrado y ese momento mágico que se vive en las salas puede evaporarse en una tarde de balazos de los que ni siquiera se salvan las inmortales estrellas de Hollywood. Si el cine hasta ahora era la gran evasión, hoy también puede ser una trampa mortal que tienden cazadores furtivos y agazapados en la butaca.

 

 

Pocos días después de que se produjera la matanza en la sala donde se proyectaba la muy divertida Trainwreck, quedé con una amiga para ver el último filme de Judd Apatow. No sin cierta ironía y algo de aprensión, mi amiga me envió un mensaje: “espero que reserves asientos cerca de la salida”. Nos reímos mucho con las aventuras y desventuras amorosas de la irreverente Amy Schumer. Y respiramos tranquilas cuando se encendieron las luces.

 

 

 Gina Montaner 

@ginamontaner
www.firmaspress.com

© Firmas Press

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