Fue un suceso –si es que fue- que no debió ser ni informal ni casual y, a causa de que exactamente fue eso, ha despertado toda clase de sospechas sobre si de verdad ocurrió.
Lo más intrigante del caso, es que, en el marco de la política y la diplomacia contemporáneas no se deja nada al azar, todo es detalladamente agenciado, a veces con meses de antelación, y casi no existen las circunstancias en que, presidentes, ministros o embajadores se encuentren sin que todo el mundo se entere del cuándo, por qué y dónde del evento.
Sin embargo, leímos en un comunicado la noche del sábado del U.S. Department of State, que se produjo “algo” entre los presidentes Obama y Maduro esa tarde, pero sin que se aclare si fue una reunión, un saludo o un tropezón, y, mucho menos, cuánto tiempo duró, ni el lugar del téte a téte.
Puede, entonces, razonablemente especularse que Obama entraba o salía de la sala de sesiones de la Cumbre y se le atravesó Maduro: “Hola Obama, yo soy Maduro, y yo quería…” Y que Obama lo cortó: “Maduro, yo no tengo nada contra usted, ni contra su gobierno, sino una profunda preocupación por la democracia y la libertad en Venezuela”. Y siguió.
Lo que no sabía Obama es que, muy a “lo comunista”, Maduro iba a salir diciendo que el encuentro había sido muy cordial, que el gringo se lo había pedido y que las relaciones USA-Venezuela “tenían un gran futuro”.
Y pienso yo, que esa sería la razón de por qué, “el encuentro, tropezón, o saludo” -que sería el segundo evento más comentado de la Cumbre-, no contó con un videito, una fotico y ni siquiera un “selfi”.
Quedó entonces la versión de “lo que pasó” en manos de Maduro y el “G-2” y de ahí salió un Maduro con un crucifijo hundiendóselo en el pecho a un draculiano Obama.
Por Manuel Malaver / @MMalaverM