Maduro: matar, torturar y encarcelar por un fracaso

Maduro: matar, torturar y encarcelar por un fracaso

Es una fatalidad que al mundo democrático le costó procesar, entender y creer -aun cuando la oposición la denunciaba y demostraba de manera irrebatible y contundente-, pero al final los hechos terminaron imponiendo su rostro bronco, agrietado y feroz: en Venezuela llevaba 15 años imponiéndose una dictadura que, como todas las de su género, concluiría transitando el camino de la guerra, la violencia y la muerte.

 

Fue una duda sembrada por la liviandad de un hábil demagogo, experto, además, en comprar lealtades y conciencias, y creador de un modelo político y económico híbrido por el que, el viejo, mohoso y anacrónico comunismo stalinista y castrista, se camuflaba ahora en los moldes de la democracia constitucional que se presentaba con afanes de novedad, pero solo para esconder las dagas, cañones y fusiles de siempre.

 

“Democracia participativa y protagónica” se llamaba, por oposición a la “democracia representativa y constitucional”, y que, tal demostraron historiadores como Germán Carrera Damas y politólogos como Aníbal Romero, era una trampa para atrapar incautos, puesto que, traía el contrabando del caudillo, del autócrata y del dictador que terminaría siendo el único “participativo y protagónico”.

 

Pero Chávez no venía con una, sino con un arsenal de trampas, y para desestabilizar a sus críticos, agitó el mascarón de proa de la “constituyente”, que empezó siendo el primero de muchos “golpes” con los que las mayorías fueron colocándose en el cuello el dogal de la dictadura.

 

“Dictadura constitucional”, la etiquetaron algunos, otros “electoralista” y los más “neototalitaria”, pues traía el veneno añoso pero eficaz del stalinismo y el castrismo, pero en odres nuevos.

 

Lo que siguió fue un espectáculo que, como traía la oferta de redimir a los pobres, establecer la igualdad, corregir las injusticias sociales y combatir la corrupción, pero desde la fortaleza de un Estado rico (ya que contaba con un importante ingreso petrolero), se le dio el beneficio de la duda del “ahora sí”, pues si los socialistas habían fracasado porque no lograron producir la riqueza que prometían distribuir ¿cómo podían repetir el fracaso en un socialismo que nacía rico, en uno que contaba con una renta de la tierra cada vez más cuantiosa, inagotable, y de fácil demanda, colocación y realización en los mercados internacionales?

 

¡Y fracasó…! Fracasó, no solo porque el socialismo es un voraz dilapidador de las riquezas que encuentra, sino porque destruye las fuentes, herramientas y razones físicas y morales por las que se producen.

 

En el caso venezolano le tocó, primero, a PDVSA, la estatal petrolera creada después de 80 años de esfuerzos del pueblo venezolano y responsable del 70 por ciento de las divisas que ingresaban al país. Después a la industria pesada, mediana y manufacturera. Y por último, al aparato productivo agrícola privado, que a causa de las invasiones, expropiaciones y confiscaciones a sus fundos y haciendas para ser estatizados y colectivizados, devinieron en baldíos.

 

El caso fue que, como herencia a su sucesor Maduro, Chávez, al momento de su muerte hace un año, dejó un país con su producción reducida a casi cero, pues, de una parte, el ingreso en dólares sufrió una merma continua por el colapso de PDVSA y el comportamiento a la baja de los precios del crudo; y de la otra, ya no hay producción agrícola nacional y mucho menos petrodólares para importar alimentos.

 

En otras palabras: que el socialismo de ricos nos hizo pobres, de exportadores en importadores, de autosuficientes en insuficientes, de sustentables en insustentables, de financistas en deudores, y de dadores en unos lamentables pedigüeños que sobreviven vendiendo la soberanía a países como Rusia y China, que ya son dueños de una parte significativa de las reservas de crudo, y somos insolventes con empresarios de países como Brasil, Argentina y Panamá, a los cuales debemos cerca de 10 mil millones de dólares.

 

Y como consecuencia, hay hambre en Venezuela, por noches y días seguidos se apiñan pobres y ricos a las puertas de abastos, mercados y supermercados, porque se acabó la leche, la carne, la harina de maíz, el arroz, la pasta, el café, el aceite, y el papel tualé.

 

Para decirlo en breve: estamos como en Cuba, o Corea del Norte, después de haber descendido de las alturas del último ciclo alcista de los precios del crudo (2004-2008), que en su pico llegaron a 128 dólares el barril y le generaron al tesoro nacional un ingreso de DOS BILLONES DE DOLARES.

 

Pero es que tampoco hay medicinas, y los pacientes de enfermedades crónicas como la diabetes, la hipertensión, las cardíacas y el cáncer, pueden agravarse o morir porque los tratamientos medicados desaparecieron pues el Estado rico y petrolero no tiene recursos para pagarle a los laboratorios que los fabrican o importan.

 

Pero de los venezolanos que escapan de las enfermedades y de la escasez de medicinas, tampoco puede decirse que estén a salvo, porque somos el 5to país del mundo con mayor índice de inseguridad, y en 2013 tanto como 25.000 nacionales perdieron la vida por la acción de bandas, pandillas y mafias de delincuentes que, no solo no tienen ningún contén del Estado, sino que cuentan con su simpatía y hasta con su complicidad.

 

Si concluimos que este es el país en el cual Chávez, con la ya comentada “constituyente”, puso fin a la independencia de los poderes, interfirió e hizo fraudulento el sistema electoral, partidizó la Fuerza Armada Nacional, se convirtió en financista y se hizo súbdito de la obsoleta, octogenaria y anacrónica dictadura de los hermanos Castro de Cuba, rebanando y haciendo inútiles los derechos humanos que prescribe la Constitución, percibimos cuál es la Venezuela en la cual un Estado neototalitario pretende reducir a sangre y fuego la protesta popular.

 

Una represión que después de 4 semanas ya cuenta 22 muertos, 261 heridos y 1199 detenidos y que será la única en el mundo que se habrá perpetrado por un fracaso, por un error, por una inutilidad, como que no hay un solo ejemplo que logre demostrar que el socialismo sirva para algo, y menos en la nación donde se experimentó con las mejores probabilidades de imponerse y concluyó en lo siempre: la URSS, la China de Mao, Cuba y Corea del Norte.

Por eso, a quienes hoy asesinan, torturan y encarcelan venezolanos, no se les puede etiquetar de “equivocados”, “”utopistas”, “fanáticos” o “fundamentalistas”, sino de simples y gruesos criminales, de asesinos por naturaleza, que en poco tiempo estarán vistiendo el uniforme de los presos comunes.

 

Gatillos alegres de la especie de Maduro, Cabello, Jaua, Rodríguez Torres, Benavides, Vielma Mora y otros que ni siquiera farfullan los argumentos de aquellos dictadores que hicieron alguna historia, sino que repiten el horror de los que destruyeron la que había, esperpentos como Raúl y Fidel Castro.

 

Manuel Malaver 

 

 

 

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