Los supremos felices

Los supremos felices

Por qué si todo está tan bien como ellos dicen parece que todo estuviera muy mal?». Tomo prestada la frase de un colega que en estos días escribió en tweet algo similar a raíz de lo que todo esperaba como «anuncios económicos» y que terminó siendo una variada gama de insultos y amenazas.

 

¿Por qué si supuestamente estamos en el país de la felicidad suprema todos nos sentimos tan mal? Partamos de la base según la cual no somos masoquistas. Esto no puede entenderse nunca como «un supremo estado de bienestar», al menos para las grandes mayorías. El problema es que a los jerarcas del Gobierno les encanta ver todo con la óptica de la primera persona bien sea del singular o del plural, pero resulta que ese pequeño grupo de privilegiados, ese «yo y ese nosotros» no representan a nadie más que a ellos mismos y a sus negocios. Y lo peor, lo más triste, lo que más molesta es que todo lo hacen en nombre del pueblo que dicen representar, esas grandes mayorías cada vez más pobres con una inflación que rebasa con creces los salarios mínimos de los que viven en una familia. Los «felices supremos» lo son con sus chanchullos, sus viajes, sus carros blindados, sus escoltas, sus casas fastuosas, con su tren de empleados y su «malandraje». Mientras más felices ellos, más infelices el resto.

 

Resulta enervante cómo en medio de este caos se les ocurra mencionar siquiera el término de «felicidad» no como una esperanza o una aspiración, sino como una imposición, hasta el punto de que si no lo eres es porque estás en el grupo de los «enemigos de la patria». No ser feliz es antirrevolucionario y, más aún, un acto de subversión.

 

Claro que podemos intentar abstraernos de la realidad y «ser felices» a pesar de ellos. De hecho, es la actitud más sana: refugiarnos en nuestras familias, nuestros afectos, nuestros deportes, nuestros gustos, en el arte, en la música, en la naturaleza y, por supuesto, en nuestra espiritualidad. Esa es la única forma de sobrellevar «tanta realidad», pero ¡cómo cuesta hacerlo!

 

Sí, somos unos infelices contradictoriamente felices, contra todo pronóstico. Pero no porque desde el alto gobierno «colaboren», sino porque hay una suerte de «intuición colectiva» de que en lo inviable de la situación actual está la clave de la solución. O, como se dice por allí: «la cosa está tan buena, de lo mala que se está poniendo». Todo el mundo afirma, sin importar la ocupación o condición social: «aquí tiene que pasar algo» y aunque nadie tiene la clave de cómo será la solución, la convicción es que esa vendrá más temprano que tarde.

 

¿Habrá tiempo para que los «felices supremos» se den cuenta de lo equivocados que están»? O, en una idea loca, ellos también están apostando a que «pase algo» y así salir airosos y victimizados. ¡Cuidado con los peines!

 

mariaisabelparraga@gmail.com

Por María Isabel Párraga

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