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El Presidente Abraham Lincoln (1809-1865), uno de los más queridos y respetados de los presidentes estadounidenses —me cuento entre los que así lo piensan—, dijo en alguna ocasión con su humildad característica: No puedes escaparte de la responsabilidad de mañana al evadirla hoy. Esa frase tiene el valor dual de poder cabalgar en dos direcciones simultáneamente: en el alma de la Venezuela pensante, como compromiso de la lucha en defensa de la libertad en nombre de las nuevas generaciones; y para los ciudadanos norteamericanos de hoy y de mañana, obligados a cerrar filas en contra de los regímenes autárquicos, que aun aceptando el capitalismo como sistema económico, persisten en la idea de asfixiar la libertad en las naciones del mundo libre.

 

 

Mucho se especula con opiniones ligeras y sin fundamento, pero también con juicios calificados acerca de la proximidad del fin de la hegemonía política, económica y militar de los Estados Unidos. La realidad mundial habla de movimientos y cambios en las estrategias geopolíticas de las grandes potencias y sus aliados, pero en ningún momento puede llegar a afirmarse, con argumentos realmente de peso científico, que la supremacía política, económica, tecnológica y militar de los Estados Unidos, afortunadamente para los amantes de la libertad, del buen cine, del baseball, del jazz y el rock, esté en peligro.

 

 

Hay autores que sostienen —Robert Kagan, 2008— que la gran falacia de nuestra era, refutando a Fukuyama, ha sido creer que el orden liberal internacional está basado en el triunfo de las ideas y en el desarrollo natural del progreso humano. En esta nueva era de recomposición de fuerzas a nivel mundial se ha fortalecido en lo político el anarquismo, se han incrementado los gobiernos de naturaleza autocrática y se han envalentonado los fundamentalistas enemigos del occidente cristiano, estimulados por potencias enemigas de la democracia liberal.

 

 

 

Todo ello ha venido tomando cuerpo alimentado por la política exterior estadounidense, unilateral y aislacionista, y la práctica de intervenir sin consultar con sus socios naturales, para hacer justicia por mano propia o ayudar a implantar la democracia por la fuerza en países sin condiciones y cultura para asumirla, caso Irán, Irak y Afganistán.

 

 

En ese contexto, en el plano político, a los Estados Unidos, en este siglo que transcurre, le tocará un rol similar al desempeñado en la segunda mitad del siglo veinte: el ser el líder indiscutible —Kagan— de un concierto de democracias que complemente a la ONU, (Europa, Estados Unidos, Japón, Israel, Brasil etc.), que significa ahora no la lucha contra el viejo y fracasado comunismo, sino contra gobiernos de naturaleza autocrática: China, Rusia Turquía, Irán, Venezuela, Bielorrusia, enemigos furibundos del estado de derecho.

 

 

En lo económico, Estados Unidos no es la Inglaterra del periodo previo a la Primera Guerra Mundial. Gran Bretaña sucumbió como gran potencia porque no tenía la base económica para competir con las potencias emergentes de aquel momento, Estados Unidos, Alemania y Japón. Las dos primeras la superaban en producción industrial y en el desarrollo tecnológico de los sectores económicos estratégicos. La grandeza política de Sir Winston Churchill consistió en prolongar el papel protagónico de Inglaterra en política internacional hasta después de la Segunda Guerra Mundial.

 

 

Estados Unidos, a diferencia de Inglaterra, cuenta con una base económica para mantenerse como una gran potencia. Su economía sigue siendo competitiva internacionalmente y mantiene su liderazgo en tecnologías claves para el futuro, como la nanotecnología y la biotecnología. De acuerdo al Academic Rankings of World Universities, conocido como clasificación Shanghái, de las diez mejores universidades del mundo, ocho son estadounidenses, lo que permite catalogar su educación universitaria como la mejor del mundo. No solo forma excelentes recursos humanos nacionales, sino que representa el lugar de destino para estudiantes y científicos de todas partes del planeta. El verdadero reto para Estados Unidos, para no correr la suerte de la Inglaterra post victoriana, es sin lugar a dudas de carácter político.

 

 

La tesis fundamental de otro autor —Fareed Zakaria, 2008— consiste en demostrar por otro lado que sería un gran error considerar que el cierre de la brecha económica que separaba a EE. UU. de otras potencias constituye una desventaja; al contrario, de alguna manera el triunfo de Estados Unidos en materia de globalización es lo que hoy le permite que su principal objetivo en política económica a nivel internacional deba ser aprovechar, junto con las otras potencias, las ventajas de la globalización para acelerar ese proceso internamente e incorporar al mismo a aquellas regiones que se han quedado rezagadas.

 

 

El cierre de la brecha y el fortalecimiento de otras potencias es inevitable, dice Zakaria, pero para que dicha tendencia se convierta en una fuerza positiva para los norteamericanos, se debe cambiar su enfoque y objetivos básicos, pues la unipolaridad que practicó Estados Unidos desde la caída de la URSS le dio algunas ventajas temporales, pero lo volvió arrogante, flojo y descuidado. Como resultado, el antinorteamericanismo, según encuestas, alcanzó durante la presidencia de Bush hijo niveles superiores a los que se dieron durante la guerra de Vietnam.

 

 

En materia militar, sin lugar a dudas, con todas las presunciones y preocupaciones del Congreso de los Estados Unidos por los adelantos vertiginosos ganados por China en los últimos años en innovación militar, el gasto en defensa ejecutado para 2018 por Estados Unidos, estimado en 600.000 millones de dólares, habla por sí solo, pues triplica los 200.000 millones ejecutados el mismo año por la primera potencia asiática.

 

 

La reflexión final de Zakaria pondera lo que hoy intentan los demócratas —y que tanto nos aterra a los venezolanos por la dilación que implica—: una mejor combinación entre el poder duro que ha prevalecido en la postguerra fría y el poder suave de Estados Unidos.

 

 

Este nuevo papel es muy diferente del papel tradicional de superpotencia. Requiere consultas, cooperación e incluso compromisos. El poder se deriva de la determinación de la agenda, la definición de los temas y de la movilización de coaliciones. No es una jerarquía de arriba abajo en la que Estados Unidos toma sus decisiones y después le informa a un mundo agradecido (o en silencio). Pero es un papel crucial porque, en un mundo con muchos jugadores, determinar la agenda y organizar coaliciones se vuelven formas primarias de poder. El jefe de un consejo que puede guiar gentilmente a un grupo de directores independientes es, en efecto, una persona muy poderosa.

 

 

En lenguaje político, esta es el agua del protocolo diplomático que no calma la sed ni el hambre de harapientos a los que luego devuelven en aviones de Chile disfrazados con trajes biológicos; de decenas de miles que retornan a pie porque también se saturan los empleos en Colombia; de los que mueren a las puertas en los hospitales por falta de insumos médicos o en sus casas porque sienten pánico de visitar un hospital; de familias enteras que se disputan la basura a las puertas de los restaurantes y los vertederos, en fin, de todos aquellos que nos hemos quedado para seguir luchando a pesar de la deplorable calidad de vida y de los caóticos servicios.

 

 

Siento un profundo respeto y reconocimiento por el gobierno de los Estados Unidos, y por su cultura, su valor, su sentido práctico, su inteligencia para vivir y vencer, su amor por la libertad y el respeto inmenso por la condición humana, no tengo en absoluto nada que reprochar a su política exterior, por el contrario, agradecer tanta constancia en favor de la democracia, tantos humanos gestos para con el pueblo venezolano, pero me temo, que aunque el peso de llevar a cuesta este inmenso desastre es absolutamente nuestro, debo reconocer que ha habido diletancia en el trato del caso venezolano por parte de nuestros socios y aliados.

 

 

 

El rotundo fracaso del deshielo de las relaciones entre Cuba y EE. UU, entre diciembre de 2014 y mediados de 2017, ya ha debido ser asimilado por los demócratas, para calibrar el valor de la palabra y los acuerdos con estos rufianes cuya representación en Cuba, el pueblo pide en las calles al grito de Patria o Vida, que se vayan. Ellos son talibanes tropicales; en este caso capos de ilícitos, en cuanto las fuerzas internacionales miren en otra dirección o atiendan otros asuntos, como en Afganistán, ellos volverán a sus andanzas con más fuerza, a reprimir, a expropiar, a encarcelar, a silenciar y a asesinar.

 

 

 

Estamos lidiando con gente que, como decía la vieja canción de despecho que bailaban nuestros padres, nacieron sin corazón en el pecho. Son tan perversos que en su afán depredador están pervirtiendo, y esa es su idea, el símbolo más hermoso y respetable de la civilidad: el voto, el derecho a elegir, mientras se trazan agendas y se definen temas para negociar acuerdos, en mi caso personal con más incertidumbre y angustia, que esperanza y sosiego, que Dios quiera al final se respeten y nos conduzcan a la salida de estas tinieblas.

 

 

León Sarcos,

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