Los chulos de la renta

Los chulos de la renta

“No hay nada que pueda mostrarse como posible contenedor del deslave social en que estamos”

 

Disculpen el título, pero en eso nos hemos convertido. Puede que involuntariamente. Es probable que si hubiésemos podido escoger, habríamos preferido ser unos ciudadanos que consumen hasta lo que producen y que tienen el Estado del tamaño que pueden financiar. Finalmente eso nos habría permitido ser más libres y más independientes de los poderosos de turno. Pero no, nos tocó ser rentistas y peor aún, después de 100 años de historia petro-rentistica, no haber encontrado la forma de zafarnos de ella.

 

El calificativo ciertamente aplica para todos. Nuestra condición de dependientes del Estado parece ser el atributo más democrático que tenemos. Obviamente los mecanismos de distribución no son igualitarios y esa es nuestra verdadera fuente de desigualdad, no las majaderías marxistas de la explotación o la plusvalía. Acá la cosa es más simple. Se limita a un tema de contactos y puntos de partida que nos sitúan cerca o lejos del Estado distribuidor.

 

A pesar de las diferencias de acceso, desde los grupos económicos tradicionales, hasta los de nuevo cuño, pasando por los que venden Pantene en la autopista o blisters de Atamel en la boca del Metro, todo consiste en captar un pedazo de renta, para después revenderlo entre aquellos que no tuvieron dicho acceso.

 

Si fuéramos sinceros, o los mecanismos de acceso a la renta se resumieran en visibles colas tras una taquilla, pues nuestra economía real no sería más una larga disposición de ventanitas de repartos según el presupuesto (o el ramo de pertenencia) de cada uno. Tendríamos entonces unas ventanas para los dólares baratos (la de los mas privilegiados), otra para los afortunados que son proveedores del Estado, otra (puede que la más masiva) para los productos subsidiados, otra donde entregan los permisos para vender con permiso, otra para las credenciales que nos adjudican con algún privilegio que dan el chance de apertura de nuevas taquillas. Esta última sería distinta a aquella donde otorgan credenciales para controlar o sancionar a otros que capturaron renta en el pasado y, por último, pero no por ello menos lucrativa, habría una taquilla para gozar de impunidad tributaria por las rentas adquiridas.

 

Claro esta, en una economía de riqueza concentrada y sin criterios de distribución económicos sino políticos (o planificados que es lo mismo) como la nuestra, podríamos seguir listando las distintas modalidades de acceder a la renta, de hacernos con una tajada de poder de compra en el exterior, de tomar un pedacito (lícita o ilícitamente) del único vínculo que nos queda con la modernidad, o lo que es lo mismo, podrían ser casi infinitas las modalidades para hacernos con un pedazo de renta, pero todas con un denominador común: ninguna necesita ser productiva.

 

Los justificadores de siempre dirán que los mecanismos de distribución de la renta han existido desde que el país se insertó en la economía mundial por medio de su expediente rentístico, o lo que es igual, desde que el nivel de vida de los venezolanos dependió del impuesto que pagaban las compañías petroleras (ayer extranjeras hoy Pdvsa) al Estado propietario del recurso petrolero. Ciertamente los mecanismos de asignación de renta del pasado (gasto público, subsidio al tipo de cambio y subsidio al tributo interno) eran eso, medios de asignación no económicos, vehículos discrecionales de asignación de recursos según algún criterio o proyecto.

 

El del pasado, fallido o no, se suponía productivo, basado en el intentode superación del recurso asignado desde el Estado. Consistía en distribuir la renta para, algún día (o peor) cuando esta faltase, los agentes económicos de la Venezuela rentista pudieran dar el paso a vivir de lo que producían. Dicho en términos de nuestro provocativo título: dejar de ser chulos de la renta.

 

Es cierto que la transformación en un país productivo no se logró, pero luce bastante claro que en el presente la meta luce aún más lejana. En 1999 los más de 20 millones de venezolanos vivían con 19 mil millones de dólares en importaciones. Tres lustros después los 30 millones de hoy no pueden vivir con 80 mil millones de exportaciones por petróleo.

 

Para quitarnos de encima a los defensores de lo imposible, dejemos en claro que no es cierto que el venezolano de hoy se diferencia del de ayer, porque aquel vivía en la indigencia y el actual navega en el mar de la felicidad. No hay como sostener semejante afirmación a no ser que sea con letanías repetitivas o histericismos ideológicos. La Venezuela de hoy se aproxima a los niveles de pobreza de 1999 y, lo más dramático, no hay nada en el horizonte que pueda mostrarse como posible contenedor del deslave social en el que estamos. La Venezuela productiva, la que sustituyó parte de nuestras importaciones, la que exportaba unos 4.000 o 5.000 millones de dólares al año en actividades no tradicionales, hoy se resume a cero, a un gigantesco cementerio de industrias cerradas o abandonadas, a profesionales que buscan horizontes fuera del país o a la de trabajadores que arrastran los pies a su improductivo y peor remunerado centro de trabajo o cola de mercado.

 

El trágico afianzamiento de los venezolanos como ciudadanos dependientes de un recurso que no controlan, no sólo se expresa en las practicas revendedoras (de arbitraje dirían los expertos) en la que parece resumirse nuestra actividad económica, sino que es muy posible que asistamos al final de nuestro destino, que presenciemos lo que parece ser ya el umbral de un nuevo crack en los precios del petróleo. Por los cambios en el mercado petrolero, que además siempre tiene lugar después de un alza o boom de precios, el barril comienza a precipitarse. Las cuatro semanas continuas de caída de los precios auguran la posibilidad de un nuevo techo del precio que baje de los 100 dólares, en los que se mantuvo en los últimos 4 años, a un perfil cercano a los 75 dólares por barril.

 

Estamos a las puertas de nuestra más temida pesadilla hecha realidad, parece haber llegado el día, otro nuevo día, en que al chulo no le quedará más remedio que salir a trabajar.

 

Luis Pedro España

 

 

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