«¿Por qué ellos sí y nosotros no?»… No duró mucho la presión, enseguida nos dieron paso
Yo conocí un país donde pensar distinto y expresarlo no era motivo de miedo y ayer me sorprendí haciéndole un gesto de «cállate mi amor, aquí no», cuando mi príncipe de once años se le ocurrió decir «este gobierno es un desastre» porque en la cola del Ferry para Margarita dos camionetotas de enchufados civiles vestidos de rojo y militares de verde oliva se colearon y pasaron primero que los que estábamos haciendo la fila a pleno Sol una hora antes. Mi pequeño tiene clarito lo que es el abuso y tiene la maravillosa particularidad de no soportar las injusticias. Pues allí, frente a dos efectivos de la Guardia del Pueblo, dijo lo que todos estábamos pensando y que quince años de «excesiva prudencia aprendida» han hecho mella ya no solo con una autocensura mediática, sino muchísimo peor, ciudadana.
El asunto me movió. ¿Por qué reaccioné así? ¿Fue solo una salida instintiva típica de cuando un pequeño comete una imprudencia? ¿O fue temor al verde oliva? ¿Es que tantos años de hegemonía ya están haciéndonos olvidar de nuestro «derecho a pataleo»? ¿Será lo mismo que sienten los que hacen colas eternas para conseguir los productos básicos? Ese, mejor me quedo callada no vaya a ser que eso traiga consecuencia y al final no consiga ni siquiera el paquete de harina de maíz?
Lo más llamativo de todo fue la cara de mi príncipe sorprendido por mi reacción. ¿Cómo es eso que había que calarse el abuso de poder, no revirar y de paso tener que aguantar el regaño de su mamá, quien como periodista vive defendiendo la libertad de expresión?
Un grifo
Afortunadamente él no se autocensuró y a raíz de su reclamo como quien abre un grifo comenzaron a llover las quejas por «la eternidad» de horas que habíamos pasado en el solazo mientras los «enchufados» pasaban como Pedro por su casa. Creo que todos sentimos pena que fuera un niño el que «sacara la cara» por todos los que estábamos en esa situación. Pero lo peor fue la respuesta del «efectivo militar» al contestar a manera de disculpa: «es que son oficiales y gente del Gobierno». Sin duda, eso fue el detonante para que el resto, los ciudadanos abusados ya sí abiertamente comenzaran a reclamar: «¿por qué ellos sí y nosotros no?»… No duró mucho la presión, enseguida nos dieron paso.
De este capítulo que se ha hecho, lamentablemente cotidiano, aprendí varias cosas. En primer lugar que la «autocensura» está presente no solo en nuestros medios de comunicación sino que además el temor de ejercer la crítica y el sano deporte de reclamarle a la autoridad hoy en día se piensa tres y cuatro veces. Otra enseñanza es que nos hemos vuelto «sumisos» ante los abusos y, lo que es peor, que a fuerza de tanta «prudencia» podemos estar criando una generación de «autocensurados» y, finalmente, que cuando la gente se arriesga y ejerce las presiones necesarias, más aún si son colectivas, el poder cede…
Gracias mi príncipe valiente, por la lección recibida.
mariaisabelparraga@gmail.com