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Las amenazas a la democracia

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Las amenazas a la democracia

El control y la disciplina que ganan las autarquías por el uso de la fuerza y la supresión de la libertad está obligada a ganarlos y a ampliarlos la democracia, mediante la aplicación más severa de las normas y de las leyes. Pues existe una paradoja que debemos superar, porque está debilitando a la democracia liberal y sus instituciones, que consiste en el hecho de que a más libertad y a mayores conquistas de los derechos humanos, más discrecionalidad, más fragilidad y más claudicación de la ley frente a la anarquía, los extremismos y las aspiraciones igualitarias.

 

 

Sobre todo, porque es fácil observar que la confianza en la democracia ha venido declinando de una manera preocupante, especialmente en las últimas dos décadas, en todo el mundo. Un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo(BID) y el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IIEE), realizado durante la primera década de este siglo, nos dice que solo el 35% de América Latina y el 47% de Europa están satisfechos políticamente con la democracia.

 

 

Ese deterioro de la fe democrática se ha acentuado en la última década de manera preocupante, especialmente porque se ha venido desdibujando la imagen del modelo piloto estadounidense y ha caído la democracia más sólida y estable de América Latina en la segunda mitad del siglo XX: la venezolana, sustituida por un modelo de hibridación política que solo Dios sabe a dónde nos llevará, con el agravante de que por un proceso inédito de osmosis político-social, las desviaciones, inconsistencias y debilidades de nuestras democracias se están reproduciendo, aunque de forma incipiente, en el referente democrático por esencia: el modelo norteamericano.

 

Winston Churchill dijo en una de sus muy conocidas frases: La democracia es la peor forma de gobierno, a excepción de todas las demás. Creo que hay causas generales que explican mundialmente la declinación del interés de la gente por la democracia, incluyendo al sistema por excelencia: el estadounidense, el cual ha empezado a mostrar signos de decadencia en su funcionamiento político, así como el resto de democracias de Europa y las latinoamericanas, que conformamos el mundo libre.

 

 

Siento que después de la caída del muro de Berlín, las satisfacciones de muchas de las aspiraciones ciudadanas cubiertas por las democracias occidentales cambiaron y surgieron otras nuevas, sorprendentes y exigentes, motivadas también por la revolución digital. Aparecieron en el escenario innumerables insatisfacciones acumuladas que crecen de manera mucho más vertiginosa que las respuestas políticas. El protagonismo de la gente gracias a las redes ha hecho que la masa le pierda respeto al liderazgo político y que se suponga de manera artificiosa: los protagonistas somos nosotros. El liderazgo de la gente, más informada ahora que nunca antes en toda la historia, ha empoderado sin direccionalidad al individuo, mientras crece el vacío político y se fortalece la autarquía donde estaba asentada y se alienta el anarquismo con proyectos personales y de secta de nuevo cuño. A lo que se suma el multilateralismo, que por burocratico lo mediatiza todo.

 

 

Al desaparecer el comunismo como modelo político utópico y aceptar sus líderes el libre intercambio, se vació de contenido ideológico lo que antes se identificaba como izquierda, pero también se despojó de sustancia lo que antes constituía la medula de las ideas de la derecha: el libre intercambio. Ha habido cambios sustanciales en la manera de hacer política que la elite mundial no está percibiendo claramente. Ello ha conllevado una dispersión de las plataformas doctrinales y dado paso a hibridaciones que están pariendo monstruos de padres ocultos donde sobrevive mucha de la genética de viejos dogmas y religiones ortodoxas y otras criaturas extrañas cuya paternidad nadie quiere asumir.

 

 

A rio revuelto, ganancia de pescadores: en una transición histórica, como la que vivimos, los grandes ausentes son los nuevos líderes y las nuevas ideas, lo que pasa entre republicanos y conservadores en Estados Unidos, es lo mismo que pasa en América latina entre la izquierda y derecha. Sobreviven especies de protocolos como los de los capitanes de avión para hacer determinados recorridos. No hay ajustes, no hay cambios, no hay modificaciones ni nuevas técnicas, rutas ni aviones. Mientras tanto se consolidan las autarquías en el mundo y en Latinoamérica emergen cada día con más fuerzas los gobiernos de corte autoritario.

 

 

Cuántos cambios han ocurrido del 90 para acá, cuántos árboles, cuántos bosques, cuántos frutales, cuántos jardines han florecido. Acontece igual en la política; los dos últimos presidentes americanos, desde el punto de vista de su formación y de su cultura, ambos, Donald Trump y Joe Biden, lucen pequeños, enanos, frente a la magnitud y la complejidad de la situación político-social, económica y ambiental, que ha provocado el súbito adelanto de la ciencia y la tecnología digital, la aparición de las pandemias y los cambios climáticos, pero especialmente ante los desafíos que hoy se plantean los jóvenes, la academia americana y los buenos espectadores, élites y aliados del desarrollo de la sociedad a la que tanto debe la humanidad.

 

 

Con el desarrollo abrupto de la ciencia y la revolución digital, al desbordarse la información y estimularse las opiniones, se ha exacerbado el igualitarismo, que siempre debe ser gradual, porque en la democracia depende del mérito; no es un decreto de algún psicópata al que se le ocurrió, porque él sufrió mucho, que tiene que joder a todos los que no han sufrido. Los medios, el maremagnum de información y el yo exacerbado de la masa en las sociedades democráticas están haciendo de los gobernantes unos imbéciles.

 

 

Si hay un signo alarmante en estos tiempos difíciles, es que el representante parece haber cobrado pánico frente al representado. Esto visto desde la relación padre-hijo, maestro-alumno y especialmente gobernante-gobernado. El chantaje del de abajo ha tomado primacía. Por supuesto, la mesa parece servida para los gobiernos autárquicos y para los aventureros, advenedizos y vengadores de su propia tragedia personal. Los sin escrúpulos al estilo Putin, los desalmados prototipos de los hermanos Castro, los aventureros usurpadores de sello Chávez-Maduro, los fundamentalistas al estilo iraní y los integristas de corte Talibán.

 

 

El alma de una democracia, su engranaje, su combustible, su lubricante, sin lugar a dudas, es la ley, y a través de la ley, eso que los amantes de la libertad hoy extrañamos y evocamos con dolorosa nostalgia en Venezuela: el estado de derecho. La democracia debe crear sus propios muros defensivos impenetrables eligiendo asertivamente a calificados gobernantes. Una sociedad seria debe pasar por varios filtros, físicos y mentales, a sus aspirantes a presidente y a todos los representantes que pretendan ocupar cargos públicos. No es la mayoría de edad, por solo poner un ejemplo, y saber únicamente leer y escribir. ¡Por Dios!, tengo hacia la imagen de Donald Trump y Jair Bolsonaro las mismas observaciones de incompetencia y limitaciones personales, por solo decir lo menos, que pudieron haber sido argumento para evitar el acceso al poder del Sr. Hugo Chávez y el Sr. Pedro Castillo.

 

 

La democracia se fortalece blindándola de farsantes, de simuladores, de perdedores. Construir una democracia puede costar siglos y la sangre de generaciones enteras; no es posible que pueda ofrecer oportunidades a sus enemigos para que la destruyan. Esa parece ser parte de una jugada que se intentó en Chile y fracasó, se trató en Venezuela en los 60 y fue derrotada, hasta que se disfrazó de demócrata el victimario y engañó a la mayoría, con el atenuante, para nuestro crédito, de que Venezuela ya estaba sembrada de ideas y valores democráticos, y una generación de relevo ha prolongado su vigencia muy a pesar de sus enemigos, para que vengan otros nuevos guerreros a rescatarla.

 

 

En adelante, el juego debe ser cerrado: con la democracia todo, contra la democracia nada. Los acontecimientos recientes en el mundo nos hablan del fortalecimiento de feroces enemigos de la libertad, del estado de derecho y del modelo de vida occidental; a esos desafíos habrá que hacerles frente; la democracia tiene sus reglas para preservarse, que debe fortalecer con rigor de hierro. Tolerante con los adversarios, pero implacablemente feroz con los enemigos. Los adversarios a su modo combaten por hacerla perfectible; los enemigos luchan para destruirla y exterminar a los demócratas y su estilo de vida libre.

 

 

En el pasado la irracionalidad más recalcitrante como la de los talibanes, en Afganistán, ha tenido su contrapeso en confrontaciones de distinta naturaleza a lo largo de la historia. Los extremismos ideológicos y religiosos, siempre se han alimentado del ejercicio de la violencia sin límites y solo es posible detenerlos siendo mucho más letal en los métodos de lucha. La mejor medicina y el inicio de la derrota en Colombia de las FARC y ELN, fueron los famosos Paracos, con técnicas de aniquilación más sanguinarias y crueles que las utilizadas por los guerrilleros de extrema izquierda.

 

 

Ya veremos en Afganistán el nacimiento de nuevas heroínas, al igual que las amazonas y las mujeres de Telesila en la antigüedad, de la Reyna Cordelia en la mitología británica, y de Juana de Arco en Francia, en la guerra de los cien años, iconos de mujeres guerreras con la capacidad, la temeridad y el coraje que deben tener las nativas para organizarse y enfrentar las humillaciones y las prohibiciones de los talibanes, sin esperar las insurgentes en el frente de sus casas a que vengan por ellas a darles un tiro de gracia. Todo terror termina produciendo su antídoto; estoy seguro de que muchas mujeres afganas, inteligentes, hermosas y valerosas, más temprano que tarde superaran también en el plano de la violencia y la crueldad de la guerra a los hombres, y en el caso que toca, a los primitivos misóginos talibanes.

 

 

León Sarcos

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