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La urgente y dura tarea de gobernar

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La urgente y dura tarea de gobernar

Suerte la del joven Maduro. Nunca hasta ahora ha tenido que gobernar. Es decir, ocuparse de que algo se haga, de que algún objetivo, alguna política se lleve a cabo. En síntesis, que una población determinada salga beneficiada con y por acciones que él, directamente, haya diseñado y luego cuidadosamente llevado a cabo. En eso, Capriles, más joven que él, le lleva una morena, una amplia ventaja. Ha tenido que garantizar -primero en una alcaldía y luego en la compleja gobernación del estado Miranda- que se lleve a cabo un gobierno.

 

Mala suerte la del joven Maduro. Pasados los cincuenta (pocos años más joven que su padre Chávez) y todavía no ha acumulado ninguna experiencia de gobierno propiamente dicha. Es más, si uno se fija bien, la escogencia que de él hizo Chávez tuvo que ver con lo que no había sido. Con el hecho de que jamás había brindado la oportunidad de que se evaluara su competencia como gobernante.

 

En este sentido le lleva una apreciable ventaja Diosdado, el hombre que Chávez expresamente no quiso fuese su sucesor. Pero también Arias Cárdenas y hasta Aristóbulo. Todos ellos han gobernado algo, han manejado presupuestos y han podido ver qué decisiones funcionan y cuáles terminan poniendo la torta. Maduro nunca. Nunca ha tenido que embarrarse, y nunca ha podido adjudicarse un éxito. Siempre ha visto los toros desde la barrera, y a lo más que ha llegado es a ser «el que estaba allí, a la mano». Cero responsabilidad, cero nada.

 

Maduro tampoco ha tenido que escoger un equipo de nada, que le acompañase a algún lado para hacer alguna cosa importante. Jamás ha tenido que discriminar entre quién-sirve-para-qué y quién no. En ese sentido se le hace muy cuesta arriba evaluar para qué sirve Giordani, si es que sirve para algo. O cuál es la ventaja de cargar con Rafael Ramírez.

 

Y esa absoluta carencia de experiencia se nota ya, y cada vez con mayor fuerza. En el mundo real carecer de experiencia en las tareas de hacerse acompañar, y no tener un olfato adecuado para catar gente y sobre todo los momentos y las oportunidades que a cada rato brotan en la vida de un gobernante, terminan siendo cianuro puro.

 

Ustedes dirán que ver las cosas así es dejar de lado que «la gente aprende», y que «con el tiempo la gente va descubriendo lo que funciona y lo que no», a lo cual sólo respondo con un «sí, pero». En efecto, si a alguien le sobra tiempo y posee abundante y casi que excesiva legitimidad, puede, con calma, usar ese tiempo del que dispone y hacerlo con abundancia. Pero ese no es el caso de Maduro.

 

La Revolución -ésa que ellos tienen en la boca a cada rato y para cualquier cosa- ha entrado en una fase decisiva. Desapareció su creador, y desapareció sin remedio, en el más amplio sentido del término. Y lo hizo sin haber logrado consumarla, a pesar de que dispuso de 14 largos años con todo el poder y los recursos del mundo para realizar su sueño.

 

El «mejor tiempo de la revolución» ya pasó, y lo que su denodado creador y líder máximo no pudo lograr ¿es siquiera imaginable que lo puedan hacer los sobrevivientes del régimen, escasos por lo demás? La vida al lado de Chávez y su peculiar modo de llevar a cabo sus propósitos dejó en el pelero a quienes le acompañaron de cerca. Creo que lo que tan sagazmente advirtiera Miguel Ángel Santos en este diario hace algunas semanas, pesa mucho. Chávez, según él, castró a toda la dirigencia que logró continuar a su lado, y son ellos quienes ahora deben llevar a cabo lo que él no pudo. ¿Habráse visto mayor despropósito?

 

Chávez, en efecto, logró liquidar toda semblanza de división de poderes -la piedra fundamental del moderno Estado de derecho-, controló al ejército, gastó inmensos recursos en garantizarse unos medios de comunicación totalmente a su disposición y unos Estados clientes convenientemente ubicados. Todo ello para lograr su objetivo: el Estado Comunal, que contaría con el apoyo mayoritario de la población, expresado en continuos procesos electorales.

 

Y justo cuando tenía a la mano esa posibilidad, va y se muere. Chávez fue una anomalía: un Estado comunista botarate y querido por un número apreciable de quienes vivirían la experiencia. Esa anomalía requería de tiempo y de dinero, mucho dinero; y eso fue lo que tuvo en abundancia. Pero él ya no está y su exitosa experiencia vale muy poco de ahora en adelante. Y mucho menos con un Maduro al timón. Es el hombre menos indicado para la posición a la que aspira, en el momento menos propicio. Por eso su calvario comienza el 14 de abril.

 

antave38@yahoo.com

 

 

Fuente: EU

Por Antonio Cova

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