“El odio es un asunto del corazón; el desprecio, de la cabeza. (Arthur Schopenhauer)
Confieso haber reflexionado mucho sobre los sentimientos que han animado a los actores de esta experiencia que nos aflige y que comenzó, por cierto, aquel 4 de febrero de 1992, para desgracia de esta nación y que aún perdura y amenaza, con permanecer todavía, más allá de este tiempo.
¿Aquello de Chávez que ofrecía “freír las cabezas de adecos y copeyanos”, por solo citar una de muchas que pudieran repetirse, era una emoción de odio o de desprecio o, de ambos?
Escuchar a ratos a Maduro, Diosdado, Jorge y ni hablar de Iris Varela por evocar algunos de los más elocuentes dignatarios del régimen, proporciona confirmaciones más que impresiones sobre que hay una oscilación pendular entre el odio y el desprecio, en aquellos que ejercen un poder ilegítimo y autoritario, que a ratos pretende disfrazarse de legal y democrático.
Se trata de un discurso empapado de animosidad y rencor, originado además por una patológica emoción que condensa un complejo de superioridad que solo se sacia con la humillación de todos los demás congéneres y especialmente aquellos que, osan mostrarse disidentes y opositores.
Me vino al espíritu esta cuestión oyendo a Maduro reclamar a las Naciones Unidas el mal trato que reciben los coterráneos que se marchan cual desahuciados que intentan la desbandada y el éxodo como una opción última, final, crucial. ¿Cinismo?
En paralelo, escuché a Diosdado entre risas afirmar que “estarían doscientos años en el poder, que ni por las buenas ni por las malas se irían” y ello a pesar del peor gobierno de la historia universal. ¿Impudencia?
Inhabilitar a María Corina, además de cobarde, es un golpe a la soberanía del pueblo que dicen acatar y representar y que es quien debe decidir. Cinismo, desprecio, humillación los tipifica. “Por sus obras los conoceréis” ¡Jesús dixit!
Es una forma de normalizar un permanente atentado contra la ética de la política y la banalización de la displicencia que generan y convierten en un estado de cosas que, siendo su responsabilidad, asumen que no les concierne. Es el discurso de la mentira, la simulación y la irresponsabilidad también.
Pasé por el pueblo de Baruta camino a mi casa y presencié un intercambio de los artículos del CLAP por cambures, tomates y cebollas. Me acerqué y les pregunté a unas señoras que en sus manos traían los paquetes de harina y frijoles y hacían la cola, si les era eso conveniente, si no perdían en ese intercambio por uno o dos kilos de fruta y la respuesta fue la misma: «Señor, esto no lo comen ni los animales y cualquier cosa es mejor”.
Tal vez, pensé, estarían de mal humor y he consultado a otros tenedores y receptores y las respuestas se parecen mucho. ¿No saben eso allá en Miraflores o en las oficinas del PSUV? Y esa es el ancla de la política social del gobierno para mantener la fidelidad fatua de un pueblo antropológicamente victimado, dañado, despersonalizado.
El gesto “patriota” del “chavomadurismomilitarismoideologismo” ante el impúdico fiasco de una revolución de todos los fracasos, desprecios y humillaciones sería apartarse y dejar al país intentar su recuperación; pero hay otro componente en ese Frankenstein que nos tiraniza y es el “castrismo” que conoce la lección y la han traído para amaestrar a los sórdidos de aquí. No hay sentido de patria, solo de poder para el poder.
El ideologismo importado y asumido en su enajenación megalómana por el difunto y, diseminado por sus acólitos en ese pueblo pobre, manipulable e ingenuo, prescinde de toda humanidad y desconoce el valor de la persona y su dignidad.
Ya no les quedan secretos a los fascissocialistas psuvistas y por eso, no nos sorprende Maduro en Egipto, en la Conferencia Mundial sobre el Clima hablando “cara e’ tabla” sobre medioambiente y sugiriendo políticas, mientras acá son actores del mayor ecocidio que se ha visto en América, con el cuento ese del Arco Minero. Hervidos todos los pétalos del cinismo se obtiene una gota de esencia chavomaduristamilitaristacastristaideologista, sin duda alguna.
Piensan ellos que siempre estarán allí. Un ademán espiritual entre la confianza y el temor de que no sea así los insufla, pero apuesto que, así como llegaron, se van a ir porque la única eternidad asequible aparte de la que nos ofrece Jesús, es la del pueblo que no por vivir en la agonía admitimos que debe morir.
¡Pasará el cinismo, el desprecio, el odio, las humillaciones y ellos, también pasarán!
Nelson Chitty La Roche
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