No queda otra, llegó la hora de los locos, fanatizados y desorientados segundones, a quienes las líneas maestras trazadas por el gran timonel no les alcanzan para continuar la hoja de ruta hacia el «socialismo del siglo XXI» y amenazan con extraviarnos en su confesa estulticia y torpezas. Pero debemos admitirlo desde el principio, su ingenua sinceridad es admirable y debemos agradecerla: Chávez era un muro de contención a sus extravíos de novatos engolosinados con el poder y a sus balbuceos de aprendices de brujos. Aunque también es cierto que fue Chávez quien llevó el país al borde del abismo y por eso ahora son ellos y sólo ellos, los únicos capaces de arrojarnos al vacío.
En realidad podrían hacerlo por dos razones. Una por ignorantes, por incapaces y porque les queda muy grande el inmenso poder que les legó el padre pródigo y no sepan cómo administrarlo. Otra por resentidos, por malvados porque me da la gana y te la tengo jurada. Es decir, por los más bajos instintos que pueda animar a los seres humanos que otros, como Chávez, solían dosificar celosamente y elevar a los altares de la ideología para disimular su verdadera naturaleza. En fin, que los locos no se disfrazan y, por tanto, se muestran como son.
En otras palabras, los locos, si se quedan, constituyen una sola certidumbre: no se sabe qué va a pasar pero seguramente no será bueno porque en ellos priva el rechazo a lo único que les (y nos) podría salvar a todos: la intolerancia radical y la negativa rotunda e indeclinable a cualquier tipo de acuerdo con «el enemigo» (con el sólo queda la liquidación), legado fundamental, por cierto, del ahora llorado y ausente padre pródigo.
Pero este último tenía claro su derrotero: hacer la revolución para asegurar un poder total e ilimitado (en espacio y tiempo) y no al revés. En medio de sus desvaríos egocéntricos y sus avances y retrocesos tácticos, casi siempre supo definir su estrategia y, por tanto, en medio de la desgracia y el desorden, sabíamos, a ciencia cierta, hacia dónde nos quería llevar, lo cual, por cierto, se le hizo bastante difícil: el dominio total de una sociedad cautiva y amordazada. Pues bien, con los locos, ni siquiera tenemos esa certeza y en el ánimo de infundirnos temor y terror nos dicen la verdad: «ya el loquero que nos amarraba no está y ahora daremos rienda suelta a nuestra locura».
Por todas esas razones es que vamos a unas elecciones realmente decisivas donde no caben el cálculo mezquino, las florituras estadísticas o el análisis frío y presuntamente objetivo porque si lo somos, quiero decir, objetivos, concluiremos que sólo queda un camino (el 14 de abril) para detener la locura. Y aunque parezca melodramático decirlo, en ello nos va la vida.
@rgiustia
Fuente: EU
Por Roberto Giusti