“Hijo de profesional, será profesional; hijo de obrero está condenado a abandonar los estudios”
La semana pasada la directora del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, Anitza Freitez, junto a sus colaboradores, le entregó al país los resultados de la Encuesta Nacional de Juventud. Los datos que reporta son más que demoledores. Desmitifican la ficción que se construyó en medio de lo que fue el boom de ingresos 2004-2008. Una vez pasada la rasca petrolera y escudriñado su verdadero impacto, llegamos a la conclusión de que esta generación, puede que la última que haya experimentado una bonanza rentística, fue una generación perdida.
El lector puede encontrar más datos y análisis sobre los resultados del estudio en www.proyectojuventud.ucab.edu.ve, yo me limitaré a resaltar algunas de los hallazgos que me parecen de crucial importancia.
1 La exclusión educativa
El estudio de la Ucab está concentrado en la población de edades comprendidas entre 15 y 29 años. Para ese segmento etario, especialmente para los que tienen entre 15 y 19 años, lo más importante no es otra cosa que estudiar. Pues bien uno de cada tres adolescentes no va a la escuela. Se trata de 900 mil jóvenes fuera del bachillerato. La cifra en sí misma es un escándalo, pero lo es más cuando vemos las causas.
La mitad de nuestros muchachos deja de estudiar a los 17 años, pero cuando se trata de hogares donde el promedio educativo de los adultos es bajo, la escuela se abandona más tempranamente, es decir a los 15 años. La historia de la pobreza se repite. Hijo de casa sin estudios se convierte en un muchacho con baja escolaridad, pocas oportunidades y menores ingresos.
Este factor, denominado clima educativo del hogar, explica la expulsión de los jóvenes de la escuela mucho más que las diferencias económicas o las de género. Aunque lógicamente tener una condición económica alta o incluso ser mujer eleva las probabilidades de terminar el bachillerato, es el nivel educativo de los adultos que rodean al joven, la variable que más incide para que este termine o no los estudios medios.
Esta es una pésima noticia. No es más que la constatación de que la escuela no está haciendo la diferencia. Hijo de profesional, será profesional; hijo de obrero estará condenado a abandonar los estudios. Mientras que en los hogares con bajo nivel educativo los muchachos interrumpen los estudios en promedio a los 15 años, los de hogares con alto nivel educativo, no ocurre sino después de los 22 años.
2 Sin estudio no hay (buen) trabajo
La desescolarización temprana, o los pocos años de estudio, suponen una inserción laboral precaria o incluso permanecer en una condición que eufemísticamente se califica como “en otra situación”. Hasta 23% de los jóvenes encuestados ni estudian, ni trabajan. Esta es una de las causas sociales de dos de los grandes dramas de la juventud venezolana: la violencia y el embarazo de adolescentes. La situación de vulnerabilidad y riesgo es mucho mayor entre 20% más pobre, donde casi cuatro de cada 10 “no hace nada”, mientras que en 20% de hogares más ricos, sólo 11% está en esa situación.
Por su parte, los que ingresan al mercado laboral lo hacen con desventajas. Los años de escolaridad de los jóvenes que trabajan es menor a los 12 años y de ellos, poco menos de 620 mil (12%) tienen una escolaridad menor a la educación primaria.
Mientras el Estado fiestea con las cifras de desempleo general, los jóvenes padecen el problema social de su participación en la vida adulta a consecuencia de su baja capacitación, su inserción temprana o incluso se no participación en la actividad productiva, la realidad de estudio y trabajo de nuestros jóvenes no depara ningún buen futuro.
3 Formando nuevos hogares, pero de pobres
A diferencia de los países desarrollados y otros del propio continente latinoamericano, nuestros jóvenes tienen una iniciación temprana en la conformación de hogares. Más allá de su iniciación sexual, también prematura (15 años para los hombres y 17,8 para las mujeres), los jóvenes forman uniones independientes, en promedio, antes de los 20 años. Esto ocurre generalmente por el nacimiento del primer hijo, la consecuente necesidad de formar un hogar y tener que trabajar.
Todas estas premuras de causas sociales más que individuales, marcarán el futuro socioeconómico de la nueva familia, creando condiciones desfavorables, no solo por la baja escolaridad y la consecuente precariedad laboral, sino por su prematura independencia. Cuando los jóvenes respondieron a la pregunta sobre la razón por la cual dejaron el hogar de origen (de los padres), menos de 4% dijo que fue por haber alcanzado autonomía económica.
4 La política y los jóvenes
Es mucha la información disponible en la encuesta sobre la participación política de los jóvenes. Su situación social llena de dificultades, lejos de haberlos encerrado en su precariedad cotidiana, más bien los activa y se muestran muy interesados en la política, 80% de ellos dice tener algún interés por la política, y si bien sus preferencias ideológicas están distribuidas lejos de las polarizaciones (31% se dice de izquierda, 30% de derecha y 39% de centro), es claro que se aspira por los cambios políticos.
Los jóvenes están de acuerdo en su preferencia por la democracia y su gusto por las elecciones. Hasta 77% considera que las elecciones de cualquier tipo son un evento importante y 78% cree que la democracia es el mejor sistema político.
Pero este fervor por la democracia no parece ser un hecho utilitario. 69% se encuentra nada satisfecho con el funcionamiento de la democracia en el país y más de 60% cree que el Gobierno hace poco o nada para solucionar problemas de tipo económico (68%); combate a la corrupción (64%) o mejoras en la seguridad ciudadana (60%).
5 ¿Cuál es la esperanza?
Aunque la cifra no es tan alta, cierto sentido de realidad, y puede que compromiso con el origen y sus apegos, hace que 73% de los jóvenes no tenga intenciones de irse del país. Un resto y dramático 23% sí lo tiene, y como se entenderá, esto es mayor entre los jóvenes de mayor nivel económico y de menor edad. Nuestros jóvenes están conscientes de la difícil situación social generacional que les tocó vivir, pero no por ello están dispuestos a renunciar. Un extraordinario 43% cree que la situación del país va a mejorar, mientras que 38% piensa lo contrario.
La diferencia entre uno o la posibilidad de que los optimistas sean cada vez más, dependerá si de una vez por todas se formula una política de juventud que deje de hacer énfasis en lo mediático y estético y se centre en los problemas que tiene esta generación, que por su situación social, ya parece perdida.
Luis Pedro España