Al 3 de octubre de 2024, la brecha entre las tasas de cambio oficial del BCV y la paralela alcanzó a 23%. Ella es sustancialmente menor que la de otros episodios donde prevalecieron tipos de cambio múltiples como en la década de los ochenta cuando en diciembre de 1988, se situó cerca de 100% o durante los años 2005-2010. Sin embargo las circunstancias ahora son otras.
La política que ha seguido el BCV ha sido evidente, al anclar el tipo de cambio con el propósito de contener las expectativas de devaluación y con ello disminuir la inflación y en esta tarea ha tenido un éxito relativo, toda vez que la inflación ha bajado significativamente, pero no lo suficiente para hacer creíble esa cuasi fijación del tipo de cambio oficial. Hay que mencionar que una buena parte de los programas económicos que intentaron estabilizar la tasa de cambio recurriendo exclusivamente a la intervención de los bancos centrales concluyeron en colapso de la moneda nacional.
El problema surge porque la inflación local no baja lo suficiente respecto a la inflación de los países socios comerciales, de forma tal que el tipo de cambio se atrasa respecto a su valor de equilibrio y finalmente se produce lo inevitable, la devaluación que se quiso evitar. Ese desajuste del tipo de cambio genera expectativas de devaluación e inflación y el banco central termina perdiendo la partida contra el mercado. Más aún, cuando se aplica una política fiscal expansiva, la cual es el enemigo de los regímenes de tipo de cambio fijo o cuasi fijos, la devaluación se intensifica.
Así, en una economía diminuta como la venezolana, la intervención semanal del ente emisor con US$ 80 o US$ 100 millones puede calmar al mercado en tanto no aumente la liquidez en bolívares. El peligro gravita en torno a la demanda de moneda nacional. Como los agentes económicos repelen los bolívares, ello se traduce en demanda de bienes, entre ellos el dólar. Si el BCV no cubre la demanda, la presión de mercado se voltea hacia la tasa paralela, de allí que la brecha cambiaria aumenta, gradual pero sostenidamente.
Esa brecha, cualquiera sea su tamaño, genera un conjunto de distorsiones como la oportunidad de arbitraje, es decir comprar los dólares escasos que vende el BCV a la banca y luego revenderlos en el paralelo y hacer una especie de pedaleo con esas operaciones, altamente rentables.
Otro efecto recae en la fijación de los precios, porque en una economía de mercado el precio se fija de acuerdo con el costo marginal de adquirir la divisa y éste los representa la tasa de cambio paralela. Así, los comerciantes y la cadena de valor se enfrentan al tema de fijar los precios a la tasa oficial pero adquirir bienes de proveedores fijados a la tasa de cambio paralela, lo que obviamente afecta el margen del negocio.
Un tercer efecto tiene que ver con el fisco, por cuanto éste recibe las divisas de Pdvsa a la tasa de cambio oficial pero los gastos del gobierno contienen la inflación conformada a la tasa de cambio paralela, con lo cual se deteriora la situación fiscal.
Por todo lo anterior, es posible aunque no seguro, que el gobierno vaya corrigiendo gradualmente la brecha cambiaria mediante una devaluación paulatina de la tasa oficial, lo que indudablemente va a tener un impacto directo en la inflación, debido a la incidencia casi lineal del ajuste del tipo de cambio sobre los precios. En conclusión, una vez más, no hay almuerzo gratis.
José Guerra