“Cuando se hable de Silvio Rodríguez en el futuro se hablará de un singularmente dotado poeta y músico que, a sus horas, también fue comisario político y vocero vindicador de una de las más atroces dictaduras totalitarias que haya padecido nación alguna en nuestro continente”.
Hace poco, en la velada del Día de los Enamorados, me vi, no sé cómo, sentado en el patio de butacas del estupendo Teatro de Chacao. La entrañable Soledad Bravo era la estrella.
No se alarme el lector : mi bagatela de fin de semana no será una crítica musical. Pretende, más bien, sacar a pasear una íntima y mordedora perplejidad: la que me produce la actitud de la sociedad venezolana, en general, ante la aparentemente definitiva concreción de uno de los más largamente procurados designios de Fidel Castro: “ponerle la mano” a Venezuela.
La idea de este artículo me llegó al final del recital de Soledad. En el curso del mismo, y no podía ser de otro modo, ella incluyó muchos y muy señalados temas de la llamada Nueva Trova Cubana que durante décadas ha interpretado con brillantez. Hubo de parte de Soledad sentidas dedicatorias a su amiga de toda la vida, Sofía Imber, sentada entre el público, y un solidario recuerdo para la jueza Maria Afiuni, arbitrariamente confinada.
Entonces, al final, Soledad fue llamada a escena por una nutrida andanada de aplausos y ella cantó, como bis, la celebérrima “Canción del Elegido”, el poema laudatorio al Che Guevara que, décadas atrás, compuso el talentoso artista cubano Silvio Rodrìguez.
Me detengo aquí para dejar muy claro que no pretendo recusar el derecho que asiste a todo artista de elaborar su repertorio como mejor y más sabrosamente le dicten sus apetencias, ni mucho menos acusar a mi amiga Soledad de propagandista del régimen de La Habana. ¡Faltaría más! Y para ello me apresuro a recordar que pocas figuras públicas mostraron solidaridad presencial con los estudiantes que protestaban ante le embajada cubana como lo hizo mi querida Sole.
Lo que tampoco quita que, sin duda alguna, cuando se hable de Silvio Rodrìguez en el futuro se hablará de un singularmente dotado poeta y músico que, a sus horas, también fue comisario político y vocero vindicador de una de las más atroces dictaduras totalitarias que haya padecido nación alguna en nuestro continente.
Puesta a salvo, pues, mi inextinguible admiración por Soledad y mi convicción de que se trata de una demócrata a carta cabal ( a más de ser una excelsa anfitriona que ha deparado a sus amigos inolvidables degustaciones de su cocina y discoteca), me ocupo, al fin de lo que me inquieta. Con lo que vuelvo a la “Canción del elegido”.
2..-
Afirmar, sin más, que se trata de una elegía guevarista puede encontrar el reparo de que Rodriguez no alude directamente al abominable sicópata argentino tenido por santo laico por los idiotas de siempre. Pero los millones de entusiastas de la Nueva Trova que hay en el mundo así lo decidieron desde siempre.
En todo caso, sus versos están imbuidos del tìpico complejo del intelectual de izquierdas por no haber sido “hombre de acción” que lleva a Rodrìguez a prosternarse ante el desalmado ícono argentino-cubano de los años sesentas. Tacha al sujeto de su poema de “animal de galaxias” para exaltar la condición sobrehumana de un fallido paladín de la revolución permanente. Su cantar habla de metralla y de humo, de la necesidad de entender que “la guerra es la paz del futuro”. Mejor lema belicista, mejor vindicación de la “violencia revolucionaria” es difícil de hallar en el cancionero latinoamericano, y en él incluyo al catálogo de corridos de la revolución mexicana.
Nada de esto sería señalable si no fuera por lo que más impresión me causó: el público de esa velada – de clase media y mediana edad – recibió los primeros reconocibles compases de “Canción del Elegido” con una salva de aplausos evocativa de una noche cualquiera en el auditorio de la Facultad de Arquitectura durante la llamada Renovación Universitaria, en tiempos del primer gobierno de Rafael Caldera. Acaso solo se tratase de nostalgia por el tiempo en que “no sabíamos más, teníamos quince años”.
La poética ironía que hallo en todo esto radica en que,a buen seguro, ninguno de los extáticos presentes en el teatro parecía advertido de que estamos literalmente sojuzgados por los designios de La Habana, que nuestro jefe de estado elegido en octubre pasado es, en los hechos, un cautivo, ni más ni menos que un rehén. Que nuestra fuerza armada e instancias importantes del funcionariado estatal están bajo el escrutinio permanente del G2, que el usurpador que ocupa la vicepresidencia reporta y obedece órdenes de Raúl Castro.
Algo con lo que quizá nunca llegó a soñar el Che Guevara, el Elegido. ¡Patria o muerte!, ¿venceremos?
Ibsen Martínez está en @ibsenM