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Hora de salsa y penuria

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Hora de salsa y penuria

 

En los buenos tiempos de la democracia representativa, de elecciones universales directas y secretas, sin máquinas ni votos escondidos en el ciberespacio ni municipios electorales construidos para beneficiar al partido gobernante, la mayoría de los dirigentes de la izquierda salían y aparentemente se formaban en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la UCV, trabajaban y asomaban las más peregrinas teorías en el Instituto de Investigaciones Económicas, primero, y en el Cendes, después.

 

 

 

Siendo el marxismo en lo esencial una teoría económica, se entendía que la construcción de la nueva sociedad tenía sus cimientos en el dominio de los temas relacionados con la planificación, la producción, la distribución y el consumo. Los grandes opositores y las grandes controversias tenían su origen y destino en los asuntos relacionados con la economía, fundamentalmente “con la justa distribución de la riqueza”. Todos, hasta Julio Escalona, con sus deficiencias lecto-ortográficas, intentaban en sus largos ratos de ocio de la lucha armada tratar de pergeñar no solo propuestas, sino también verdaderas calamidades epistemológicas.

 

 

 

El centro de la discusión era la administración de las ingentes riquezas que poseía el país en el subsuelo y a ras del suelo, fuesen hidrocarburos o minerales. Habiendo aprendido del fracaso que resultó en México la nacionalización, con la misma ingenuidad que después, en la década de los noventa cuando se propusieron repetir por otros medios la experiencia bolchevique rusa, espantaron a las empresas transnacionales y cada día cedían más mercado a los competidores que se mutaban en aliados de manera subrepticia.

 

 

 

Los economistas marxistas, en su afán distributivo, negaron la importancia de la producción y convirtieron el comercio en “solidaridad entre los pueblos”. Regalamos 110.000 barriles diarios a Cuba, para que ellos enseñen a vivir sin desodorante y sin pasta dental al proletariado venezolano.

 

 

 

Habiendo llegado a la catástrofe actual, sin medicinas, sin comida, sin billetes pero con Gran Combo de Puerto Rico charrasqueando en Miraflores, han desaparecido los antiguos oráculos. Nadie asume el fracaso del modelo económico y la nomenklatura en pleno asume la aplicación del Plan de la Patria con el mismo convencimiento con que Stalin se sometía a enemas tras enemas en la búsqueda de la eterna juventud, con la misma eficacia con la que ordenaba a sus espías revisar las heces de sus adversarios y amigos para descubrirles “debilidades psicológicas”.

 

 

 

Han sido 17 años sin un economista que revise las cuentas del Estado, ni siquiera un contabilista de multiplicar y sumar ha revisado los recibos, las cuentas por pagar ni los descoyuntados ingresos, pero no soltamos la charrasca. Vendo antología de Fidias Danilo Escalona y bigote de Groucho Marx.

 

 

Ramón Hernández

 

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