De la euforia a la decepción en un puñado de horas. Del derroche de optimismo, por momentos el puro anhelo, a la aflicción desconsolada en un viaje sin escalas. Es comprensible, sí, salvo por el hecho que, en el proceso, varios aprovechan para practicar su deporte predilecto: el canibalismo. Como Saturno, Cronos, que se devoraba a sus propios hijos. En este caso, a los mejores.
Hablo del 9 y 10 de enero en Venezuela; la frustrada juramentación de quien fue abrumadoramente elegido y la nueva usurpación del dictador, derrotado en julio por 7.4 millones contra 3.3 millones de votos, 67% a 30%.
A pesar de ello, o quizás precisamente por ello, la democratización de Venezuela posee hoy más recursos, ha acumulado capacidad de acción colectiva, solidaridad y participación. Eso es mucho más de lo que se podía imaginar dos años atrás.
Esa democratización está más cerca que en 2016, cuando construir instituciones democráticas consistía en descolgar cuadros de Chávez. Más cerca que el 30 de abril de 2019, cuando la liberación de Venezuela ocurriría por la quimera de un golpe militar, idea que además distanció a la Administración Trump. Y más cerca que en mayo de 2020, cuando aquella invasión militar que rescataría al país, operación Gedeón, no fue más que la aventura de una empresa de seguridad privada.
Y más cerca que en cada una de las traiciones de una oposición supuestamente opositora, pero en realidad colaboracionista y normalizadora, si no encubridora, de la dictadura. Son los que pasaron años abogando por el levantamiento de sanciones con el argumento que “Venezuela es una sociedad dividida”. Pues Biden los escuchó, Chevron y Repsol exportan cada vez más. Y tenían razón sobre la división de la sociedad, sólo que es 70-30 en contra de Maduro.
Es que, en estos dos años, el liderazgo de María Corina Machado rechazó soluciones desde arriba para construir desde la base en todo el territorio. Así, su partido, Vente Venezuela, se transformó en un movimiento social para organizar las elecciones primarias, desplegar la campaña, superar las inhabilitaciones, resistir la represión, forjar consenso en la verdadera oposición, promover la participación, fiscalizar la elección con voluntarios y, finalmente, monitorear el cómputo de los votos y demostrar, con el 85% de las actas, quién ganó y por cuánto.
Todo lo anterior desde una cuasi clandestinidad, ocultándose de la represión del régimen. Por ello es que los normalizadores ahora jibarizan este movimiento social y sus logros con criticas baratas y descalificaciones inaceptables. Que Edmundo González no era un buen candidato, siendo que fue más que digno y que no había otro posible. Qué María Corina equivocó la estrategia, ya que el regreso y la juramentación del presidente electo no eran posibles. Eso mismo decían Maduro, Cabello y los Rodríguez, curiosamente.
Con el diario del lunes es simple, el problema es que en política hay que decidir antes, definir la estrategia con información incompleta y, particularmente en Venezuela, en condiciones inconcebiblemente adversas. Se trató de una elección en un Estado bajo la ocupación de un conglomerado de organizaciones criminales, el “gobierno” de Nicolás Maduro. Por ello también, lo logrado en términos de acumulación de capital social y capital democrático es sencillamente extraordinario.
Por lo dicho, Venezuela votó; la victoria fue abrumadora; el establishment de políticos colaboracionistas pasó a pertenecer al museo de la historia; la fiscalización de la ciudadanía no tuvo precedentes; la auditoría técnica fue colosal y las actas recorrieron el mundo. En estos 25 años el chavismo ganó elecciones, pero también las robó. Es sólo que no había manera de demostrarlo, hasta ahora. Maduro perdió en todas las comunas de Caracas, incluida Petare, la más humilde. Además de derrota, fue humillación para el régimen.
Todo lo anterior forma parte de ese capital acumulado. El “hasta el final” no era “hasta el 10 de enero”, sino hasta la construcción de una sociedad democrática, lo cual llevará más tiempo, y, desdichadamente, más sangre, sudor y lágrimas. La democratización de Venezuela apenas comienza.
Una anécdota. Hernán Siles Zuazo fue electo presidente de Bolivia en 1980, pero no pudo asumir debido a un golpe de Estado. Finalmente, el 10 de octubre de 1982, juró como presidente en una ceremonia en el Congreso Nacional, marcando el retorno de la democracia después de años de dictadura militar. María Corina y Edmundo tienen trabajo por delante: hacer contar los 7.4 millones de votos.
Héctor E. Schamis
@hectorschamis