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Eutanasia socialista

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Eutanasia socialista

 

En el siglo XXI los venezolanos conocieron el socialismo, una utopía que les conquistó la imaginación y el corazón desde mediados del siglo XIX, pocos años después de que Engels y Marx publicaran en 1848, sin mucho éxito de audiencia, el tan recurrido, reeditado y reprologado manifiesto comunista y su advertencia: “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”.

 

 

Después de la toma del poder por los bolcheviques se esparció sobre el planeta la leyenda dorada del socialismo. Pocos se atrevieron a desenmascarar la farsa. Con presuntos marinos europeos que llegaban a Puerto Cabello desembarcaron los primeros emisarios del paraíso obrero que desde los Urales hasta el mar de Bering se conocería hasta su desintegración en 1990 como la URSS, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

 

 

No fue fácil ni pacífico. Hubo mucha sangre, torturas, injusticia y hambre. Todos los padecimientos multiplicados al infinito. Una barrera de terror, la cortina de hierro, ocultaba al mundo la verdadera naturaleza de la ingeniería social que se aplicaba a partir de las teorías de Marx y Lenin. Se impuso un régimen totalitario y primitivo, contrario a la esencia humana, en el siglo en que el hombre lograba los más importantes avances científicos y sociales: llegó a la Luna, caminó sobre su superficie y volvió para contárselo en persona a quienes lo habían seguido a través de la televisión en vivo y en directo. Casi nada, mientras la leña era el principal combustible en 90% de Rusia.

 

 

En 1928, cuando Stalin se hacía de todo el poder como secretario general del Partido Comunista ruso, los estudiantes venezolanos se alzaban contra el general Juan Vicente Gómez en el nombre de una novia que llamaban Libertad, que muchos la confundieron por demasiado tiempo con el socialismo, el supuesto gobierno ideal y perfecto. En marzo de 1931 empezó a funcionar clandestinamente el Partido Comunista, un grupete de pequeños burgueses, no de proletarios, que enamoraba a la clase media que emergía gracias al petróleo que extraían las transnacionales, los capitalistas.

 

 

El general Gómez murió en su cama y dejó al mando al general en jefe Eleazar López Contreras, que prosiguió la institucionalización del país desandada a golpe de machete y disparo de chopo ‘e piedra desde que José Tadeo Monagas, azuzado por Antonio Leocadio Guzmán, asaltó el Congreso el 24 de enero de 1848 para evitar que lo enjuiciaran por haber violado la Constitución, “ese papel amarillo que sirve para todo”.

 

 

Entre 1938 y 1939, cuando Stalin acababa con sus adversarios reales o imaginados mediante los llamados procesos de Moscú, en Venezuela no se aprendía la lección de la guerra civil española, la primera gran traición de los comunistas a los proletarios de Occidente. La moda era ser socialistas, Robin Hood de la política. Finalizada la Segunda Guerra Mundial y mientras se mantenía oculta la verdadera naturaleza del régimen soviético, el general Isaías Medina Angarita legalizó el PCV. La verdadera carrera ascendente del socialismo en el corazón de los venezolanos empezó cuando sus cuadros se fajaron con valentía a luchar contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y por la democracia. Pasado el romance con el populismo y la candidatura de Wolfgang Larrazábal, fueron catequizados por el castrocomunismo. Sin revisar razones ni estrategia se embarcaron en la lucha insurreccional que los llevó a una derrota política y militar. Hubo sangre y fuego, pero la lección no fue aprendida ni comprendieron el espíritu democrático del venezolano.

 

 

Pacificados volvieron a la lucha política, mientras tanto y por si acaso. Muerto Stalin y desenmascarada la verdad por Nikita Kruschev, el socialismo trastabillaba. El debate lo abrió un venezolano, Teodoro Petkoff, con sus tesis contra el socialismo real que imponía su paraíso totalitario con tanques de guerra, fusilamientos y gulags. En Venezuela, en 1989 el socialismo duro se había comido sus entrañas. Ser socialista era ser socialdemócrata, reformista. Hasta los más ortodoxos dejaron de visitar Cantaclaro, el edificio sede del PCV, en la parroquia San Juan. Si el Comité Central se reunía en una moto sobraban puestos. Apenas era la referencia de un dogma superado. En 1992, con el golpe militar, saltó a la palestra pública un chafarote que había militado en una organización subvencionada por Cuba, los asaltos a bancos y secuestros, el PRV-Ruptura, y con un par de palabras encantó a una población que buscaba un ángel vengador que los salvara de las tropelías reales e infundadas de banqueros y políticos corruptos.

 

 

En 2002, luego de las marramuncias y teatros sangrientos de abril, el mandón asumió el socialismo cubano y en todos los cuarteles se escuchó la consigna “Patria, socialismo y muerte”. Al viejo y dinosáurico PCV le arrebataron sus colores –rojo y amarillo– y las antiguas consignas agrarias; solo le dejaron la foto apagada de un gallo pataruco. Las fuerzas armadas, dizque herederas del Ejército Libertador, comenzaron a ufanarse de ser el brazo armado de políticas trazadas en La Habana, sin importarles el bienestar ni la felicidad de los venezolanos.

 

 

 

Han pasado veinte años de la toma del poder. Ahí está la patria plena de muerte, de hambre y miseria, se hizo realidad la utopía del socialismo. Fracaso total. Vendo hoz y martillo ensangrentados.

 

 

Ramón Hernández

@ramonhernandezg

 

 

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