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¡Es tiempo de lealtad! ¿A qué? ¿A quién?

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¡Es tiempo de lealtad! ¿A qué? ¿A quién?

“El que come mi carne, el que bebe mi sangre, vivirá en mí y yo en él”.
Jesús de Nazareth

 

El diagnóstico que hace tiempo me permití hacer sobre el decurso de la nación, según el cual, luego de un cuarto de siglo gobernando el chavomadurismomilitarismocastrismoideologismo, la revolución de todos los fracasos solo tenía, quizá, por decirlo de alguna manera, un logro; haber inficionado de personalismo, sectarismo y pragmatismo, la institucionalidad toda, al Estado como marco político jurídico en simultáneo, a la república, en cuerpo y en alma y haciéndolo así, forjar desde la usurpación, desconstitucionalizándolo, un Estado PSUV se ha confirmado.

 

No hay Estado Constitucional; hay un monstruo irracional en su lugar, un mutante regresivo, inmoral e insolente que se pretende definitivo, inmarcesible, eterno.

 

Ontológicamente corrupto, mitómano, esquizoide, ominoso, perverso, ese EstadoPSUV se recrea cínico, devino genética imperando, en un maligno heliogábalo, devorador de las riquezas con las que contó y contábamos como entidad político-jurídica independiente y soberana, hasta arruinarnos; insaciable, compulsivo, obsesivo, deletéreo se atraganta además de derechos humanos, vidas incluidas, civilidad, legalidad, porvenir, verdad, ética, moral y lealtad. Va ahora ese Estado PSUV, como los cubanos, rusos, iraníes, norcoreanos, por el alma misma de los conciudadanos, se aproxima ya a una forma endógena de totalitarismo.

 

Proviene el engendro Estado PSUV de un cruce entre un Behemot, un Leviatán y un Basilisco, al que los valores de la nacionalidad no le significan nada y, en su enajenación, mira la patria, el terruño, al pueblo como el botín de los tesoros que, desde el adulterado establecimiento público, disuelto y metamorfoseado en barco de los corsarios, donde obran con exultante impunidad por cierto y, no son otra cosa, créanme, asaltan inmisericordes, cual filibusteros, sin pudor, sin arrepentimiento al legado más preciado de Bolívar, Páez, Vargas, Roscio, Ribas y los demás auténticos patriotas.

 

En efecto, el pueblo venezolano vive el momento de todas las agresiones, decepciones, frustraciones. Venezuela no es ya sino una desamparada sociedad que los tuvo como sus vástagos a los que les entregó su ilusión y a cambio es victimada, protagonizando entonces los zafios, la hora más aciaga de la historia nacional, la compilación de las más execrables traiciones y el discurso lamentable que justifica, la banalización de todas las deslealtades.

 

Son tumores metastásicos que se fueron regando hasta enfermarlo casi todo. Aquella guía de Ceresole, que siguió impertérrito y sin escrúpulos el difunto, “Ejército, caudillo y pueblo”, nos trajo hasta la tragedia misma de esclavizar al pueblo y negarle sus derechos, su ciudadanía.

 

El drama más agudo de esta Venezuela en manos del chavismo madurismo militarismo castrismoideologismo consiste en el vaciamiento de la armadura normativa e institucional.

 

Estamos a la merced de cualquier actuación que por vía de hechos se exprese, vale decir, basta que el hegemon decida o sus esbirros privarnos de nuestros derechos y no habrá consideración ni respeto como pasa con los presos a los que se les imputa terrorismo por protestar un fraude grosero como el que están forjando aún en el TSJ y antes en el CNE.

 

Ni la Constitución ni la ley significan, como antes dije, nada para el Estado PSUV usurpador. El gobierno y la justicia son lo que la fuerza imponga y sin miramientos. Ya decía Lacordaire, “entre el débil y el fuerte, es la libertad la que oprime y la ley la que libera.”

 

Para ser más claro, la fidelidad al régimen y a sus dignatarios, en las condiciones actuales y sabiendo lo que pasó el 28 de julio, se constituye en la deslealtad hacia lo que somos y representamos. Obedeciendo a veces y esta es una constatación, desconocemos o contrariamos nuestro compromiso, nuestro juramento, nuestra responsabilidad. ¿Qué somos entonces? Una caricatura de nosotros mismos, un remedo, un payaso.

 

Siento pena, desazón, tristeza cuando paso por la autopista del este y al lado de la base aérea Francisco de Miranda miro y a diario lo hago, una valla con los rostros de Chávez y Maduro con una inscripción: “Es tiempo de lealtad”, y me pregunto y me respondo con angustia ¿a qué?, ¿a quién? A ellos y a sus intereses, no a la patria ni a la república.

 

Y acabo comprendiendo por qué Chávez prefería a Cuba que a su país de nacimiento, a la que además le entregó su confianza y su amor. Y en el caso de Maduro y los que lo acompañan, me hace recordar aquello que repetíamos como una advertencia de niños por parte de nuestros mayores: “El amor y el interés se fueron al campo un día y, más pudo el interés que el amor que le tenía”.

 

La nación se encuentra huérfana de sus seguridades, de sus raíces y de sus lealtades, así es como nos quieren, inermes e indefensos; pero no se lo permitiremos, pensaremos, lucharemos y, sobre todo, mantendremos nuestra consciencia libre a pesar de todas las violencias y presta la susodicha a recuperar nuestro ser, nuestra libertad, nuestra soberanía, nuestra dignidad.

 

Recuerdo a Camus: “No se trata de saber si persiguiendo la justicia lograremos preservar la libertad. Se trata de saber que, sin la libertad, no realizaremos nada y perderemos a la vez la justicia futura y la belleza antigua».

 

Lealtad a la patria. Perseverancia, consistencia y resiliencia son las líneas por seguir. ¡Dios nos asista!

 

Nelson Chitty La Roche

nchittylaroche@gmail.com

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