Generalmente, anda con dos o tres relojes en sus antebrazos. Revisa las funciones de cada uno luego de repararlos. Es la forma más segura de comprobar las exigencias de los relojes. Su perseverancia por hacer el mejor trabajo posible, no sólo la considera un deber de vida.
En el fondo, busca enaltecer la figura de su padre quien fue su gran maestro y mejor compañero de aventuras propias del buen relojero. Aunque al mismo tiempo, busca destacar las virtudes de la solidaridad, la abnegación y sentirse relojero competente y diligente.
Recalca siempre, quien estas líneas refieren con afecto y respeto, Don Lenín Calderón Amaya, lo mucho que estima el rendimiento del tiempo toda vez que el tiempo le permite emular a su recordado maestro. Aunque también, le brinda las oportunidades necesarias para aprender todo lo que la vida exige antes de disfrutar del sueño eterno.
Los senderos recorridos
Atento hacia dónde dirigir sus pasos, este destacado relojero apuesta a lograr las metas que están al final de cada programa diario trazado. De cada travesía. De cada recorrido.
Sin importarle los desafíos que perturban el camino, enfoca su visión según sus capacidades vayan orientándolo. Quizás fue la razón que lo indujo a tener al deporte como filosofía de vida. Tan relevante razón, lo ha motivado a convertirse en un constructor de puentes. O especialista de puentes edificados sobre los ríos que pasa. Más aún, cuando en cada evento deportivo de caminata a los cuales es invitado, reconoce en ello la oportunidad que lo llevaría a despejar las incógnitas alineadas a lo largo y ancho de cada situación penumbrosa que asoma la naturaleza.
Estas líneas dejarían de tener el sentido que la animaron, de obviar el significado del tiempo que tiene un relojero entregado a tan particular y fundamental ocupación. La vida de tan apreciado personaje transcurre en torno a lo que aprendió jugando al amparo de su maestro y pedagogo autodidacta que fue su padre. Así que el tiempo para el relojero de esta historia de vida, discurre distinto de cualquiera que nada o poco conoce de las intimidades del reloj.
La vida de relojero, contexto de una historia
La dinámica de vida que envuelve su vida, gira al igual que las manecillas del reloj. Indistintamente de si el reloj es producto de nuevas tecnologías, la condición de relojero lo pasea por un mundo que no se compadece de los trances del tiempo. Más, al reconocer que los trancos del tiempo no siempre son cronológicos.
A veces provienen del alma de cada quien. Otros, siguen el atajo que conduce a objetivos más inmediatos. Por cuanto los trancos del tiempo son la senda que delinean el camino de la vida y que un buen relojero sabe descifrar. Así como igual, sabe interpretar que el tiempo no tiene el ritmo que marca cada coyuntura vivenciada. Es distinto.
El contenido de Eclesiastés, (Capítulo 3; Versículo 1-2) pareciera haber sido descrito por un relojero pues no hay una mejor descripción del tiempo que las referidas con las siguientes palabras: “Todo tiene su momento, hay un momento bajo el Cielo para cada actividad (…)”
No hay quién mejor comprenda las honduras del tiempo que un relojero. Es el único, con la preparación idónea para hurgar los confines del tiempo. Saber manejarse, de modo condescendiente, con el travieso carácter del tiempo, le otorga al relojero la capacidad para respetar las incontinencias del tiempo cuando adelanta o retrasa sus manecillas. Y que es, el incomprensible lenguaje del tiempo. Lenguaje ajeno a quien no es relojero ya que quien sí lo es, conoce los caprichos, picardías y temeridades del tiempo.
Con cierta razón, el relojero es quien más podría acercarse a traducir los juegos del tiempo. O quien mejor reconoce la razón de la Sagrada Biblia cuando en el libro de Daniel Cap. 2; 21) refiere que es Dios quien “muda los tiempos y las edades”.
Persistencia y paciencia, valores de relojero
Estas reflexiones valen a propósito de exaltar la capacidad del relojero como quien sabe entender el arte de medir la vida. Y que seguramente, no es fácil. Razón suficiente para pensar que son pocos los que en este mundo pueden advertir que los días no son iguales. Cada uno es diferente de los demás. Pero también, porque pueden darse cuenta que una hora es distinta de las otras pues cada hora tiene su propia personalidad. Es particular. Y que no es otra que la personalidad que el tiempo le dispensa.
Por eso, durante el curso del tiempo, cada hora se distingue de las otras. Y tan distintivo conocimiento, forma parte de los secretos del relojero. Y tan curiosos secretos, bien que los sabe.
Sólo el talento del mago puede ver lo que esconde el tiempo. Y si el mago es relojero, con mayor razón. Por eso, llega a conocer la personalidad de las horas. Y no sólo, su individualidad, Mucho más que eso. Conoce su lenguaje, pues las horas hablan con el relojero para contarle lo que han observado de las demás.
Tan curioso diálogo debe ser profundamente enigmático. Sin embargo, es lo que hace al relojero, maestro del tiempo. Del tiempo y su maquinaria.
A modo de epílogo
Finalmente cabe agregar que, estas líneas no tendrían sentido alguno, sin tener despejada la duda que puede asaltar a quien da al relojero su tiempo para que sea quien lo sistematice según los criterios asumidos como quien es un “educador del tiempo”. Es decir, el relojero.
Así que no podría dejarse la pregunta abandonada en los rincones del tiempo sobre si es que ¿los relojes hablan entre sí? Y acuerdan ¿cómo el ser humano debe vivir o morir haciendo que tan trascendental evento sea regulado por los excesos o abusos que las circunstancias preparan para vengarse del autoritario paso del tiempo?
El relojero de esta historia, Don Lenín Calderón Amaya, quizás podría explicar tan misteriosa hipótesis. No hay duda, de que el reloj es lo único que anuncia el tiempo que dispone la vida para hacer del tiempo lo que mejor pueda hacer el ser humano en vida. Es como si mirando el reloj, el tiempo corre más pausadamente brindándole más tiempo a la vida. Podría asentirse, que fue lo vivido por Don Lenín, el relojero que supo hacer frente a la vida.
Antonio José Monagas
as