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El primer viaje a España del ‘mochilero’ Obama

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El primer viaje a España del ‘mochilero’ Obama

 

DE MADRID A KOGELO. Así era Obama cuando, a los 26 años, viajó por primera vez a Kenia atravesando España, Italia, Francia e Inglaterra. En la foto, en el pueblo de su padre

 

 

 

Se maravilló con los gorriones en la Plaza Mayor y los cielos de Madrid, jugó al billar en un bar de carretera y se hizo amigo de un senegalésSí, Obama ya estuvo en España. Era 1987. Iba con un macuto al hombro rumbo a Kenia para conocer a su familia

 

 

«¿Y si me equivocaba? ¿Y si la verdad sólo decepcionaba, y la muerte de mi padre en realidad no significaba nada, y su dejarme atrás no significaba nada, y el único lazo que me unía a él, o a África, era un nombre, un grupo sanguíneo, o el desprecio de la gente blanca? Apagué la luz del techo [del avión] y cerré los ojos, dejando que mi mente retornara a un africano que había conocido mientras viajaba a través de España, otro hombre a la fuga».

 

 

 

Es 1987 y quien cierra los ojos y deja vagar la mente se llama Barack Obama. Es un chico delgado de 26 años, organizador comunitario en los deprimidos barrios del sur de Chicago, y está a punto de llegar a la «tierra prometida» de su padre fallecido, Kenia, tras recorrer Europa durante tres semanas en tren y autobús, con una mochila y una guía de viajes por única compañía.

 

 

El joven mochilero Barack, Barry, ha emprendido un largo peregrinaje. Ha estado tomando té en el Támesis londinense. Viendo jugar a los niños a través de los castañares del Jardín de Luxemburgo en París. Observando ensimismado el caer de la noche y la aparición de las primeras estrellas sobre el Monte Palatino en Roma… Pero la experiencia que más le ha marcado ha sucedido en algún lugar entre Madrid y Barcelona. Porque el primer viaje oficial del presidente de Estados Unidos a España, entre los próximos 9 y 11 de julio, es una secuela. Obama ya estuvo en suelo español, cuando aún no había estudiado leyes en Harvard, cuando no era político: cuando sólo era un veinteañero en busca de respuestas. Y aún lo recuerda..

 

 

 

.»Vasos de vino pequeños y sucios»

 

 

 

Entonces, en 1987, en España el coche más vendido es el Opel Kadett, la gente empieza a engancharse a MacGyver y en la radio suena Camino Soria de Gabinete Caligari. Quizá sonaba esa noche en aquel bar de carretera donde un estadounidense de piel negra, hijo de una blanca de Kansas y de un keniata de la tribu lúo, esperaba silencioso junto a su macuto a un autobús nocturno que lo llevara a Barcelona.

 

 

 

Lo cuenta él mismo en Los sueños de mi padre. Una historia de raza y herencia, las memorias que publicó en 1995, cuando aún estaba lejos de convertirse en el icono del siglo XXI y las dudas raciales lo atormentaban. En el breve pasaje referido a España no precisa dónde se encontraba aquel día, aunque un experto del sector del transporte señala como «muy probable» que el hoy presidente se subiera a un autobús pirata de los que operaban hasta los 90: los autocares que usaban sobre todo los reclutas de la mili que el fin de semana marchaban a su ciudad… [Las líneas regulares partían de la antigua Estación Sur de Autobuses de Madrid, en la calle Canarias, o bien de la antecesora de Avenida de América, en la calle Alenza].

 

 

En aquel bar, al lado de unos hombres que bebían vino «en vasos pequeños y sucios», Obama vio una mesa de billar y, «por alguna razón», le entró el gusanillo. Había reunido las bolas y estaba deslizando el palo cuando se le acercó un hombre delgado y patizambo, vestido con un fino suéter de lana, y le preguntó si podía invitarle a un café.

 

 

 

«No hablaba inglés. Y su español no era mejor que el mío [algo había practicado Obama con sus vecinos portorriqueños cuando vivía en un pequeño apartamento cerca de Harlem], pero tenía una sonrisa que daba confianza y la urgencia de alguien que necesita compañía», relata Obama, enamorado confeso de Por quién doblan las campanas, la visión yanqui de la España rural que dejó Hemingway. Así que aceptó el café y la conversación empezó.

 

 

 

«En aquel bar me contó que era de Senegal y que recorría España en busca de trabajos estacionales»… El temporero le enseñó una fotografía gastada que llevaba en su cartera, la de una chica joven de mejillas redondas, su mujer, a la que había tenido que dejar en Senegal y con la que planeaba reunirse en cuanto ahorrase el dinero suficiente.Los dos hombres se hicieron compañeros de aquel viaje nocturno con destino a la Ciudad Condal. No hablaron mucho, aunque el senegalés procuraba que el estadounidense pasara el rato. «Intentaba explicarme los chistes de un programa que proyectaban en una pantalla de vídeo encima del asiento del conductor», rememora Obama.

 

 

A Barcelona llegaron poco antes del amanecer. «Nos apeamos en una vetusta estación de autobuses [no precisa cuál] y mi amigo me hizo señas para que le siguiera hasta una palmera pequeña, de tronco grueso, que crecía junto a la carretera. De su mochila sacó un cepillo de dientes, un peine y una botella de agua que me entregó con gran ceremonia. Nos aseamos juntos, entumecidos por el relente, antes de ponernos los macutos al hombro y caminar hacia el centro de la ciudad»

 

 

.Aquel desconocido cuyo nombre no acierta a recordar «sólo era», dice, «otro hombre hambriento lejos de su hogar, uno de los muchos hijos de las colonias -argelinos, indios, pakistaníes- colándose entre las barricadas de sus antiguos amos, organizando su propia y azarosa invasión de harapos». Sin embargo, mientras caminaban juntos hacia las Ramblas, Obama sintió que «lo conocía de toda la vida». «Como si ambos hiciésemos el mismo viaje, aunque hubiésemos partido de lugares opuestos del planeta».

 

 

Cuando se despidieron, el joven Barack estuvo mucho tiempo parado en la calle, viendo cómo aquella figura se alejaba. «Una parte de mí deseaba acompañarle en una vida de caminos abiertos y mañanas azules; otra parte de mí se percataba de que ese deseo era una idea romántica y parcial. Hasta que me di cuenta de que aquel hombre de Senegal me había invitado a un café y ofrecido agua, y eso era real, y quizá eso era todo lo que cualquiera de nosotros tenía derecho a esperar: un encuentro al azar, una historia compartida, un pequeño acto de bondad».

 

 

La revelación -según cuenta- le vino a la cabeza cuando, en el aeropuerto londinense de Heathrow, su última parada europea, despegó rumbo a Nairobi, donde su medio hermana de padre, Auma Obama, le aguardaba a bordo de un Volkswagen escarabajo. Allí el futuro senador y presidente conocería a su otra familia, a la que volvería a visitar cinco años después para presentarles a Michelle..

 

 

 

.Dicen, aunque no está confirmado oficialmente, que Obama volverá a pisar Barcelona, esta vez con un inmenso séquito y con maletas en vez de mochila. Podrá también regresar a Madrid, donde hace 29 años quedó embaucado por la Plaza Mayor. «Crucé la Plaza Mejor (sic)», cuenta en el libro, «con sus sombras de De Chirico y gorriones arremolinándose en sus cielos de cobalto».

 

 

El presidente demócrata, eso es seguro, viajará a Sevilla, donde la euforia de políticos y hosteleros ya se ha desatado. Es además la ciudad que, según distintas fuentes, ha elegido la hija mayor del presidente, Malia, para pasar su gap year (año sabático) antes de entrar en Harvard. Malia, que cumple 18 años el 4 de julio, quiere instalarse en la ciudad de la Giralda para perfeccionar su español. Aunque ya sabe bastante: lo estudia desde pequeña e incluso hizo de traductora de su padre en su histórico viaje a la Cuba de los Castro. Su hermana pequeña, Sasha, también conoce Andalucía -su madre y ella disfrutaron de Marbella y Granada en el verano de 2010-, y su padre ha citado a la vieja Al Ándalus como referencia. Fue en 2009 en El Cairo cuando resaltó que, durante la Inquisición, «Andalucía y Córdoba» habían sido ejemplo del islam más tolerante.

 

 

«Europa no era mía»

 

 

Cuenta Obama en sus memorias que en su periplo por Europa estaba «nervioso, a la defensiva, vacilante con los extraños». Que ya al final de la primera semana se dio cuenta de que había cometido «un error». «No es que Europa no fuera maravillosa; todo era justo como me lo había imaginado. Simplemente no era mía. Me sentí como si estuviera viviendo el romance de otra persona. (…) La incompletitud de mi propia historia permanecía entre yo y los lugares que vi como un duro panel de vidrio. Había sido forzado a mirar dentro de mí mismo y sólo había encontrado un enorme vacío…».

 

 

 

Aquel desorientado organizador vecinal es hoy otro hombre. «Espero poder viajar a España antes del final de mi presidencia», le dijo Obama a don Felipe el año pasado en la Casa Blanca. «No hay país que me gustara visitar más». El Rey le respondió que si no le daba tiempo como presidente, lo hiciera después. «Bueno», resolvió sonriente aquel mochilero, «iré muchas veces, Su Majestad, después de ser presidente. Eso es fácil». Ya lo hizo una vez.

 

 

El Mundo.es
LEYRE IGLESIAS@Leyre_Iglesias

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