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El miedo y la esperanza son inseparables

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El miedo y la esperanza son inseparables

Con su mejor intención, algunos académicos nos ilustran sobre cientos de transiciones negociadas, no violentas, enalteciendo como buenos, aquellos con talante libertario y un sentido ciudadano, humanista y patriótico

La esperanza que se demora es tormento del corazón y árbol de vida, es el deseo cumplido. Sabio proverbio que ilumina la razón en momentos que la congoja abate el listón y necesitamos de la buena palabra, la que alegra y nos da paz.

Decía Roche Foucault que la esperanza y el temor son inseparables, no hay temor sin esperanza y no hay esperanza sin temor. No les voy a mentir. Siento miedo. No he dejado de tenerlo desde hace un tiempo. Se ha alojado en mi alma. Miedo a perder el sentido de la reflexión genuina, la que nos ayuda a distinguir lo bueno de lo malo, lo moralmente correcto.

Pero mientras más me atormenta [el miedo], más crece mi esperanza. Es como si en la medida que crece la duda, también se eleva un sentimiento incontenible de certeza que, cuando al convertirse en el miedo más profundo, en ese instante un trozo de cielo, azul, limpio y libre se posará sobre la misma tierra, sobre nuestra cabeza.

La ley moral. Lo bueno y lo malo [Gut/Böse]

Como es sabido, para Kant, «lo esencialmente bueno de la acción consiste en la actitud interior, sea el éxito el que sea», esto es, sea la acción concreta como resultado de la causalidad del arbitrio. Decidir sobre el bien y el mal, el objeto de la razón práctica, lo define mi yo interior. «Los únicos objetos de la razón práctica son el arbitrio entre lo bueno y lo malo. Lo bueno se entiende como un objeto necesario de la facultad deliberativa, lo malo, lo que la razón debe aborrecer”. A tenor de la distinción señalada por Kant entre bueno/malo [Gut/Böse], provechoso y perjudicial (Wohl/Übel), parece claro que [Kant] se refiere al bien moral que da con el objeto y el sujeto necesario.

La tiranía, la corona, el emperador, la dictadura fueron considerados en un momento de la humanidad, modelos de poder por útiles, aristócratas y nobles. La revolución francesa-impulsada por el pensamiento ilustrado que hizo de la libertad, la fraternidad y la igualdad el objeto de la deliberación profunda- acabó con ese paradigma. Seguidamente el positivismo nacionalista, los movimientos fascistas, imperiales y nazis, revivieron “las bondades” del ser superior por señorial, totalitario y poderoso.

Para Nietzsche más allá del bien y el mal, definió lo bueno como el modo de ser noble. Una aproximación distinguida donde el bueno controla y el malo (schlecht) tiene que ver con la moral de los esclavos. Aunque se ha descontextualizado el tratado de La genealogía de la moral de Nietzsche, tratando de construir un juicio pro-Nazi, autores como Savater rescatan del concepto “bueno” ofrecido por el filósofo alemán, que no es otra cosa que estar en contra de la pena de muerte, los maltratos de los carceleros y el antisemitismo, lo cual no desdice de una voluntad autócrata. El control debe ser bueno, noble, fructífero.

Si lo trasladamos a la modernidad, ser bueno es ser propietario, exitoso, educado, caballero, emprendedor. Soy malo si permito la esclavitud del yo; es el mal aventurado, desdichado, incapaz de sostener valores y respetar la libertad. Es malo el inepto para gobernar porque no rompe las cadenas de la sumisión y la servidumbre. La filosofía ha dado cuenta de este desdén. Tanto para opresores como para oprimidos. Porque también los oprimidos elegimos malos caminos si no sabemos elegir.

Ya lo decía Víctor Hugo: “La aceptación de la opresión por parte del oprimido acaba por ser complicidad; la cobardía es un consentimiento; existe solidaridad y participación vergonzosa entre el gobierno que hace mal y el pueblo que lo deja hacer”. Entonces ante esta deliberación, no podemos guardar silencio cuando el silencio alberga una mentira. No basta ser bueno sino, además, hay que ser justo. Y lo justo es no resistirse a la fuerza de la verdad, cuando el momento ha llegado.

No puede haber parentesco con la bondad o la maldad, por razones de credo, condición social, rigor étnico, poder económico, ideología o modo de pensar. Para Nietzsche el pathos de la distancia o pathos [emoción] de la nobleza, es un sentimiento duradero o efímero, en la medida que, al decir de la genealogía de la moral inglesa, lo bueno se hace útil y lo malo es lo infecundo.

La Democracia en Venezuela nace de un proceso de satanización de la Dictadura. Pasamos del gendarme necesario, del buen salvaje al buen revolucionario, del orden de la unión, paz y trabajo, a la democracia pactada que muere con la “revolución bolivariana”. Según Nietzsche las acciones que justificaron nuestras transiciones, fueron aquellas calificadas como “no egoístas”. Y llegaron al poder “los caudillos”, “los ricos”, “los propietarios”, “los ilustrados” “los veraces” vistos como “aristocráticos”, o “los liberales”, “los social demócratas”, los revolucionarios o los reformistas. Fueron buenos, no aquellos por ser ricos o pobres, civiles o militares, liberales o revolucionarios. Fueron buenos quienes hicieron lo útil y necesario por la nación, los que no cedieron ante la maldad y sembraron esperanza.

El salto a la nada, al nihilismo, a la anomia, es no saber distinguir quienes son los buenos o los malos. Una sociedad pierde su norte ciudadano cuando carece de sentido de representación. Apela a “cualquier cosa que califica de buena o menos mala” para salir del opresor; se habitúa a la coexistencia con el malo o conviene en su impunidad, para favorecer a quien piensa le “es útil”. Mucho cuidado porque puede subyacer en esa “deliberación”, comodidad, delegación y cobardía.

María Corina, entre lo bueno, lo malo y lo horrible

Distinguir lo bueno de lo malo supone un ejercicio moral riguroso que nos permite separar lo útil por virtuoso, de lo que no lo es. Con su mejor intención, algunos académicos nos ilustran sobre cientos de transiciones negociadas, no violentas, enalteciendo como buenos, aquellos con talante libertario y un sentido ciudadano, humanista y patriótico. Mujeres y hombres con desprendimiento, donde el poder no es el fin, sino lo es la paz, la justicia y la felicidad. Pero a esa actitud la ha acompañado un mínimo de garantías y condiciones de elegibilidad, sin lo cual todas las bondades sucumben. Y la complicidad-nos decía Víctor Hugo-no es la ruta, porque en esa ruta, seguiremos siendo esclavos.

Buenos fueron Mandela, Gandi, Walesa, Aylwin, Cámpora, Lagos, Betancourt, Cardozo, Suárez, Espinosa, Belaunde Terry, o la huelguista Boliviana Domitila Chungara, que selló el debilitamiento de Hugo Banzer en Bolivia. Verdaderos ejércitos de la libertad, hidalgos del estado de derecho y la justicia social, tenedores de un pathos [animosidad] por el bienestar real de sus pueblos. ¿Quiénes son los buenos en Venezuela? Para no caer en personalismos, digamos que no todos aquellos que enfrentan de forma auténtica a la dictadura, que no se hacen cómplices y que demuestran coherencia entre lo dicho y lo hecho, donde el pathos [sentimientos] y el ethos [ética] no son la distancia más larga.

Lo que aprende uno de la historia y de un sano filosofar, es que la práctica genuina y firme de nuestra facultad deliberativa, es a elegir la acción eficaz y provechosa para apartar a los malvados y aferrarme a los buenos, y saber a quién seguir, a quien apoyar. El pacto de Punto fijo fue suscrito por hombres buenos. Amén de su alcance y contenido, la palabra empeñada para su cumplimiento, vinieron de fidedignos demócratas. El pathos de la nobleza hizo fecundar la democracia. De los pactos con hombres malos sólo obtenemos lo efímero, lo perverso, lo peor por innecesario, que es lo horrible.

Es cierto que María Corina debe negociar con los malvados y crear un clima de transición posible [sostenible] lo cual supone sensibles concesiones. Pero no equivoquemos el camino. La solidaridad con aquellos que cohabitan con el malvado, es tan peligrosa como su permanencia. El ser propietario, emprendedor, laborioso, educado, ciudadano, respetuoso de la ley, la autoridad y la familia, no saldrá de su anomia a partir de pactos egoístas y moralmente cuestionables, donde el resultado no será sino un estado frágil por celestino y cooperante.

Si no dejan inscribirse a María Corina o Corina Yoris, las elecciones del 28 de Julio-24 no perfilan un evento ganador. Ni electoral, ni moral, ni bueno. Tampoco lo será si apoya a otros, inadecuados. El camino real a la libertad, a la reinstitucionalización democrática y la reconstrucción de un estado moderno, pasa por el rescate de nuestros valores desde el mismo momento de votar, que es elegir a los buenos, no a los cómplices.

La llegada de Chávez al poder, y la continuidad de su modelo “revolucionario” es un retroceso histórico que tiene su origen en votarle por creerle bueno, noble, honorable, por lo trajeado de patriotismo. Pero resultó una animosidad invadida de rencor que nos condujo a la instalación de la maldad, que ha sido pobreza, miseria y destierro. No saber elegir lo bueno por no separar las impurezas del trigo limpio y no aborrecer al mesías a caballo, nos condujo a estos lodos. Fue elegir “al menos malo” ataviado de oliva, evocando “el orden” de cachuchas y charreteras, que desdicen de la democracia. Embriagados de citas de Simón Bolívar, Rodríguez, entretejidas con Chomsky, Primera y Marx, hoy más de un tercio del país se ha ido cruzando el tapón del Darién.

Aliviar nuestro dolor, sanamente

El ejercicio que realiza Nietzsche de desmantelamiento, de buscar la solución o la explicación apelando, al contrario, al opuesto, a lo que se considera erróneo; es lo que le otorga actualidad. Lo opuesto, lo contrario al régimen, no es lo que coexiste con él, no es a quién elige el opresor. Es lo que elegimos la mayoría de los venezolanos. Esta afirmación para nada es extrema. Es profundamente ética, valorativa, desde donde crecen nuestros miedos a hacerlo mal, pero alumbra la esperanza a resistirlo y superarlo, exitosamente. El único móvil que puede ser identificado como fuente de las acciones morales, es el instinto de conservación que es la búsqueda de placer, la evitación del dolor y del terror.

La moral es un ejercicio íntimo. Nuestras reflexiones morales no generan acciones morales, sino acciones que nos permitan superar nuestro sufrimiento, nuestra miseria, que dan árbol a la vida y paz al corazón agobiado. Elegir un buen liderazgo, apostar por un buen pacto de unidad, no se agota en una valoración estrictamente utilitaria, que lo es, sino en una deliberación sensiblemente integral, decorosa, contraria a lo que nos oprime y nos produce tristeza y dolor.

Si no desmantelamos aquello que es lo opuesto al bien, permanecerá lo malo…Ese es mi miedo más profundo. Pero un miedo que fortalece mi esperanza y nos mantiene alerta, para no incurrir en nuevos errores. Mantengamos un trozo de cielo en nuestra cabeza. El miedo y la esperanza son inseparables. Para derrotar el miedo debe triunfar la esperanza, y la esperanza que es palabra alegre, triunfa si sabemos distinguir Gut and Böse [lo bueno de lo malo].

Ella también siente miedo, también siente dolor, ella es buena y también necesita aliviar y sanar su sufrimiento, por lo que también somos su esperanza… No la demoremos.

 

Orlando Viera Blanco

@ovierablancovierablanco@gmail.com

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