Desde el año 2007 el precio del barril de petróleo superó los 100 dólares. No es que en los siete años anteriores se vendiera mal. Cobrar 50 ó 70 dólares por cada barril ya había cambiado los injustos términos de intercambio del pasado.
Venezuela se encuentra entre los cinco países que más petróleo venden en el planeta. Se trata de voluminosos ingresos de manera permanente y segura. Sin embargo, a pesar de esa considerable fortuna, el gobierno no paga a los proveedores y contratistas, incumple con contratos colectivos y mantiene inconclusas centenares de obras públicas que fueron abandonadas a mitad de camino porque “no hay real”.
Las reservas internacionales se encuentran exhaustas y esta “potencia” petrolera se quedó sin dólares. Los dilapidaron. Se los robaron.
A la par, los actuales responsables de las decisiones públicas se creyeron todopoderosos y con la misión de traspasar, comprar y confiscar para el Estado todas las empresas agropecuarias e industriales exitosas a las que pudieran ponerle la mano. El resultado ha sido un desaguadero. No alcanza el obeso presupuesto para mantener a centenares de organismos públicos, países “aliados” y echarse al hombro industrias cuya puesta en el mercado era mucho más costosa que el que las elementales mentes estatistas creyeron.
El balancees tétrico. Los maestros ganan una miseria. Los hospitales están destartalados. Carreteras en pésimo estado. Apagones diarios en todas las regiones del país. No llega agua a la mayoría de los barrios. El deterioro de las grandes ciudades es vergonzoso. Y la explicación que para todo ello el gobierno ofrece es siempre la misma: no hay dinero.
No les pasa por la mente aprovechar el talento de los venezolanos para que sean los propios ciudadanos quienes se encarguen de potenciar y asegurar el éxito de las empresas quebradas por el gobierno. Tampoco piensan en apelar a profesionales y gerentes competentes para enderezar el rumbo. Su mente tipo lista Tascón no se los permite. Siempre la misma cuerdita.
Pero encontraron una manera de enderezar las cargas. Han anunciado en el lenguaje estrambótico que les caracteriza una “revolución fiscal para quitarle a los que tienen y ensanchar la base para la educación, la vivienda, la salud”.
Las empresas que quedan en pie, que pagan la nómina, que pagan impuestos, que brindan servicios y que mantienen el país, serán penalizadas por tener éxito. No es el gobierno el que va reducir gastos y a buscar mejores administradores. Es al revés: son los buenos gerentes los que tienen que agregar a sus costos de producción los gastos caprichosos de un gobierno que se cree dueño del patrimonio de los venezolanos.
Aquella expresión según la cual los gobiernos viven del petróleo se ha quedado corta. Este gobierno vive también del esfuerzo de los particulares, del trabajo de otros, mientras dilapida y pifia.
Por Claudio Fermín