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El complejo del buen revolucionario…

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El complejo del buen revolucionario…

En estos días conversaba con un «samurai político». Hablamos de los apegos del hombre, conductores de la infelicidad. Antivalor que alimenta su codicia, su alienación, su insaciable sed de ser, estar y poseer. El apego continuo produce sufrimiento entre triunfos o derrotas, resiliencia o depresión. Fue inevitable filosofar sobre hombre y poder. Es el apego a la política. A la venezolana… Que es un profundo sufrimiento, una dependencia no resuelta.

 

 

 

Arthur Schopenhauer, nos alerta que el hombre vino al mundo a sufrir. Es lo que el budismo reconoce como la primera noble verdad: «El síntoma de la insatisfacción». Así toda existencia es insatisfecha. «El nacimiento es sufrimiento, la vejez es sufrimiento, la enfermedad es sufrimiento, la muerte es sufrimiento, convivir con lo indeseable es sufrimiento, separarse de lo deseable es sufrimiento, no obtener lo que se desea es sufrimiento». En  un sentido más amplio, el sufrimiento es dolor, tristeza, pena, imperfección, aflicción, impermanencia, insustancialidad. El origen del sufri­miento, según Gautama (hombre despierto), está en los cinco venenos: apego, odio, ignorancia, ego y celos… Al llegar aquí, el asunto se nos hizo familiar: ¡Es la Venezuela de hoy!

 

 

 

¿Cuál es el origen de nuestras fracturas sociales? ¿De odios acumulados? ¿De nuestra ansiedad de ser, hacer y tener? ¿De nuestro hedonismo asido de egoísmos y codazos? ¿Es ignorancia? ¿Es historia de conquistas desviadas? Nuestros anhelos han sido, son y continuarán siendo despro­porcionados, en términos de gobernanza y sumisión al Estado. Es un yo exprimiendo al Estado o viceversa. No es lo que yo puedo hacer por Venezuela o por mí mismo. Sufro porque no me atienden, no se ocupan de mí y a nadie le importo. Desde la conquista sufrimos el síndrome (mito) de «tierra de gracia, tierra divina». Ríos caudalosos, extensas costas, deltas, fertilidad, metales, clima, ubicación, petróleo, mujeres, cobalto, médanos, valles y sabanas. En fin, tierra de abundancia con el sufrido derecho que me den lo que me toca porque sí, a juro, por ser mártir -sic-. La conquista hispana trajo el catolicismo redentor, el culto a un ser superior (al rey, representación de Dios en la tierra); el comercio, la usura y el monopolio. Trajo la fascinación por el hombre de poder. Y vinieron las guerras (patriotas, montoneras y mercenarias), preñadas de celestinaje, patanería, caudillismo y corrupción. Ahí queda la semilla de una sociedad violentada en constante proceso de liberación. No política. Sino estructuralmente cultural y conductual… Después llegó el petróleo. Otro instrumento de sufrimiento, que hizo al ciudadano esclavo de los políticos. Un melting pot de anhelos, pugnas atávicas, maniqueísmos étnicos y de fe; deidades y fetiches, latifundios y mitos de riqueza, de apóstoles del poder; de explotadores y abusadores del ser, que desde la colonia hasta nuestros días, nos hicieron tierra castrada y sufrida.

 

 

 

Sufrimos al nacer por llevar improntas de exclusiones y despojos perpetuos. Sufrimos al vivir, porque cargamos la «huella perenne (dixit Herrera Luque) de desprecio a nuestra esencia mulata. Sufrimos al envejecer, por des-existir entre anhelos insatisfechos y rechazos. Y nos vamos a la tumba con una sensación de hartazgo, por lo que quise ser, hacer o tener y no fui, no hice y no tuve. Un atávico complejo de derrota, por no ser ricos, bellos y poderosos. No necesariamente educados. Como dice Schopenhauer: «representación de un mundo pesimista que nos lleva a una perversa y prolongada lucha existencial, donde el reto es no cansarse o aburrirse de nosotros mismos…». ¡Y el que se cansa pierde!

 

 

 

No es verdad que hacemos de todo un chiste. Hacemos de todo una tragedia que ocultamos detrás de un bochinche. Y esa tragedia es el complejo histórico de creernos «vírgenes y salvajes» (Carlos Rangel), víctimas del eurocentrismo capitalista, feudal y oligarca. Pero al mundo hay que enfrentarlo como es, no como fue. Nos sentimos «culpables» hasta de nacer en tierra de gracia. Cabalgamos una destructiva contradicción: creernos ricos en tierra devastada, donde poco o nada hacemos por ararla y recuperarla. Nos conformamos con migajas donde la miseria es un deber, el derecho una concesión, y la capacitación un fastidio. Pensadores como Wagner, León Tolstói, Nietzsche, Freud, Jorge Luis Borges o Pío Baroja ya lo advertían: «La vida es un mendigar de deseos». Y en eso hemos estado. Mendigando esfuerzos ajenos, inducidos de ira, envidia y odio. Este ha sido el mito, el reflujo andante y el sufrimiento del pretendido «buen revolucionario». Como dijo Borges al saber que “el Che” había muerto: “Yo creo en el Individuo, descreo del Estado. Su sepelio puede esperar…”.

 

 

 

Pasemos del «buen salvaje» al buen ciudadano. Mitiguemos la ignorancia. Permutemos complejos históricos. Sin apegos, sin egos, sin dependencia al político, al Estado, al revolucionario de boina y antifaz. Como sentenció Borges en su libro El hacedor: “Quiera Dios que la monotonía esencial de lo misceláneo, sea menos evidente que la diversidad geográfica o histórica de los temas». Pues nada: que sea la política lo misceláneo, y Venezuela, el tema…

 

 

 

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