El Acuerdo de Gobernabilidad lo esperábamos, un faro destellante que trascienda la venganza y muestre que nos hemos convertido en un mejor país y por tanto en mejores seres humanos. Un duro aprendizaje que refluye de estos tortuosos lustros que hemos padecido. Lo que me gusta del Acuerdo es la certeza de que su texto fue precedido de grandes reflexiones, discusiones, ceder unas, aceptar otras, unir y entender que hay que negociar, como ha ocurrido en todos los países con situaciones similares.
Sin embargo, algunas ideas me confunden, sobre todo el comenzar con un compromiso de “Justicia Social” una oferta muy propia de los socialistas amparados tras una consigna que niega la necesidad de un Estado de Derecho o de un gobierno de la ley. Un concepto que por su raíz, una vez más, empodera al Estado como gran repartidor de Justicia. La solicitud de “Justicia social” tendría su fin natural en una economía dirigida y sin querer se está mencionando una justicia dirigida. En segundo lugar, evoca la idea de que alguien es culpable de la injusticia y como ese alguien es difícil de aprehender, el Estado asume las riendas. Otro punto, si los males se derivan de la injusticia social, entonces los individuos, las personas no tienen ninguna responsabilidad con sus vidas. Es echarle la culpa al otro o como señalo en todos mis trabajos, arroparse en la ética rentista.
Esta sería mi gran dificultad, más allá de eludir el cómo arribar al terreno o al tiempo de la transición. Esperando el 2018, confiando en la transparencia del CNE o luchando a brazo partido para superar esta pesadilla, incluso intercambiando con los oponentes. Bregar por cambiar, lo que para algunos es la ruta natural del cambio, es contrario a esperar pacientes el 2018, es limitarnos a repetir como loros que “La Constitución no pauta elecciones presidenciales hasta el 2018”. Sentémonos pues, la libertad puede esperar.
Actuar para cambiar las cosas no es un sinónimo de querer vengarse, otro tema muy usado para denigrar de la acción de la sociedad. Creo que la experiencia de tomar conciencia sobre la inviabilidad de las utopías justicialistas nos lleva a un plano que va más allá de la simple búsqueda de venganza. No somos versiones de Al Capone, matones ni mafiosos que no perdonan, lo que queremos es un cambio que responda a las aspiraciones más profundas de la sociedad.
Por estas razones y algunas que no mencionaré, extraño que no se nombre, de forma muy especial, a los que han sorprendido al mundo, a nuestros jóvenes, a lo que han entregado todo lo que tienen, principalmente su vida y sus sueños.
La entrega de los jóvenes a la lucha ha sorprendido al mundo, la pregunta que se repetía mil veces en distintos lugares ¿cómo luchan esos jóvenes por la libertad, si han crecido sin ella, si no la han conocido?
Una pregunta magnifica que nos abría la imaginación a buscar explicaciones en la filosofía, la psicología, la antropología. La primera interrogante era: ¿Cuál es la fuerza que los motiva? Es la pulsión que nace ante la imposibilidad de responder a sus necesidades particulares, es la visión oscurecida del futuro o es la influencia de la familia, la escuela, de aquellos que si conocieron una época distinta.
Su aparición en las calles nos llevó a pensar que en Venezuela la generación del 28 había renacido en estos jóvenes, hombres y mujeres sin miedo, impetuosos, desbordando la energía propia de los momentos tempranos de la vida.
La base de la acción tacita entre las distintas generaciones ha sido compartir la exigencia por un nuevo país, abierto como nunca antes, convertido en espacio de oportunidades, en el sitio donde quiero vivir y donde quiero que crezcan mis hijos.
Para lograr esto hay que pensar en grandes transformaciones, la primera acabar con la ideología rentista que nos condena a vegetar, esperar, pedir en nombre de unos derechos que nunca han existido. Para superar esta ética negativa del rentismo es imprescindible reconocer que los jóvenes ocupan un lugar en la sociedad sólo si tienen posibilidad de imaginar, inventar, eso que llaman destrucción creadora. Esto en concreto implica que pensemos en el surgimiento de nuevos espacios de aprendizaje, que nuestras universidades miserablemente relegadas por un régimen militarizado, basado en la fuerza, se conviertan en sitios para crear mundos. Universidades donde la investigación, la filosofía, la ciencia y la tecnología se den la mano y resurjan como bastiones para la formación de individuos que saben que el límite del futuro es su imaginación.
La absurda guerra del régimen actual contra la universidad es una guerra contra el futuro y la libertad, es la negación de la existencia de seres humanos creativos, abiertos, en resonancia con el universo y con las búsquedas que millones de individuos han emprendido en muchas otras partes del mundo. Pueden calificar esta reflexión como muy particular y que el Acuerdo solo debía señalar grandes objetivos, pero insisto este tema particular es esencial para la definición de nuestro futuro y una respuesta en resonancia con aquellos que han entregado su vida en las calles luchando por la libertad. Hay que pregonarlo desde ahora.
Es reconocer, de forma privilegiada que nuestras universidades deben asumir un liderazgo que incorpore nuestros jóvenes en la infinitud de saberes, conocimientos y desarrollo humano del mundo entero, como tarea prioritaria desde el inicio de la transición.
Pero, además de las universidades es imperioso decir, mostrar un mensaje claro que alimente las esperanzas de aquellos que aspiran poder progresar, realizar sus sueños, los que aún están en el principio de la camino de la vida. No es un reclamo de pobretologo, en cualquier barrio urbano o comunidad rural, las familias, las madres, reclaman la ausencia de oportunidades para sus hijos que terminan la escuela básica con el gran esfuerzo de sus hogares y luego no tienen dónde ir, jóvenes amenazados por las falsas promesas de la delincuencia, de las drogas, de la demagogia política y de cualquier otra salida fácil pero destructiva. La desesperación de las familias de menores recursos ante la carencia de centros de aprendizaje para sus hijos es inconmensurable, estas instituciones no existen como propuesta de Estado.
Las nombradas escuelas robinsonianas pregonadas por el régimen como alternativa para los jóvenes que tienen que ingresar temprano al mercado de trabajo ni siquiera figuran en el presupuesto oficial, son unos fantasmas utilizados demagógicamente para aparentar un real interés por la juventud que nunca se ha materializado. Las escuela formadoras de capacidades y destrezas para incorporarse al mercado laboral o para el emprendimiento, brillan por su ausencia, los jóvenes en nuestras ciudades y pueblos simplemente no tienen oportunidades de crecer, formarse, aprender para avanzar a las próximas etapas de sus vidas.
Este boomerang hay que romperlo desde ya. El único esfuerzo en este campo está en manos de los sacerdotes jesuitas y en algunas delegaciones de países extranjeros que saben desde sus experiencias, desde sus culturas, que si los jóvenes no tienen oportunidades, el país no tiene futuro. Ha sido un brutal engaño la creación de la red de instituciones educativas bolivarianas, otorgando credenciales sin respaldo en el conocimiento, creando carreras sin mercado, sin ninguna exigencia por la calidad y la pertinencia de la formación que se constituya en una real oportunidad para nuestra población joven.
Al final creo que el Compromiso por la gobernabilidad, tiene que ser un espacio para oír como palpita la sociedad, para reconocernos como actores del cambio, tener el valor de hablar con el adversario y sobre todo, valorar a quienes se lo merecen sin mezquindades, para que se convierta en un compromiso moral superior con la libertad.
Isabel Pereira Pizani