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Después de la invasión, una nueva línea divisoria

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Después de la invasión, una nueva línea divisoria

 

Los resultados que llevaron a suspender a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de las ONU (07.04) tienen una importancia que va más allá del hecho. En cierta medida pueden ser considerados como un test que mide la correlación internacional de fuerzas a favor o en contra de la democracia como forma predominante de gobierno. Las 24 naciones que votaron en contra de la suspensión de Rusia son en su mayoría, si no todas, regidas por autocracias y-o dictaduras.

 

 

Interesante es consignar que algunos gobiernos a los que difícilmente podemos llamar democráticos, decidieron abstenerse, aunque no todos aduciendo las mismas razones. Algunos son clientes económicos de países democráticos, otros tal vez pensaron en términos de Real Politik, a saber, que era mejor mantener a Rusia bajo presión internacional dentro y no fuera de las instituciones.

 

 

La abstención fue grande (58). Pero lo esencial fue cumplido. Una consistente mayoría (90) votó a favor de la suspensión, y eso significa: si bien las naciones democráticas no son mayoría en la ONU, hay una mayoría orientada a votar a favor del cumplimiento y preservación de los derechos humanos. El ideal democrático puede no ser mayoritario pero mantiene una línea ascendente.

 

 

Esas 90 naciones conforman, para así expresarlo, una mayoría hegemónica. Decirlo es importante. Si la contradicción fundamental de nuestro tiempo es, como dijo Biden, entre democracias y autocracias, la suspensión de Rusia puede ser entendida como un voto a favor, si no de las democracias, del ideal democrático. En palabras llanas: 90 naciones votaron en contra de un gobierno criminal que, en una guerra invasora, no ha vacilado en convertir a la población civil en un objeto de exterminio.

 

 

Conocidos los resultados, queda claro que en la ONU hay un bloque democrático, un bloque autocrático y, en el medio, un espacio poblado por gobiernos indecisos. Que esas naciones puedan definirse hacia uno u otro bloque, dependerá en gran medida de los resultados de una confrontación que tiene lugar en distintos niveles (culturales, económicos, y en el caso de Rusia, militares)

 

 

Situando el problema en términos macro-históricos, he de repetir una tesis ya formulada en otros artículos. La invasión de la Rusia de Putin a Ucrania es parte de una contrarrevolución antidemocrática surgida como reacción frente a una gran ola democrática que en la segunda mitad del siglo XX llevó a tres grandes victorias internacionales: la democratización de Europa del Sur (España Portugal y Grecia), el fin de las dictaduras militares del cono sur latinoamericano (la argentina, la uruguaya y la chilena) y, sobre todo: la gran revolución democrática que puso fin a las dictaduras comunistas de Europa Central y del Este.

 

 

Con relación al avance democratizador, la invasión de Putin a Ucrania puede ser evaluada como un intento para contrarrestar la gran ola democrática del siglo XX. Un verdadero reflujo histórico. En ese marco, la invasión a Ucrania ha sido entendida por la mayoría de las naciones democráticas como una declaración de guerra a Occidente, formulada abierta y radicalmente por Vladimir Putin quien intenta de paso convertirse en líder de una contrarrevolución mundial, autocrática y antioccidental. En ese contexto, la invasión a Ucrania sería el peldaño inicial de una escala cuyo objetivo es alterar el orden político mundial en contra de las democracias y a favor de las dictaduras y autocracias. Todo hace presumir entonces que, más allá de Ucrania, tendrá lugar una lucha discontinua en planos políticos y militares, o en los dos a la vez.

 

 

La guerra a Ucrania es en estos momentos el centro de gravitación de una lucha mundial que conecta a su alrededor confrontaciones políticas que se resolverán intermitentemente a favor o en contra de uno u otro bloque: el democrático y el antidemocrático. Para ejemplificar, en solo una semana ambos bloques lograron adjudicarse sendas victorias políticas. La elecciones que otorgaron un triunfo al anti-liberal (anti-democrático) Viktor Orban en Hungría -más allá de las razones que llevaron a la ciudadanía húngara a apoyar a Orban– significaron un gran triunfo para Putin y el putinismo. A la inversa, los políticos de Finlandia reafirmaron por unanimidad sus intenciones de ingresar a la OTAN. La solicitud oficial será cursada en mayo. Termina con esta decisión la “finlandización de Finlandia”

 

 

Si es verdad que una de las razones que llevaron al autócrata ruso a invadir Ucrania fue evitar que la OTAN continuara expandiéndose, ha logrado exactamente lo contrario. Al ingreso de Finlandia a la OTAN puede suceder el de Suecia. La OTAN continuará expandiéndose no solo en contra, sino también gracias a Putin.

 

 

No está excluido, por supuesto, que en esa guerra militar y política a la vez, Putin continúe, después de Hungría, adjudicándose éxitos electorales en diversos países. Si Le Pen logra hacerse del poder -como nunca esta vez sus opciones han sido tan favorables– sería una victoria estruendosa para Putin, una que podría llevar incluso a destruir internamente a la UE y a desarticular a la OTAN.

 

 

El mundo democrático debe estar preparado para aceptar derrotas inevitables aunque no irreversibles. En la historia no existe ningún Juicio Final y sus procesos pueden ser muy largos y zigzagueantes. No obstante, más allá de lo que pase en Europa y en el mundo, lo decisivo en un corto plazo es evitar que Putin gane la guerra en Ucrania.

 

 

Para decirlo con una imagen: el bloque antidemocrático comandado por Putin semeja un pulpo con una cabeza y muchos tentáculos, entre ellos los movimientos y gobiernos nacional- populistas de Europa y América Latina. La cabeza del pulpo es el gobierno de Putin, hoy depositada sobre los hombros de Ucrania. Si Rusia pierde esa guerra (perder significa que Ucrania siga siendo una nación-estado soberana e independiente, reconocida por la UE y la ONU) puede que no sea un golpe mortal para Putin, pero sí lo suficientemente duro para que el bloque democrático pueda cantar victoria durante un largo tiempo.

 

 

En Ucrania tiene lugar una lucha decisiva, una cuyo resultado cambiará el curso de la historia de la humanidad. Al proyecto Putin, y quizás al mismo Putin, se le va la vida política en Ucrania. Por eso la guerra en Ucrania -hay que decirlo de una vez- es y seguirá siendo una de las más despiadadas que ha habido en Europa.

 

 

La votación de la ONU reveló también algunos detalles importantes con relación a las transformaciones experimentadas en el espectro político latinoamericano, hasta ahora con muy poca presencia en las confrotaciones internacionales. En efecto, la mayoría de los países latinoamericanos votó a favor de la suspensión de Rusia de la Comisión de Derechos Humanos. En contra votaron Cuba, Nicaragua y Bolivia (el cuarto del cuarteto, Venezuela, no ha pagado sus cuotas) y tres se abstuvieron: Brasil, México y El Salvador.

 

 

Pero hay un dato aún más significativo: cuatro gobiernos de izquierda: Argentina, Chile, Perú y Honduras, votaron en contra de Rusia. ¿Qué nos dicen esos votos? Algo importante: en América Latina están siendo configurados tres segmentos políticos: un nacional-populismo de derecha (Bolsonaro, Bukele) o simplemente populista (López Obrador), un nacional-populismo con ideología prestada de izquierda, y una izquierda social pero democrática y a la vez anti-autocrática.

 

 

Con expectación esperábamos el voto argentino. Algunos observadores suponían que, dadas las posibles afinidades del cristinismo con el putinismo, más el muy criticado “viaje económico” de Fernández a Rusia, el gobierno iba a votar por Putin o al menos abstenerse. Al parecer pudo más la unidad estratégica de Fernández con Boric, este último, un presidente que levanta como consigna terminar con el doble standard de los comunistas chilenos quienes diferencian entre dictaduras buenas (entre ellas las de Rusia y Corea del Norte) y dictaduras malas. Ambos, Fernández y Boric, se encuentran, además, en actitud de espera ante los probables triunfos de Lula en Brasil y Petro en Colombia, para así trabajar todos juntos en la construcción de una izquierda democrática continental que desplace a la izquierda anti-democrática y anti-occidental. Honduras, por su parte, votó no solo en contra de Putin sino también de Ortega. Y no por último, el gobierno de Castillo probó una vez más que no es una réplica peruana del evismo boliviano.

 

 

Aparte de Putin, en América Latina los grandes perdedores fueron los nacional- populismos autocráticos de extrema derecha y de extrema izquierda, en su adhesion a Putin, más unidos que nunca. El continente de los golpes militares y de los populismos irredentos parece haber emprendido un lento viaje hacia el Occidente político. Al fin. Ya era hora.Después de la invasión

 

Fernando Mires

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