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Decadencia y anomia

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Decadencia y anomia

No hubo un reino de la libertad total al principio, como lo habían planteado los teóricos del estado de naturaleza (el hombre nacido libre de Rousseau), ni habrá un reino de la libertad total al final, como preconizaron y predicaron los utopistas sociales. No existe ni una libertad perdida para siempre ni una libertad ganada para siempre: la historia es un entramado dramático de libertad y opresión, de nuevas libertades a las que contestan nuevas opresiones, de viejas opresiones abatidas, de nuevas libertades reencontradas, de nuevas opresiones impuestas y de viejas libertades perdidas. Norberto Bobbio.

 

 

 

¿Qué le pasa a Venezuela? Ensayar una respuesta a esa pregunta puede exigir estudio, investigación, reflexión y tiempo. No hay de eso mucho disponible. Me atrevo sin embargo a discurrir a partir de dos conceptos que me vienen al espíritu, a medio paso entre lo epistemológico y lo fenomenológico. Siento que el país vive más que una coyuntura. Tal vez una época pasa y aún la otra no llega.

 

 

 

Las cavilaciones de los extraordinarios griegos Sócrates, Platón, Aristóteles por solo evocar a los filósofos más acreditados arriban cuando ya Grecia conoce un sostenido declive. Nunca más regresará de ese bajón, pero crecerá, aunque luzca paradójico, en influencia, admiración y respeto llegando incluso a trascender, desde otros modelos civilizatorios a los que influyó, como Roma, al extremo que Toynbee consideró a unos y otros como civilización helénica.

 

 

 

No hay dudas acerca del ritmo progresista que conoce Venezuela a partir de los años veinte del siglo XX. De ser uno de los países más pobres y atrasados del continente escaló posiciones y se convirtió en varios aspectos incluso en una referencia. No significa que se construyera una potencia universal, pero, pasó a ser un Estado reconocido y una sociedad de empuje y desarrollo sanitario, social, económico, institucional, político y educativo. Esa dinámica, firme, aunque a ratos pesada o lenta, se interrumpe con el arribo al poder de Hugo Chávez Frías y la caracterización demagógica y populista que fue de suyo la impronta que marcara su talante histórico.

 

 

 

Spengler enseñó que los procesos culturales conocen fases y ciclos. Toynbee se distinguió del alemán, aunque compartió el método, en las conclusiones y no se asumió como un determinista, sino que dejó un espacio para que el hombre mostrara, si lo tenía, el genio y el talento para forjarse un destino. Las civilizaciones conocen a veces un “tour de forcé” escribió el inglés, y en el forcejeo entre caer o resurgir sus actores juegan un papel trascendental. Así son a veces capaces los pueblos de sobreponerse y torcer la tendencia inclusive.

 

 

 

Una serie de factores juegan un papel en esto que le pasa a Venezuela y mencionaré algunos. El primero es la militante antipolítica que cundió y cunde aún por todas partes y que tuvo en los medios de comunicación sus histriones más consagrados, que no los únicos, sin embargo. Lo segundo, y tal vez como consecuencia del horadar de la antipolítica, tenemos a la anomia que, por cierto, fue promovida y auspiciada por el liderazgo político emergente llamando revolución al desarme moral y normativo, constitucional, institucional, social, educativo, económico que impulsaron desde el aparato público anulando al Estado y comprometiendo el accionar por el bienestar del colectivo de la potencia pública, simulando servir a los más desfavorecidos. El tercero fue un discurso segregacionista, divisionista, marginante seguido de la construcción de una suerte de apartheid que atentó contra la nación y trasladó al liderazgo la decisión soberana, usurpándola y, para ello, inficionó de personalismo el ideario democrático a cambio de una propuesta populista. Seguidamente cobró su cuota el conocimiento burlado, desconocido, obviado en la fragua de una política económica errática, de un modelo económico petrolero inviable, de una gestión fiscal insostenible. Complacer al ignaro a como diera lugar se tradujo en una aventura perniciosa que los precios del petróleo elevados escondían pero que asestaban en lo estratégico un muy duro golpe a la sindéresis y a la disciplina de las finanzas públicas. Venezuela no alcanza a saber el costo de oportunidad que se permitió dejando hacer a Hugo Chávez, pero recién empieza a conocerlo extraviada en una vorágine violenta y deletérea que nos lanza hacia un desastre sin perspectivas de superación.

 

 

 

Paralelamente sobrevino un fenómeno del que habíamos escapado, pero latía en el recelo y en la apuesta antipolítica. Me refiero a la ideologización que emerge en la búsqueda fantasiosa del oficialismo y que captura y transversalmente irradia la dinámica social y política. El socialismo irrumpe para fagocitárselo todo, aunque solo lo logra parcialmente. Un ademán de pensamiento se pretende justo y legítimo al extremo de rechazar la escogencia democrática expuesta con ocasión de la reforma constitucional propuesta por Chávez y negada el 2 de diciembre del 2007. Marcó un hito ese fallido intento que nos sacó del canal normativo y nos introdujo en la secuencia actual. Razón tuvo Octavio Paz al advertirnos que, “la ceguera biológica impide ver, y la ceguera ideológica impide pensar”. En efecto, se puso en evidencia lo que ya sabíamos de Corea del Norte y Cuba, regímenes incapaces de corregir ni modificar sus orientaciones y políticas petrificadas las mismas por el abandono de la democracia y especialmente de los mecanismos de control del poder. Venezuela a su manera se amarró a ese panfleto del socialismo del siglo XXI y cavó una zanja entre la racionalidad republicana y democrática y los delirios y arrebatos de una pasión ideológica probadamente funesta.

 

 

 

Muerto Fidel Castro cabe señalar que ese país constitutivo de una experiencia consumada de totalitarismo y socialismo decayó en todos los órdenes y perdió el rumbo de sus derechos humanos y ciudadanos, víctima del arribo y permanencia de un régimen ideologizado. Los números eran macroeconómicamente y socialmente buenos con relación a la cuasi totalidad de los países del continente para el momento de la revolución castrista y 60 años después la tenemos ocupando un lugar indigno de sus potencialidades y con un pueblo triste y desesperanzado. Venezuela arruinada, frustrada, empobrecida y especialmente en lo espiritual pareció haber tomado el mismo resbalón y gira cada día hacia el abismo, el retroceso y la barbarie. Los gobiernos ideologizados postulan una versión de la realidad contraria a la verdad u hacen que se la creen.

 

 

 

 

Los regímenes ideologizados pierden además el sentido de la responsabilidad y de la ética que le es propia. Weber nos insistió en la indispensable valoración de los actos y de las consecuencias en los seres humanos, llamando la atención sobre la circunstancia del impacto de nuestras acciones y el compromiso con esas resultas que afectan a los demás. Prevaleció la ética de la responsabilidad sobre la ética de la convicción, pero, para notarlo y asumirlo es menester examinarlo y concluirlo. Hitler, Stalin, Tito, Mao, Ceaucescu, Pol Pot, Kim Il-sung, Kim Jong-un, Fidel son ejemplos patéticos entre otros más de esa experiencia de gobiernos ideologizados y nefastos. Chávez pugnó por entrar en el listín y el epígono Maduro aún cree que lo logrará.

 

 

 

Pero lo más característico de esos liderazgos y, por cierto, claramente es el caso venezolano, es la renuncia a un innecesario futuro a los que arrastran a los conciudadanos. Lo que tenemos, dicen, es lo que es; es lo que hay, nada más. No nos moveremos del poder, agregan. No necesitamos consultas democráticas o las manipulamos a placer porque tenemos la razón y por ello llegamos para quedarnos. Por eso se hacen llamar comandantes supremos y eternos, pero, ya hemos visto, y a Dios gracias, que esas eternidades a veces duran más de lo que quisiéramos pero terminan siempre.

 

 

 

Para eso, para vencerlos, para torcer la viga, es indispensable crecer en ciudadanía y no solo como cuerpo político con miras a rescatar la soberanía secuestrada por los landros facinerosos que hoy gobiernan, sino para convocar las fuerzas y recursos de la nación y levantar en supremo envión al país que languidece. Urge una reacción total, ellos tendrán su némesis y nosotros inventaremos un porvenir. Viene a mi memoria ese texto que anticipa una frase del historiador económico venezolano Asdrúbal Baptista y “el futuro es el origen de la historia”.

 

 

 Nelson Chitty La Roche

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