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De nuevo sobre las elecciones en Estados Unidos: la democracia como problema.

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De nuevo sobre las elecciones en Estados Unidos: la democracia como problema.

 

 

Ha pasado ya más de una semana del 3 de Noviembre, el día de las elecciones generales y varios días desde que Joe Biden fue declarado ganador por haber pasado el umbral de los 270 delegados en el Colegio Electoral (hoy en día ya son 306). Sin embargo, Donald Trump, y muchos de sus seguidores se niegan a reconocer el resultado, y peor aún lo ha denunciado como un masivo fraude electoral, a pesar de que la agencia de ciberseguridad e infraestructura de seguridad, un brazo de su propio departamento de seguridad nacional, conjuntamente con la asociación nacional de secretarios de estad,  ha declarado de manera taxativa que no existe ninguna evidencia de irregularidades electorales de alguna importancia  y más aún que éstas han sido las elecciones más seguras en la historia del país.

 

 

Lamentablemente esta situación no debería sorprender a nadie ya que en una actitud claramente antidemocrática Trump había dicho de manera reiterada, a lo largo de la campaña electoral, que la única forma que él pudiera perder las elecciones sería por un fraude masivo. Por ello su escandalosas e infundadas  acusaciones  de fraude y su autoproclamación en la madrugada del miércoles 4 de Noviembre no pueden sorprender a nadie aunque no dejan de ser terriblemente preocupantes.

 

 

Por otra parte, en verdad Trump tiene más de 4 años, desde la campaña electoral de 2016, hablando del fraude electoral en los Estados Unidos.  Como está plenamente documentado, él no esperaba ganar las elecciones  y  por ello  comenzó a  denunciarlas, a denunciar el supuesto fraude que supuestamente le iban a hacer, pero gracias a que logró ganar Michigan, Wisconsin y Pensilvania por la mínima diferencia, por cierto bastante similares con las que Biden ganó ahora, ganó el colegio electoral pero perdió el voto popular por más de 2.8 millones de votos. Pero eso nunca lo aceptó, su explicación fue que más de 3 millones de indocumentados habían votado por Hillary Clinton. De hecho, luego de encargarse de la presidencia nombró una comisión para investigar el supuesto fraude y dicha comisión  se disolvió al poco tiempo sin hallar absolutamente nada. Así pues su actitud hoy en día es la continuidad de su campaña de desprestigio del sistema electoral norteamericano, expresando así su  completo desprecio de la voluntad popular porque en definitiva Trump, como buen  populista, no cree ni en la democracia, ni en sus instituciones.

 

 

El acto de reconocer la derrota electoral es una regla no escrita del sistema electoral norteamericano pero una pieza fundamental de todo lo que viene posterior a las elecciones. En primer lugar, porque con ese discurso el candidato no sólo desmonta todo su aparato de campaña sino también y mucho más importante desmoviliza al electorado que los respaldó en las elecciones y los obliga a reconocer al ganador. Las elecciones siempre desatan pasiones y ese discurso es fundamental para pasar la página y restañar las heridas. El video del discurso de John McCain reconociendo la victoria de Obama, que ha circulado de nuevo en las redes últimamente es una lección de valentía y gallardía política. Nada de esto ha pasado en este caso. Todo lo contrario tanto en la ya mencionada declaración en la madrugada del miércoles 4 de Noviembre como su todavía más incendiarias declaraciones en la noche del 5 de Noviembre profundiza sus infundadas denuncias de fraude y su temeraria afirmación no sólo que él ganó sino de manera arrolladora si se cuentan sólo los votos válidos (¡?). Esto es todavía más preocupante por el porcentaje de personas armadas y de milicias de todo tipo que existen en este país.

 

 

Con su actitud, Trump ha alimentado una inmensa cantidad de teorías conspirativas. Si uno se pasea por Twitterlandia la cantidad de teorías conspirativas es impresionante; entre otras tenemos:  que el triunfo de Biden una conspiración de los iluminatis, otra que está en marcha un golpe de estado de los “patriotas que respaldan a Trump” para derrotar al comunismo, a propósito de los cambios de última hora que hizo en el departamento de defensa; otra más que hay un software que cambió mas de dos millones de votos de Trump a Biden, o que una computadora fue capturada por el ejército de Estados Unidos en Frankfurt que probaría ese cambio; todavía otra más que el cambio y/o  extravio de votos a favor de Trump se debieron a una compañía llamada Dominion (contratada por varios condados de varios estados) que responde a intereses ligados a Nicolás Maduro; pero quizás la teoría conspirativa que se lleva el premio, es la  alimentada por ese fenómeno extraño llamado QAnon, dice que esta elección se trata de una cruzada contra una supuesta secta pedófila y satánica dirigida por Hilary Clinton, Barac Obama,  Joe Biden  así como algunas estrellas de Hollywood, que además junto con George Soros y Bill Gates están intentando imponer un nuevo orden mundial y un gobierno universal siendo Trump el defensor de la cultura occidental y cristiana (por cierto China y Rusia ¿dónde quedan de acuerdo con ésta delirante teoría?) …y  ¡pare usted de contar!

 

 

En todo caso, lo cierto es que las estrategias de Trump  ha sido extremadamente erráticas. En la noche de las elecciones cuando él estaba liderando en algunos estados, aunque por cierto, nunca estuvo por encima de Biden en el número de delegados al Colegio Electoral, exigía que se parar el conteo de votos. En los días siguientes a las elecciones, en estados como Pensilvania que estaba adelante, pedía que se parara el conteo, pero en estados como Arizona donde su votación estaba por debajo de la de Biden entonces exigía que se contaran todos los votos. Siendo un estado federal, las elecciones acá son en verdad 50 elecciones distintas, con regulaciones y procedimientos diferentes y no una elección nacional. Por ello no existe un organismo central que administre el proceso y mucho menos que proclame a los ganadores a la presidencia. Históricamente son los medios de comunicación (primero los periódicos, luego la radio y desde fines de la década de los 40  la televisión) los que han anunciado los resultados de las elecciones aunque la oficialización de los mismos se hace una vez que las juntas electorales estatales certifican los resultados (que debe ocurrir antes del 8 de Diciembre este año),  los delegados electos se reúnen entonces el 14 de Diciembre en sus respectivos capitolios estatales para depositar su voto en el colegio electoral y finalmente los resultados se comunican al vicepresidente en su calidad de presidente del Senado. Sin embargo, tradicionalmente una vez que queda claro cual candidato ha obtenido al menos 270  (=538/2 +1) delegados, el resto del proceso es un mero formalismo. Esta vez, algunos por ignorancia pero otros por mala intención (por ejemplo, Trump mismo y su enloquecido abogado Rudy Gulianni)  quieren hacer vez esto como una “conspiración de los medios” para imponer un candidato, ¡señores esto se viene haciendo desde 1848!

 

 

La gente siempre tiende a identificarse con la victima, por ello, muchos respaldan de buena fé los reclamos de Trump o por lo menos su derecho a ventilarlos legalmente, pero lo imperdonable son los dirigentes republicanos que, de bastante mala fé sabiéndolo perdido, lo apoyan en sus desvaríos por fines muchas veces inconfesables. Las denuncias de Trump de fraude masivo no han conseguido ningún asidero en la realidad. Hasta la fecha más de 19 demandas legales hechas por sus abogados han sido declaradas sin lugar, muchas de ellas de manera sumaria, dada su total falta de fundamentación. Claro existe en la constitución norteamericana una arcaica posibilidad, que pareciera Trump está acariciando, que consiste en que, en definitiva el nombramiento de los delegados al Colegio Electoral es potestad de los órganos legislativos de cada estado, y por tanto creando caos y duda sobre la limpieza de las elecciones él esperaría que en los estados controlados por los republicanos  se nombraran delegados desestimando el voto popular. Ello sería una operación terriblemente riesgosa, antidemocrática e impopular y de hecho  ya algunos estados, como Pensilvania, han dicho categóricamente que ellos no están dispuestos a pasar por encima de la voluntad popular.

 

 

La situación actual es inédita. Una cosa como ésta no había pasado nunca. Si bien en  1876 la presidencia se decidió una par de días de la toma de posesión, por cierto con una infame negociación que implicó el retiro de las tropas federales del sur dejando a la población afroamericana recién liberada a merced de los racista sureños, ella  no implicaba a un presidente en ejercicio y además ocurría en un país de escasa importancia en la política internacional. Esta vez sin embargo ocurre en la primera potencia mundial y  líder del mundo libre, por ello el daño que le ha hecho Trump a la democracia norteamericana y en especial al sistema electoral es inconmensurable. Los dictadores como Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Alexandr Lukashenko, entre otros, se deleitan con el espectáculo de Trump y sus  destempladas denuncias. La autoridad moral de los Estados Unidos en el mundo ha sido dañada quizás permanentemente.

 

 

En todo caso el equipo de transición del presidente electo J. Biden ha comenzado organizarse y a trabajar a pesar de la negativa de Trump de brindarle de ayuda de ningún tipo. Esto tiene muchos riesgos tanto en política internacional, como en política nacional y en particular, respecto a la pandemia que esta totalmente fuera de control, con más de 150 mil casos nuevo diarios en la útima semana. El 20 de Enero  a las 12 del mediodía se juramentará el nuevo presidente y aunque mucho puede pasar en los días que faltan para llegar a esa fecha, a menos que ocurriera un improbable cataclismo político, será Joe Biden el que lo haga ese día como el presidente número 46 d

 

Wilfredo Urbina

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