De la ciudadanía como magia (I)
enero 7, 2022 5:24 pm

 

“Verum ipsum factum” ,Gianbattista Vico (1668-1744)

 

 

No era fácil oponérsele a Decartes y su racionalismo; no obstante, siempre hubo y habrá quienes estén dispuestos a revisar, criticar, superar o intentarlo al menos. Vico fue uno de esos porfiados que a punta de talento y genio le abrieron una hendija al muro y trajeron más luz al túnel y de qué manera, por cierto.

 

 

Con motivo de la Navidad, el Año Nuevo y la venida de los Reyes Magos, transitamos un camino mágico de ilusión, internalización y concientización que tropieza el domingo con la abrupta realidad de la elección en Barinas, y el lunes con la segunda mitad del período de “gobierno y dictadura” de Nicolás Maduro y el chavismo, militarismo, ideologismo y cataclismo subsecuente.

 

 

Una revolución de todos los errores, abusos, fracasos, deslegitimada e ilegal desde su concepción se pasea dolorosa, perniciosa y cínica por nuestro acontecer. Tragedia y realismo mágico, según quieran ver.

 

 

De otro lado, el pueblo como contingente social que los ha deja do hacer a sus anchas y ello, en claro detrimento de él mismo. 22 años de latrocinio, perversión, impunidad y concupiscencia, como un velo que opaca a la memoria y nos suspende en el aire de la vaguedad, en un limbo, en una vacilante lenidad, engañados pero soliviantados por la crudeza de una antes desconocida miseria, entre fantasías y abyecciones dizque existimos, pero extraviados, sin nuestro ser.

 

 

Es espejismo y es episteme. Es un “melange” entre la falsedad de la verdad, la injusticia, el desamor y la progresiva pérdida de nuestra identidad.  Es un daño patológico hondo el que nos horada el ser.

 

 

En mala hora pues, la demagogia, el populismo, las taras de la consciencia histórica que cual secuestrado de Estocolmo se fascina del uniforme que lo ha subyugado, lo padece, pero, lo convoca periódicamente en ritual mórbido y masoquista, el ser pueblo que somos en trance solipsístico, cree vivir, pero vacuo, cual sombra.

 

 

La ciudadanía es un ejercicio. Es acción, es libertad, es músculo y, emoción, pasión; se distingue en eso de la nacionalidad que muestra un vínculo jurídico con un Estado, pero, no por eso lo abraza, lo siente, lo sufre, lo protagoniza.

 

 

En la apología de Sócrates se pone en evidencia el carácter militante del maestro, ni siquiera para conservar la vida negociaría su ciudadanía. ¿Para qué respirar, caminar, hablar tan lejos que, no pueda ser oído, que no alcance para escuchar la voz de los hombres? Debo comunicarme para ser y comunicarme es participar, decir, contrariar, asumir. No basta pensarlo ni poder hacerlo, hay que hacerlo

 

 

La política es un destino para el homo. Se diluye su entidad si se segrega, se margina y se niega en un giro, siempre falaz que lo ausentaría sin dejar de estar presente, pasivo quizás pero allí, tangible, susceptible, irradiable, vulnerable.

 

 

De niño nos describían que el avestruz asustado metía la cabeza en la tierra no para defenderse claro, pero, para “huir” de la tal vez fatal contingencia. El poderoso animal se rendía, se evadía, pero no eludía a la postre, por instinto de conservación.

 

 

Rápidamente alguno de los chamos hacía un hallazgo para todos y extraía haciéndolo una moraleja que explicare evocando una homilía de un sacerdote en Madrid que relata Luis Betancourt Cuadra, joven y brillante medico venezolano que hace su posgrado allá, resumidamente: “La verdad sin amor es dura; la justicia sin amor es fría, pero, el amor sin verdad y sin justicia es para tontos…”

 

 

Si temerario ensayara de ir adentro de lo que encierra y contrasta, el racionalismo de Decartes y el desafío de Vico, Croce, Gramsci, convencidos del “Verum ipsum factum”, excedería mis siempre limitados conocimientos sobre filosofía y por ello, pasaré cuán instante breve sobre el iceberg, pero, dejare constancia del porqué de mis invocaciones. Lo haré de seguidas.

 

 

Teóricamente, todos aquellos connacionales de un país son también ciudadanos de esa entidad estatal. Esa es la ley que, sin embargo, halla una significación que trasciende las formas sin desmerecerlas para fundamentar una repercusión luminosa en un concepto cuya esencia es movimiento; eres ciudadano si actúas como tal, si te haces ciudadano, si vives en tu ciudadanía.

 

 

La ciudadanía es la membresía en el cuerpo político. Arendt, y la parafraseo, asienta que es el derecho a tener derechos, pero, con mi mayor acatamiento a su pensamiento anotaré que tener derechos y no ejercerlos, desciudadaniza a la ciudadanía.

 

 

Esa, la ciudadanía, es una cualidad que te hace igualmente aporéticamente de un indivisible diría Sieyès, la soberanía nacional. Ya nos aclaró y lo he escrito antes, Esmein: “El Estado es la representación jurídica de la nación soberana” pero, acotamos que, no hay estado sin soberanía ni soberanía sin ciudadanía.

 

 

“Somos lo que hacemos habría dicho Aristóteles”. Es aquí donde quise llegar luego de este periplo que espero no les haya resultado muy pesado. Lo traigo a colación porque Venezuela esta en peligro como Estado que ha visto degradar su soberanía en todas las áreas de su arsenal conceptual alusivo y en paralelo, se ha visto esa soberanía mas que comprometida por la inacción, la parálisis, la marginación que enerva desde la apatía de la ciudadanía.

 

 

La patria es un vocablo en desuso en este tiempo árido de conveniencias y miedos. Ahora se llama a la existencia, supervivencia. Dijo Sartre alguna vez: “Como todos los soñadores confundí el desencanto con la verdad”. Si no reaccionamos muy pronto seremos todo menos ciudadanos y no habrá Estado porque tampoco quedará un ápice de soberanía.

 

 

Me han interrogado ¿por qué a mis años sigo dando clases en la UCV en condiciones tan deplorables, en todos los sentidos y nótese que no resalto el maquillaje que la farsa del régimen emprendió o acaso, también me preguntan por qué votaría en un proceso interno como el que se consultó hace semanas?

 

 

Mi respuesta es sencilla, hago lo que hago para salvar la universidad que muere de mengua y sobre todo, víctima de una grave falencia de su ciudadanía, de su desafección comunitaria y de la pobreza espiritual que exhibe la nación ante el crimen en desarrollo que busca convertirla en otro zombi como la FANB o el TSJ o el poder ciudadano, el ministerio público o la Contraloría y, para ello, manipula a los que aún no distinguen aquello que nos instruyó Webber, hay ética por convicción y ética por responsabilidad y ante ese dilema, debemos decidir y mucho más, actuar.

 

 

La semana próxima si Dios lo quiere y me bendice con salud y las circunstancias ayudan, completaré esta meditación proponiendo una política al respecto. No olvidemos que la política es básicamente, poiesis como me lo recordó hace meses mi fratello y dilecto colega profesor de Educación y doctor, Freddy Millán Borges.

 

 

 Nelson Chitty La Roche

@nchittylaroche