Consejos del beisbol a los venezolanos

Consejos del beisbol a los venezolanos

Los que conocemos y amamos el beisbol, sabemos que se trata de mucho más que un juego apasionante. El beisbol, el más cerebral y complejo de los deportes de conjunto, esconde implícito en los fundamentos del juego una particular y muy profunda filosofía de vida y de las cosas. Y creo firmemente que si el beisbol pudiera hablarle a los venezolanos de hoy, algunas de sus sabias enseñanzas se pudieran convertir en guías prácticas de acción, tan necesarias como útiles en nuestra accidentada e incierta cotidianidad, la cual, ayuna de claridades y preñada de confusiones, necesita de luces que le ayuden a orientarse en medio de la opacidad de los tiempos que nos corren. Solo a manera de ejemplo, revisemos algunas de las cosas que los venezolanos de hoy tendríamos que aprender de ese viejo e ingenioso maestro, si pudiéramos tener la fortuna de invitarle a un café para escuchar sus juiciosos y agudos pareceres. Seguramente le oiríamos decir como estas:

 

El beisbol, como todo deporte, no se puede jugar solo. Siempre hace falta el otro, porque si no, el propio yo –el que no es «el otro»- estaría incompleto. No hay posibilidad alguna para aberraciones tales como «equipos únicos» o «partidos únicos». Todo equipo, así como todo partido, necesita del otro y no puede prescindir de él. Los que practican el beisbol, a pesar de sus naturales y deseables diferencias, que son además las que hacen al juego interesante, se reconocen recíprocamente como parte de una misma familia, la familia del beisbol. Y como comunidad familiar, comparten algunos valores y actitudes, entre los cuales está la convicción de que el adversario es para ganarle, para competirle y para aprender de él, pero nunca para destruirle, porque sin el otro no hay juego, y si no hay juego no hay vida.

 

En el beisbol, como en la vida, lo determinante y definitivo no es el tiempo, si no lo que hagas o dejes de hacer. No es un juego de tiempo prefijado, donde si estás arriba en el marcador puedes abstenerte de seguir atacando y entretenerte con el resultado, para dejar pasar el tiempo. En el beisbol, las aventuras no vienen constreñidas por un tiempo rígido, al cual debes someterte de manera hierática y rigurosa, sino que surgen en cualquier momento, por muy inesperado y hasta sorpresivamente tardío que pueda parecer.

 

¡Cuántos juegos se han resuelto a la hora de recoger los bates! ¡Cuántos malos fanáticos han recibido la inolvidable lección de abandonar el estadio antes del último out, decepcionados por el quehacer momentáneo de su equipo, para luego descubrir, camino a sus casas, a través de la radio o –peor y más doloroso aún- en la prensa del día siguiente, que su casi-seguro derrotado había dado vuelta al marcador o dejado en el terreno al contrario! En el beisbol, como en la vida, quien determina el resultado no es el tiempo transcurrido, sino la calidad de lo que hayas hecho o dejado de hacer.

 

En el beisbol, si te sacrificas puedes ser la figura estrella de la jornada, aunque no hagas nada más. Para ser el héroe no hace falta ser el más famoso, solo que hagas tu trabajo, y que muestres solidaridad con tus compañeros. Cuando todos lo hacemos, el equipo triunfa. Y eso, tanto en la pelota como en la vida, es impelable.

 

Así como el beisbol refuerza y premia a quienes luchan, es implacable contra los timoratos y sumisos. No acepta las «abstenciones». De hecho, uno de los axiomas sagrados de la pelota, y que repite como advertencia permanente desde el chamo preinfantil hasta el consagrado profesional, es aquella de «al que no hace, le hacen». El beisbol castiga a quienes le juegan con mezquindad. Y es tanta su vocación en contra de la mediocridad y el conformismo, que no acepta empates en el marcador: hay que jugar, no importa cuánto y hasta cuándo, hasta llegar a una definición.

 

En el beisbol siempre tienes una segunda oportunidad. Es un juego tan generoso, que siempre regala a sus actores, especialmente a aquellos que han cometido algún error o cuyas pifias –incluso las mentales- han sido muy caras para su equipo, un chance para redimirse. Así, quien parecía el villano del partido en un 5to inning, al final puede salir del dogout aclamado por los vítores del público. Solo los malos fanáticos, aquellos que no conocen de verdad todo lo que se mueve en un juego de pelota, son capaces de pitar a un jugador por una falla, sea ésta un costoso error o un lamentable ponche con las bases llenas para el último out de la entrada.

 

Por alguna extraña razón, que es casi una ley natural, el juego le va devolver a ese jugador el chance de remediar esos fallos, y hacerlo bien esta vez. Al igual que la vida, el beisbol nos enseña a no desesperarnos ante los fracasos, a no creer que los errores nos conviertan automáticamente en malos jugadores, y a pensar que las segundas oportunidades existen, justamente como reto para -aprendiendo de las equivocaciones y desaciertos- , prepararnos para enfrentarlas y aprovecharlas a nuestro favor.

 

Por Ángel Oropeza

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