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Basta repasar la historia para aprender cómo han resuelto Colombia y Venezuela sus diferencias intermitentes por la vía diplomática, de manera pacífica y cordial.
Dada la tensión de las últimas semanas en la frontera colombovenezolana, y el “estado de excepción” que el presidente Nicolás Maduro ha declarado en distintas zonas de su país a lo largo de la línea fronteriza, podría resultar extravagante repetir ahora lo que hace más de dos siglos expresaron los padres fundadores de Colombia (entonces la Nueva Granada y Venezuela, y posteriormente Ecuador), Francisco de Miranda, Antonio Nariño y Simón Bolívar: que Colombia y Venezuela son dos naciones hermanas, no simplemente vecinas, hermanas entrañables a las que ninguna frontera podrá jamás dividir, aunque estén separadas, ni enfrentar. (Véase la Carta de Jamaica, 1815; La Bagatela, 1811-1813; y el Archivo Miranda).

 

 

Basta repasar la historia para aprender cómo han resuelto Colombia y Venezuela sus diferencias intermitentes por la vía diplomática, de manera pacífica y cordial. Así fue ayer, así será hoy y así será siempre. Nunca han faltado, ni allá ni acá, las individualidades solitarias que, dueñas de algún poder político o económico, elevan sus voces agrestes para llamar a la guerra fratricida. Un Miguel Ángel Capriles en la Venezuela de los años setenta, un Álvaro Uribe Vélez en la Colombia de hoy, por ejemplo, ciudadanos muy ilustres que, si por desgracia, a su llamado estallara una guerra, serían los primeros en ponerse a salvo.

 

 

Lo más notable del problema fronterizo actual (que no es actual, sino de muchos años atrás) es el patrioterismo pintoresco que ha suscitado en el noventa y cinco por ciento de los habitantes de Colombia la expulsión, ordenada por el Gobierno venezolano, de unos mil y pico de colombianos que vivían refugiados en pueblos o ciudades de Venezuela cercanos a los límites con Colombia. Todos en nuestro país —lustrabotas, conductores de taxi, peluqueros, los más atildados comentaristas de opinión, los comentaristas deportivos, los humoristas de ‘La Luciérnaga’, etc.— han manifestado con patriótica severidad sus conceptos adversos al infame proceder del dictador Maduro contra los humildes ciudadanos colombianos a quienes el presidente Chávez dio asilo.

 

 

Nadie ha dicho, sin embargo, que el número de colombianos deportados corresponde al 0,01 % de los cinco millones y pico de compatriotas nuestros que fueron desplazados de su patria, y que en Venezuela encontraron refugio, trabajo, techo y comida. Al respecto está circulando, no en Caracas sino en Bogotá, la siguiente historia, cuya veracidad no garantizo. Parece ser un producto genuino del tradicional ingenio bogotano. “Estando el senador Uribe en la frontera, con su megáfono y su magnífica voz de orador ciceroniano, en lo fino de una protesta contra la humillación de los colombianos en Venezuela, alguien le dijo que Maduro iba a ordenar que los cinco millones de colombianos albergados allí regresaran a Colombia. El senador, encrespado, grito: “¡No, el dictador Maduro no puede hacer eso! ¡No nos puede devolver a nuestros queridos compatriotas! ¡Con el trabajo que nos costó desplazarlos!”

 

Chistes aparte, al leer las opiniones vehementes que se han emitido en torno a la “crisis de la frontera”, queda uno con la impresión neblinosa de que los colombianos deportados no despiertan otro interés que el de servir como pretexto para descargar toda la artillería contra el presidente de Venezuela.

 

 

El único que ha mostrado una preocupación real y efectiva por la suerte de esos compatriotas ha sido el Gobierno Nacional. Lo demás, como decía Miranda, es bochinche, nada más que bochinche.

 

 

Debemos elogiar sin reservas la forma diplomática, prudente y serena con que el presidente Juan Manuel Santos y la ministra María Ángela Holguín han manejado el incidente fronterizo con nuestra hermana Venezuela. Sin provocar, ni caer en provocaciones. Y aplaudir y agradecer las gestiones que los presidentes de Ecuador, Uruguay, Argentina y Brasil, y sus cancilleres, han realizado para llevar al diálogo final entre los presidentes Santos y Maduro, que tendrá lugar en Quito el lunes próximo. No dudo que de esas conversaciones saldrá un gran acuerdo común en el propósito de solucionar un problema común, que nos afecta por igual a colombianos y a venezolanos: el crimen organizado en nuestra frontera común, causa eficiente de la crisis.

 

 

Enrique Santos Molano

El Tiempo.com

 

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