Si Kamala Harris pierde las elecciones a la Presidencia de Estados Unidos, en gran medida la única culpa la tendrá ella misma. Lo digo sin ningún cariño hacia ella. Aunque no estoy afiliado a ningún partido (la posición correcta, creo, que debe adoptar cualquier periodista de categoría), soy un liberal clásico (en el sentido europeo) o un «libertario» (en el sentido estadounidense). Mi lema personal, como el de la página editorial de mi periódico (The Wall Street Journal), es «Mercados libres y gente libre». Como tal, los lectores apreciarán que tengo poca afinidad con Harris.
La candidata demócrata arrasó con Donald Trump en el único debate presidencial que tuvo lugar. Sin embargo, los dos están estancados en 50-50 −un empate– a pocos días de la votación. ¿Por qué? Porque Harris ha cometido algunos errores fundamentales.
El mayor error de Harris, desde el principio, fue la elección de su copiloto. Tim Walz, el gobernador de Minnesota, es un candidato débil y defectuoso a vicepresidente que no aporta nada a una Harris igual de débil y defectuosa. Al no elegir a Josh Shapiro (el gobernador de Pensilvania), no sólo no logró reforzar sus posibilidades en este importante estado indeciso, sino que también transmitió la clara impresión de que temía a su base antiisraelí woke.
Este último problema de políticas woke existe, por supuesto, en un ámbito más amplio. Su ultra-progresismo –desde la ridículamente combustible cuestión de los pronombres hasta las ofensas contra la biología científica cometidas en nombre de la liberación transexual– va mucho más allá de su debilidad hacia Israel.
Harris necesitaba distanciarse de su antiguo jefe, Joe Biden, no sólo para afirmar su independencia y decirle a Estados Unidos que era su propia mujer, sino también para privar a Trump de la oportunidad de pintarla como un Biden con falda (más joven, por supuesto, pero más inexperta). Sin embargo, ¿qué hizo ella? Cuando ABC News la entrevistó el 8 de octubre, le hicieron una pregunta que podría haber servido como trampolín para avanzar como una nueva candidata, una cara nueva y valiente: ¿Hay algo que usted habría hecho de diferente manera a Biden? En su respuesta, Harris dijo: «No se me ocurre nada», y agregó: «He sido parte de la mayoría de las decisiones que han tenido impacto». Esto permitió a la campaña de Trump utilizar contra Harris toda la munición que había reunido para usar contra Biden (menos el jubiloso enfoque de la irrefutable senilidad de Biden).
Para agravar su error de no poner cierta distancia entre ella misma y Biden –algo que fácilmente podría haber hecho con un mínimo de diplomacia y delicadeza, sin necesidad de herir los sentimientos de Biden y su mujer Jill o parecer una ingrata– se dirigió directamente al abrazo de Barack Obama. Cualquier vestigio de independencia que ella pudiera haber poseído o proyectado fue borrado por la imponente figura del expresidente, quien parecía decidido a hacer de Harris su «proyecto».
Hizo campaña a su favor de una manera sin precedentes entre ex presidentes, de quienes se espera que sean discretos. Sin duda, Obama no hizo campaña a favor de Hillary Clinton en 2016 y de Biden en 2020 de la manera ruidosa con la que hace campaña a favor de Harris. Como consecuencia, Harris ha terminado pareciendo una marioneta de Obama, lo que no ha aumentado su atractivo entre los muchos republicanos que buscaban (y tal vez todavía buscan) razones para no votar por el candidato revoltoso y frecuentemente grosero de su propio partido.
Otro error sustancial de Harris ha sido concentrarse en su campaña en los defectos de Trump (tanto reales como imaginarios) a expensas de sus propias virtudes (también reales y supuestas). Ha golpeado incansablemente los tambores de amenaza y peligro, entonando que Trump, si fuera elegido, sería un fascista, un totalitario, un enemigo de la democracia. Mientras tanto, Trump estuvo haciendo campaña entre los estadounidenses comunes y corrientes, y su mensaje era una mezcla de amabilidad, irreverencia y anti-elitismo. El Trump que sus propios partidarios vieron y oyeron no fue el Trump pintado por Harris. La suya ha sido una narrativa negativa sobre Trump, no una narrativa positiva sobre ella misma. (Ella ha subcontratado esa parte a Obama y otros).
Este último punto no es tanto un «error» sino un defecto crónico que Harris hizo poco por abordar. Como han señalado los encuestadores y comentaristas, es probable que obtenga una proporción mucho menor del voto masculino negro que la que ganó Biden en 2020. Se proyecta que Harris obtenga el 73 % del voto negro total (hombres y mujeres) en comparación con el 87 % que Biden cosechó en 2020. (Hillary Clinton ganó el 88 %, prueba de que la erosión de Harris en el voto negro no es necesariamente el resultado de la misoginia).
De manera alarmante para Harris, su apoyo entre los hombres negros es frágil. Entre los hombres negros de la Generación Z, más votantes respaldan a Trump (40 %) que a Harris (39 %). En general, solo el 70 % de los probables votantes varones negros (de todas las edades) apoyan a Harris, en comparación con el 85 % que votaron por Biden en 2020. ¿A qué se debe esto? Harris puede parecer distante y elitista, en comparación con el más demótico Biden. Y la política woke de su partido en cuestiones de sexualidad y género, así como el enfoque incesante en el aborto, claramente han molestado a muchos de los negros estadounidenses que asisten a la iglesia por costumbre.
Tampoco hay duda de que la «masculinidad» de Trump –su decidido cultivo de una imagen machista– atrae a muchos hombres negros, especialmente entre los votantes más jóvenes y menos educados. En este sentido, por supuesto, Harris no puede igualar a Trump.
Tunku Varadarajan es columnista del The Wall Street Journal. y miembro del American Enterprise Institute.
Artículo publicado en el diario El Debate de España.