Contrario a otras fechas históricas del país, el 4 de febrero de 1992 no se pierde entre las brumas de la memoria sino que cada día duele más como una herida que nunca se cierra, ni deja de sangrar.
Sin embargo, puede asegurarse que la madrugada en que despertó a Venezuela con un ruido brusco de tanques a las puertas de Miraflores, el 95 por ciento de los ciudadanos no sospechaba su existencia, el 80 lo rechazó de plano y el 50 no sabía que era un golpe de militar.
Estado de confianza, quietud e inocencia que eran la causa de haber vivido durante 34 años en un sistema político, económico y social que eran sentidos y hoy son recordados -y hasta añorados-como la única Era de paz, bienestar y modernidad decantados en la historia de Venezuela.
Los mismos chavistas,-los golpistas fracasados que a los pocos meses de estar en la cárcel ya eran un fenómeno político en ascenso nacional e internacional-, se encargaron de descifrar las causas de su éxito atacándolo de “puntofijista” y “partidocrático” y puede afirmarse que este fue la única de sus acusaciones en que acertaron, pues, en efecto, si Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba no sellan en diciembre de 1957 el “Pacto de Punto Fijo” en Nueva York y, si, en correspondencia, el sistema político que se constituyó resultó una democracia tripartidista (Acción Democrática, Copei y Unión Republicana Democrática), sustituida al año de estar en el poder por una bipartidista, AD y Copei, por la salida de URD de Jóvito Villalba del “Pacto…”, la historia de la restauración democrática el 23 de enero de 1958 se habría contado en meses.
Fue por eso que, cuando Chávez ganó las elecciones presidenciales del 6 de diciembre de 1998 e instauró su gobierno el 2 de febrero del año siguiente, se cuidó que el sistema político híbrido de dictadura con democracia y socialismo con capitalismo con el cual avasallaría al país durante 13 años, resultara férreamente unipartidista, de un solo partido y sin “otro pacto” que no fuera con los gobiernos, partidos y líderes extranjeros que corrieron a ofrecerle apoyo.
Pero eso en cuanto al sistema de gobierno, porque en lo referente al origen del “4 de febrero de 1992”, podemos afirmar que fue de su propia, íntegra y entera inspiración, y que muy parcial y casualmente “otros factores” tuvieron noticias, fueron consultados y participaron en el recorrido que del 83 al 92 lo llevó a fraguar y luego a perpetrar la asonada.
A este respecto, aprovechamos de hacer una breve referencia a la obra del sociólogo y amigo -ingratamente fallecido-, Alberto Garrido, quien sostiene que Chávez fue al brazo armado de una conspiración marxista capitaneada desde Mérida por el excomandante guerrillero de los sesenta y excomunista, Douglas Bravo y su partido “Tercer Camino”, secundado por un hermano de Chávez, Adán, y líderes políticos de izquierda como Alfredo Maneiro Pablo Medina y Alí Rodríguez, pero Chávez jamás admitió tales comanditas y tanto Bravo, como Maneiro (en conversaciones personales con este cronista) se expresaron con un rechazo muy acentuado del “comandante eterno” y solo admitieron a verlo encontrado en unas pocas y no felices reuniones.
En cuanto a Pablo Medina, quien sí admite conocerlo y discutido con el teniente coronel en varías ocasiones, lo hace sin precisiones. En cambio sí administra datos creíbles de sus reuniones y contactos con el segundo al mando de la conspiración, el teniente coronel, Francisco Arias Cárdenas.
Pero la prueba más contundente de que Chávez no era un agente de la izquierda marxista, una apuesta de las sectas exguerrilleras derrotadas en los 60 y refugiadas en la Universidad de Mérida, es que no invitó civiles ni partidos a participar en la intentona del 4 de febrero, que la gesta fue de carácter estrictamente militar y que los partidos y líderes no uniformados que se asomaron fue por invitación de Arias o inspiración propia, tal es el caso de Alí Rodríguez y Pablo Medina.
De modo que cuando el golpe fracasa, según muchos jefes del Movimiento Bolívariano Revolucionario-200 (Ronald Blanco La Cruz y Rojas Suárez, entre otros) “por la cobardía de Chávez”, el jefe de la intentona se encuentra en los primeros días que pasa preso en la cárcel de Yare “abandonado”, “dando explicaciones” y sin duda preocupado de perder el liderazgo del partido militar que tanto le ha había costado fundar, organizar y conducir.
Es el momento que aprovechan los civiles para acercársele y enrolarlo en otras ideas, y tres muy importantes son Manuel Quijada, Luis Miquilena y José Vicente Rangel.
Por estos tres “profetas” Chávez conoce las influencias que le serán decisivas para la creación de un movimiento político original, más cerca de crear una geopolítica latinoamericana, populista y militarista que le llega vía el ensayo del filósofo político argentino Norberto Ceresole, que le aporta Quijada. Miquelena lo convence de sacudirse la polilla política cuartelaria y fundar un partido político civil para que participe en las elecciones presidenciales que se celebrarán en el 93 y el 98. Y Rangel le ofrece el apoyo de los grandes medios impresos y audiovisuales de la época, donde él colabora y terminan siendo muchos más: Televén, Venevisión, El Universal, El Nacional y Ultimas Noticias.
De modo que, el chavismo, tal como lo conocemos a raíz del 4 de febrero, hasta la muerte del “comandante” el 5 de marzo del 2013, es la obra de su fundador, el teniente coronel, Hugo Chávez Frías y de tres políticos civiles: Manuel Quijada, Luís Miquilena y José Vicente Rangel.
Bien está que, no se puede dejar de resaltar el papel principalísimo de su creador y fundador, pero sin el refuerzo de aquellos “viejos zorros” de la sociedad civil venezolana, no habría llegado lejos.
Chávez, en efecto, lleva al “MBR-200” transformado ahora en “Movimiento V República”, al poder y después tiene la audacia de unirse al jefe de las Farc, Manuel Marulanda y al presidente de Cuba, Fidel Castro, para dilapidar la renta petrolera venezolana, convirtiéndolo en un movimiento continental que le da un nuevo giro a la historia.
Aquí me toca insistir en que el chavismo no salió de los laboratorios del “Foro de Sao Paulo”, ni esta plataforma le aportó el marco teórico para proyectarse con un golpe de Estado aunque fracasara, pero abonando el terreno para llegar al poder a través de unas elecciones, mutilar la democracia y sustituirla por un régimen populista, presidencialista, militarista y autoritario, para luego lanzarse a una cruzada por el socialismo que aun sigue dando que hacer en América, Europa y el mundo.
Todo lo contrario, el “Foro de Sao Paulo” fue abrevando en la praxis y la audacia del “presidente eterno” para formular una teoría de rescate del en vías de desaparecer marxismo-leninismo stalinista y castrista, para reconstruirlo en la amenaza que hoy tiene en trance casi agónico a la mayoría de las democracias socialdemocráticas y liberales de los dos continentes, que ya no dudan en calificarlo como uno de los grandes bloques de la política mundial.
En otras palabras que, aquel golpe de Estado que irrumpió en Venezuela hace 30 años, por más que fue rotundamente derrotado, que no pasaba de ser otra sargentada en una región de sargentadas, por más que las costuras de la improvisación y la ausencia de un mando coherente y experimentado se le veía por los cuatro costados, sí nació con una enorme vocación histórica, que no tardó en alcanzar una profundidad mundial y que hoy pareciera estar muy lejos de desaparecer.
Y todo salió de la audacia de este teniente coronel, con una escasa formación política e ideológica, ágrafo, pero que sabía exactamente lo que se proponía y una vez que lo obtenía lo empujaba hacia las etapas subsiguientes.
Por ahora la destrucción de su país, Venezuela, la ha logrado de una forma casi perfecta, así como arrastrar a América Latina a un bochinche donde lo único que encandila es el mando implacable de jefecillos crueles e ignorantes y la amenaza de que su extensión llegue en poco tiempo a las únicas democracias liberales que quedan en la región: Brasil y Colombia.
Manuel Malaver