Fue una memorable entrevista la que le hizo recientemente Camilo Egaña en CNN a César Miguel Rondón, quien dejó salir algunas de sus emociones más íntimas, recordó su navegación interminable por el mundo de la salsa, reveló el influjo de sus canas, opinó sobre su país, y, ¿cómo no?, habló del periodismo en Venezuela.
De sus 40 años en el periodismo, cerca de treinta los ha vivido al amanecer de cada día, de lunes a viernes, tras unos micrófonos que le han servido para contar a Venezuela y al resto del mundo con minuciosidad de relojero, y a sus numerosísimos oyentes para comenzar a andar sus días sobre terreno mejor conocido.
César Miguel Rondón es un referente de primera línea en el periodismo de habla castellana. En esa condición lo tuvo Camilo Egaña en los estudios de CNN, y dijo de él que “nació en México, pero es uno de los mejores periodistas culturales en Venezuela”.
La entrevista, de unos 16 minutos, comenzó con un toque de emocionalidad vocal y corporal. Cuando Egaña le recordó que acaba de convertirse en abuelo, a César Miguel se le iluminó el rostro y declaró con solemnidad que la experiencia de ser abuelo es única. “Estoy absolutamente derretido”.
Camilo comentó que si Luis XIV había dicho: “El Estado soy yo”, César Miguel Rondón podía muy bien decir: “La Salsa soy yo”.
“Si a Luis XIV aquello le quedó feo –replicó César Miguel– a mí con seguridad me quedaría peor”. En todo caso, esa paternidad de la salsa, dijo, habría que atribuírsele a Ismael Rivera, a Eddie Palmieri, o a alguno de esos personajes maravillosos.
Su Libro de la Salsa, crónica de la música del Caribe urbano estuvo en la entrevista. César Miguel describió su recorrido por varios países caribeños cuando era un joven que despuntaba los veinte años para registrar la música de la marginalidad urbana, inspirada básicamente en el son cubano: “Fue escrito con la emoción de la juventud”.
Cuando hablaron de Venezuela, César Miguel aseguró que el nuestro es un país tan insólito que un diario oficialista como Últimas Noticiaspublicó con gran fanfarria que había llegado un barco cargado de comida. “¿En qué país eso puede ser noticia?”, se preguntó César Miguel.
—En el mío pasó hace veintitantos años –le replicó Camilo.
—¿Y puede usted decirle a la audiencia cuál es su país?
—Lo saben, es Cuba.
“¿Por qué Venezuela, un país de tanta riqueza petrolera, puede estar en este grado de penuria?, se preguntó César Miguel, y agregó: “Me parece maravilloso que usted haya hecho esa analogía, porque yo todavía como venezolano no logro explicarme cómo nuestro país llegó a ese nivel de penuria tan miserable”.
César Miguel confesó que ser periodista en Venezuela hoy es un oficio sumamente particular, es caminar sobre vidrio molido descalzo, y sin ser faquir, que el oficio de periodista en Venezuela atenta contra el régimen, “porque los periodistas tenemos que decir la verdad, tenemos que buscar la verdad, y en la medida en que la verdad es agresiva y desmiente, abofetea al régimen, en esa misma medida el régimen asume que todos nosotros somos unos enemigos”.
“El hecho de que su programa esté al aire y que usted dice todo lo que dice, ¿no puede ser considerado como un amago de libertad de expresión?”, preguntó Camilo.
“Que yo pueda decir las cosas que sigo diciendo puede obedecer a la habilidad de quien le habla, o vaya usted a saber qué otros detalles”.
“Creo que el detalle está en las canas. Porque estoy calvo, tengo canas y uno se las arregla. Uno se cuida, hay que saber salivar, hay que ir aceitando todo el proceso. Todos los días le digo al equipo de producción: Jóvenes, hicimos un buen programa, ojalá mañana hagamos el próximo.”
Queremos tener siempre ese mañana.
Álvaro Bemavides la Grecca