Muchos venezolanos nos hemos dado cuenta de que usted es dado al género epistolar. Por esa razón recurro a esta vía. Cumple usted un papel primordial, como secretario general, en la revitalización de la Organización de Estados Americanos. No es para menos, el período en el que estuvo su antecesor se le hizo honor al apellido de este y terminaron siendo años insulsos.
En esos años la OEA terminó siendo testigo silencioso de cómo algunas propuestas de cambio, demandadas genuinamente por nuestras sociedades, usaron los mecanismos democráticos para acceder al poder y una vez allí sencillamente se dedicaron a dinamitar al sistema democrático; ese que justamente la OEA dice que defenderá y promoverá, según sus principios.
Su elección como secretario general, recientemente, no despertó mucho entusiasmo entre los venezolanos (entre los cuales me cuento) ya que la propaganda oficial se encargó de mostrarlo a usted junto al féretro del difunto presidente Hugo Chávez, acompañado nada menos que por Nicolás Maduro. Era otro momento de su vida política, lo entiendo, entonces fue usted el canciller de Pepe Mujica. Y Mujica terminó siendo muy taimado con relación a Venezuela, cuando muchos demócratas sociales esperábamos más. Debo confesarle que no esperaba mucho de usted, tanto por el uso que se le dio a aquella imagen suya, por parte de la propaganda oficial, junto al hecho de que Venezuela (según la Cancillería en su momento) aupó firmemente su candidatura para el cargo al frente de la OEA.
Lo interesante de la política es que no es estática, ni previsible. Así usted nos dio a millones de venezolanos una sorpresa mayúscula y un soplo de esperanza de que aun cuando la OEA no envíe formalmente una misión de observación a estas elecciones parlamentarias del próximo 6 de diciembre (por la negativa del Consejo Nacional Electoral), este organismo bajo su dirección no callará ante un eventual fraude ese día.
Como muchos venezolanos que creemos en que como sociedad tenemos derecho a elecciones libres, justas y transparentes, leí su carta abierta a Tibisay Lucena, presidenta del CNE. Su carta es una inigualable síntesis de los problemas más serios que enfrenta el sistema electoral de Venezuela, potenciados sin duda alguna por lo vital que resultan estas elecciones para quienes nos gobiernan. No está en juego la presidencia, pero sí el control de la Asamblea Nacional que, según la Constitución que tanto empuñaba Chávez en sus actos públicos, le otorga poderes de fiscalización y contraloría sobre el Poder Ejecutivo, y de capacidad para evaluar –junto con la sociedad civil– a quienes integran el resto de poderes públicos.
Las elecciones son vitales para los venezolanos demócratas porque constituirán la posibilidad de que por vía electoral y democrática se restablezca un equilibrio de poderes en Venezuela. La oposición más radical nos llama ingenuos (en realidad nos dicen pendejos) y el oficialismo desde el poder dice que no entregará el poder o el propio presidente Maduro anuncia que saldrá a la calle si el resultado es adverso. Nada fácil la tenemos, a decirle verdad.
Señor Almagro, el 6 de diciembre no es un punto de llegada. En realidad será el inicio de una transición dura y complicada, sin árbitros internos, ya que la parcialidad que exhiben públicamente el resto de poderes públicos (Fiscalía, Tribunal Supremo de Justicia, Defensoría del Pueblo) sencillamente los descalifica como mediadores del conflicto. Si eso se mantiene en el nivel de escaramuzas institucionales (de reajustes para acoplarse a la nueva realidad política), es una cosa, pero otra sería que el conflicto se traduzca en el enfrentamiento en las calles entre venezolanos. Este tiempo demandará mucho de usted, de su talante demócrata y de su capacidad de convertir el cargo que ocupa en un genuino liderazgo regional.
Por Andrés Cañizales
El Nacional