Estoy en España. Ha sido un viaje muy emocionante porque pude presentar mi novela Aquello que no se dice en Barcelona y en Madrid. Vi a muchas personas queridas a quienes tenía tiempo sin ver, en particular compañeras del colegio, de esas con quienes una reconecta como si las hubiera visto el día antes.
El día de la presentación en Madrid, se me acercó una elegante mujer. “Soy Julie Silén”, me dijo. No tenía que decírmelo. Está igualita que la última vez que la vi, tal vez hace unos veinte años. Ella no debe ser mucho mayor que yo, porque cuando nos dio clases era muy joven. Y la vida la ha tratado muy bien porque está tan bella como era entre 1975 y 1976, cuando nosotras cursábamos quinto año de bachillerato y ella era nuestra profesora de Geografía Económica.
Sus clases eran brillantes. Fue ella quien nos enseñó que los diarios tenían distintas líneas editoriales. Nos instaba a contrastarlas, a analizarlas y a tratar de encontrar la verdad detrás de las diferentes versiones que leíamos. “Nunca se queden con una sola versión de los hechos”, nos decía. “Indaguen, contrasten, analicen”.
No sólo nos hablaba de Venezuela. Nos llevó de la mano a conocer el mundo internacional. La OPEP, los distintos países que la conformaban y los problemas que enfrentaban frente al primer mundo. La OTAN. Los No Alineados. La Guerra Fría y sus implicaciones. La carrera nuclear. Los organismos internacionales, sus políticas y alcances. Todavía, cuando escribo un artículo, me pasa que en ocasiones me encuentro evocando una clase de Julie. Con ella aprendí muchísimo.
A pesar de que nosotras la tuteábamos, ella nos trataba de “usted”: “señorita Jaimes, por favor hábleme del papel del Shah de Irán en la última reunión de la OPEP”. Era increíblemente exigente y recuerdo que en el primer examen saqué 16 y me iba dando un infarto. Me propuse como meta eximir Geografía Económica (en quinto año, no sé si todavía, se eximía con 19 y 20). Leía los periódicos y discutía las noticias con mi papá. Dos veintes seguidos en los siguientes exámenes trimestrales me llevaron a un 18,66 y a eximir la materia.
Julie dejó una huella imborrable en mi vida. Con su enfoque apasionado y su habilidad para hacer que temas complejos fueran accesibles y fascinantes, no solo nos impartió conocimientos, sino que también aupó, al menos en mí, un amor duradero por el aprendizaje.
Durante aquel año en el que tuve el privilegio de estar en su clase, Julie nos mostró cómo los temas geográficos y económicos se entrelazan con nuestras vidas cotidianas y el mundo en general. Su método de enseñanza era interactivo y dinámico, con mapas y ejemplos del mundo real que nos ayudaban a comprender el impacto de la geografía económica en las sociedades.
Julie quería a toda costa fomentar nuestro pensamiento crítico mediante debates y alentó a cada una de nosotras a formar nuestras propias opiniones informadas. Nos enseñó a cuestionar, a investigar y a nunca dejar de aprender. Su influencia no se detuvo en el aula; su dedicación y su pasión sirvieron como un modelo a seguir en mi propia vida personal y profesional.
Encontrármela fue un momento lleno de emoción y gratitud. A pesar del tiempo transcurrido, seguía irradiando esa energía contagiosa que tanto admiré, y el lenguaje de su enseñanza aún resonaba en nuestra conversación. Este reencuentro me hizo reflexionar sobre el impacto duradero que un buen maestro puede tener en la vida de sus estudiantes. Me quedé con ganas de seguir conversando, pero el par de horas que estuvimos juntas fue maravilloso y espero repetirlo pronto.
Siempre le estaré agradecida por haber sido tan exigente. Una parte de mi espíritu crítico viene de ella. He citado el ex presidente de Harvard, Derek Bok, varias veces. Él dijo una vez que “la influencia de un buen maestro perdura por toda la eternidad”. Gracias por todo, querida Julie.
Carolina Jaimes Branger
@cjaimesb
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