“Todo poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente” Lord Acton
Donald Trump logró una aplastante victoria en las elecciones estadounidenses del pasado martes cinco de noviembre. A pesar de que las encuestas tradicionales y los grandes medios de comunicación pronosticaban una reñida contienda, el expresidente tiñó de rojo los codiciados “swing states”, incluyendo al más disputado de todos, Pensilvania.
Los demócratas ni siquiera pudieron alcanzar el denominado “blue wall” que integran los estados de Pensilvania, Michigan y Wisconsin y que fue clave para el triunfo de Joe Biden en 2020. Trump también ganó el voto popular con una amplia diferencia de más de diez millones. Nevada y Arizona también corrieron el mismo por lo que Trump ganó en los siete estados “bisagra”
El voto rural así como el de minorías importantes entre las que destacan los latinoamericanos, fueron capturados rápidamente por Trump. Al memorial de agravios sufridos por el partido demócrata hay que añadir la pérdida de la mayoría en el Senado y muy probablemente de la Cámara de Representantes. Aquella noche embriagó a todos los que apuestan al “Make America Great Again” como la tabla de salvación a todos los males.
Fue una campaña accidentada e inusual para ambos partidos, sobre todo para los demócratas quienes arrancaron con el pie izquierdo luego de lo mal que lució el presidente Biden en el primer debate televisado. Luego de días de especulaciones y negociaciones a lo interno del partido, Kamala Harris tomó el testigo en una carrera que lucía muy cuesta arriba.
Trump tuvo que pasar largos dias en las cortes donde tienes procesos judiciales abiertos y ademas fue victima de un intento de asesinato. No obstante, logró capitalizar el descontento de la sociedad estadounidense agobiada por una inflación galopante y un alza sostenida de los tipos de interés que ha encarecido enormemente el costo de la vida.
Fiel a su estilo retórico, el candidato republicano logró posicionar el polarizante tema de la inmigracion ilegal en la frontera sur como el barco insignia de su campaña, mientras que Harris sintió que podía capear el temporal económico enfocándose en los derechos reproductivos de las mujeres y en el riesgo que suponía una segunda presidencia de Trump, tomando en cuenta los hechos ocurridos el pasado de seis de enero de 2021.
Como suele suceder actualmente en los procesos electorales de las democracias occidentales, los votantes privilegian más las formas que el contenido de los mensajes. Los candidatos antisistema prosperan con rapidez y hacen una conexión emocional vía plataformas informáticas de consumo líquido de contenido.
Es entonces cuando nace un culto alrededor de la personalidad y se pasa a segundo plano aspectos morales y éticos. Por primera vez en la historia un candidato condenado por una felonía alcanza la Casa Blanca.
Trump desarrolló una estrategia en la que se rodeó de personajes como Elon Musk, quien además de proveer un vital apoyo económico a la campaña, es una de las principales referencias en ese debate cultural desordenado y etéreo de las etiquetas “woke y anti-woke”.
Musk es considerado uno de los grandes “anti woke” por su crítica a temas de la llamada ideología de género, la inclusión racial, los movimientos feministas entre una lista intangible que va mutando desordenadamente.
Los demócratas pagaron el precio de plegarse en esta lucha de “progresistas contra conservadores” que cada vez tiende a polarizar más a la mayoría de adultos jóvenes que crecieron con valores y creencias muy distintos a lo que impulsan las oligarquías de los medios de comunicación, principales donantes del partido demócrata.
En el tablero internacional el aislacionismo de Trump vuelve como un deja vu para atemorizar a los socios europeos de la OTAN en un momento en el que la guerra de Ucrania solo se sostiene con el apoyo norteamericano. La resistencia que ofrece Kiev al comportamiento imperialista ruso pareciera tener los días contados.
En el medio oriente, el primer ministro Israeli, Benjamin Netanyahu, tendrá menos voces que le reclamen los altos costos humanitarios de su recurrente comportamiento bélico.
Trump, como es habitual, ya ha ofrecido acabar con las guerras en curso en el mundo con soluciones instantáneas y sin ofrecer detalles de cómo piensa lidiar con el creciente fortalecimiento de los autoritarismos euroasiáticos.
Al perder ambas cámaras en el Congreso, el partido demócrata queda en una posición de absoluta precariedad en la que no tendrán margen de control con el que hacer “accountability” al nuevo gobierno. La llegada del 47 presidente de EE.UU pondrá a prueba los cimientos de la institucionalidad norteamericana y sumergirá a Occidente en una peligrosa incertidumbre.
Por: Tomás Chitty