Para no morirme de tristeza «me obligo» a ver el vaso medio lleno. Y ustedes (también me sucede) se preguntarán ¿qué de bueno está pasando además de nada? La verdad es que cuesta levantarse en la mañana con optimismo y la mirada puesta en un futuro que cuando menos es incierto, pero quienes tenemos hijos no nos queda más remedio que «apechugarnos» y contra todo pronóstico «echar pa’lante.
El argumento más depresivo por estos tiempos es aquel de: «se acabaron los valores», el venezolano de hoy en día es un «golillero» que le gusta el mango bajito, cero esfuerzo y mucha plata. O esa otra historia según la cual nos hemos convertido en unos «enchufados» a los que nos encanta ganarnos las cosas sin nada de esfuerzo, unos «merecidos» de la vida, pues, y que por eso la gran mayoría se siente «feliz» con un gobierno que promueve el saqueo como método y el consumismo feroz como filosofía (cosa inexplicable dentro de la retórica marxista que tanto vociferan). Ese venezolano que «ve como un pen…» al que trabaja, al que no se come las luces, al que hace su fila pudiéndose colear, al que le enseñaron que no podía llegar a la casa con algo que no fuera suyo y que si se daba el caso tenía que devolverlo con la pena que eso diera como castigo.
Me niego a pensar que eso es lo único que somos y que no hay salida, que como han dicho por ahí «el hombre plasma» ha sustituido la loca idea del «hombre nuevo» que no llegó a nacer. Creemos que aún hay reservas morales y para no dejarme arrastrar por la desesperanza que, en definitiva, es lo que más desea el Gobierno, me apego a la imagen de quienes se enfrentaron a los saqueadores de Daka, porque es que hay que tenerlas bien puestas para intentar parar ese furor golillero a punta de gritos.
O ese otro escenario de la Asamblea Nacional donde les fue imposible comprar las conciencias de la bancada opositora y tuvieron nuevamente que torcer la barra de la justicia a su antojo y conveniencia, o como parte de la dirigencia sindical roja rojita se atreve a reclamar los guisos y la falta de producción en las empresas nacionalizadas o como muchos continuamos aquí trabajando, pensando que a pesar de los pesares hay «que echar el resto» para rescatar el país que queremos dejarles como herencia a nuestros hijos.
Maduro podrá tener a partir de mañana patente de corso y podrá amenazar con «volverse loco», como dijo, agregando además que si eso sucediera «no quedaría piedra sobre piedra» cual Nerón contemporáneo; podrá comprar la conciencia de muchos y engañarlos con neveras y zapatos, pero en el fondo sabe que no podrá meter en el puño a todos. No pudo antes el que tenía carisma, mucho menos él.
mariaisabelparraga@gmail.com
Por María Isabel Párraga